viernes, 10 de enero de 2020

Historia Corta: Schöne Lesben

Dormida boca abajo, Monika me ofrecía una buena visión de su espalda y hombros. Ella hacía mucho ejercicio, más del que yo hacia o estaba dispuesta a considerar, y tenia ese tipo de músculo que yo asociaba a las gimnastas. También tenía muchas marcas de diferentes tipos, que iban de largas y delgadas a pequeñas y circulares. Todas eran de un color blanco que apenas destacaba en su piel pálida. Pasé los dedos por una en concreto que recorría su columna en una línea irregular desde los omóplatos hasta la parte baja de su espalda. Una herida así en un humano normal seguramente lo hubiera dejado paralítico, pero ella había curado incluso la cicatriz hasta que sólo dejo esa marca blanca. Monika nunca había sabido explicarme porque las cicatrices, al curarse con magia, dejaban esas marcas, y nadie me había logrado dar nunca una explicación científica satisfactoria. Era cosa de magia, sin más.
Me acomodé en silencio en la cama, con cuidado de no despertarla, para poder tocar un par de cicatrices en forma de moneda que estaban en su hombro, una muy cerca de la otra. El tacto era similar al resto de su piel, suave y delicada, pero al pasar los dedos por ellas sentía un pequeño cosquilleo que resultaba un poco inquietante. Más inquietante aún me resultaba la enorme cantidad de "cicatrices" que tenía sólo en espalda; dos grandes y cuatro pequeñas. Algunas parecía que habían sido más graves que otras y ninguna de ellas estaba demasiado cerca del corazón o los pulmones, pero por Dios, conocía a ex-militares que no habían llegado a acumular esa cantidad de cicatrices en todo el cuerpo.
— ¿Que estas haciendo? —Dijo una voz suave y cansada.
Me giré hacia su rostro y vi que Monika estaba despierta, mirándome. Ella era pequeña y adorable, con el cabello castaño oscuro cortado hasta los hombros sirviendo de marco para su delicado rostro. No era demasiado bonita, vista por unos ojos que no fueran los míos, pero tenía cierto atractivo por el simple hecho de ser pequeña y adorable. Y estaba en buena forma, lo que siempre era de agradecer. Su expresión era adormilada, pero sus ojos, de un gris demasiado puro para ser natural, estaban despejados y atentos. Ese color le daba un aire de seriedad perpetua a su expresión que la hacia parecer mayor de lo que en realidad era, aunque se podía ver a través de ellos a la mujer tranquila y sincera que había llegado a conocer.
— Viendo tus marcas —Mi voz era apenas un susurro, pero en el silencioso dormitorio se escuchaba perfectamente— Pensando que tienes demasiadas.
— ¿Cuantas contaste? —Dijo cerrando los ojos, aún un poco ausente.
— Diez grandes y veinte pequeñas —Intente y falle en que no se notará el reproche en mi voz. Ella sonrió un poco.
— La última vez que conté tenía seis en total —Se quedó callada y pensé que se había quedado dormida de nuevo, pero volvió a hablar después de un segundo— No deberías preocuparte por ellas. La mayoría fueron heridas leves.
— Eres la primera persona que conozco que cree que un balazo es una herida leve —Toque el par de heridas circulares en su hombro.
— Para mi solo hay peligro si me dan en el corazón o la cabeza —Su tono seguía siendo el mismo de antes, pero noté que estaba algo más despierta— Si tengo un segundo o dos para curarme entonces ninguna herida es mortal. Al menos en teoría.
Negué con la cabeza, intentando que esa lógica encajara con lo que yo sabía sobre biología humana básica. Se suponía que una herida profunda, como cualquier herida de bala, tardaba semanas o meses en curarse, y las largas heridas de corte tardarían un tiempo similar. Pero a Monika esa regla no aplicaba, en especial con el enorme poder mágico que decía tener. Quizás no tuviera un instinto de auto preservación como el de la mayoría de seres humanos. En lugar de evitar cualquier tipo de daño sólo evitaba el daño que pudiera matarla de inmediato. Había conocido a otros afines así, pero ella lo llevaba a un punto preocupante.
— Si te sirve de consuelo —Todavía tenía los ojos cerrados, pero su tono era el de una persona totalmente despejada— La mayoría son del primer año de trabajo. Ya no soy tan torpe.
— Eso no es un gran consuelo —Suspire y lo dejé pasar; no me apetecía discutir con ella. En lugar de eso le toque una marca en concreto, de tres lineas cortas irregulares en el costado derecho— ¿Estas de que son?
— Un hombre lobo —Sonó claramente aliviada por el cambio de tema— Hace tiempo en Queens. La cosa se había ocultado en los túneles de metro y me atacó por la espalda.
Parpadee un par de veces, ligeramente sorprendida. No era normal que hablase tan abiertamente sobre su trabajo. Decidí aprovecharme de ello sin pudor alguno. Toque una marca extraña, casi en forma de asterisco, al final de su espalda. Ella entendió que quería y volvió a hablar.
— Una dríade enojada en Central Park. A su defensa diré que se disculpó después.
— ¿Se disculpo? —Pregunte un poco divertida.
— Quería golpearme con la rama, no clavarla —Tenia una pequeña sonrisa en los labios.
Recorrí la marca de su columna con un dedo. Monika se estremeció un poco, de forma casi imperceptible, pero aún así lo note y no pude evitar sonreír un poco. Luego de eso siguió hablando.
— Un cultista en... Concord, creo. Fue una herida más o menos superficial, pero dolía como el infierno. Ese no pudo disculparse después.
Un poco tétrico su humor. Busqué con la mirada otra para preguntarle y vi una muy pequeña, oculta en una zona entre el cuello y la parte de atrás de la mandíbula que su cabello no tapaba del todo. La acaricie allí con un par de dedos. Ella tardo un par de segundos en responder y cuando lo hizo fue en voz baja y algo tensa.
— Houston.
Asentí rápidamente; no había nada más que decir. Aparte la mano y nos quedamos allí, en un silencio algo incómodo, hasta que ella suspiro y se incorporó con los codos en la cama.
— ¿Llevabas tiempo queriendo preguntarme por las marcas, no?
— Si —Esta vez fui yo la aliviada por el cambio de tema. Sonreí avergonzada, apretándole la mano con suavidad— Supuse que alguna de ellas sería interesante.
—Tienes toda la razón —Me devolvió la sonrisa y señaló a su pecho, justo bajo el cuello, donde había una diminuta marca en forma de "z"— Está me la hizo August, mi tutor. Se le pasó la mano, pero demostró su punto en esa ocasión.
— ¿Y cual era ese punto?
— Que era mas lenta que el —Dijo, y luego habló con una mala imitación de un viejo japonés— "Si yo puedo hacerte eso con un tenedor entonces soy veinte años más joven de lo que recordaba".
Ambas nos reímos y la tensión desapareció. Le di un beso que ella aceptó con dignidad y luego me arrastre hasta quedar sentada al borde de la cama. A diferencia de ella yo dormía con pijama, como cualquier otra persona normal, así que podía salir sin preocuparme demasiado por el frío de la mañana. Me puse a tientas mis pantuflas y me levante de la cama entre pequeñas quejas de mis brazos y piernas.
— Hazme un favor —Dijo Monika en voz baja— Dame una camiseta. Tengo frío.
— Je, lo sabía —Murmure con cierta satisfacción.
Fui hasta el armario y le lancé una de mis camisetas. Ella la miro por un momento y luego me miro a mi.
— Me refería a una de mis camisetas —Dijo agitando la que tenía en las manos.
— ¿Que, no te gustan las mías? —Dije en mi tono de voz más inocente.
— Es como cien tallas más grande que yo —Se la deslizó por la cabeza sin ningún esfuerzo y volvió a mirarme— ¿Ves?
— Pensé que te gustaba que fuera bonita y gordita —Sonreí con malicia mientras rebuscaba entre el armario una camiseta suya.
— Tu —Recalco con mucho énfasis. Hacía eso cuando se molestaba; era de hecho muy adorable— No tu ropa. Y también me gusta mi ropa.
— Lo siento —Le lancé una camiseta de su talla— La próxima vez podrías especificar.
— También podrías darme la camiseta correcta la primera vez —Dijo aún un poco molesta.
— También podrías engordar.
— Y tu podrías adelgazar.
— ¡Jamas!
Ella se rió ante la última afirmación y se puso su camiseta. Yo aproveché ese interludio en nuestro pequeño duelo verbal para mirarme en el espejo del dormitorio. Mi cabello largo, rubio y ondulado parecía haber salido de un tifón, y como siempre considere durante un segundo simplemente cortarlo hasta el cráneo en lugar de peinarme. A veces envidiaba el corte simple de Monika, aunque ella a su vez envidiaba el mio. Quiero decir, parece que tengo más descendencia alemana que ella, quitando el nombre. También soy más alta que ella, con la piel un par de tonos mas oscura y, todo hay que decirlo, varios kilos más gorda. En realidad estaba más delgada que hace un año, por culpa de Monika y su gimnasio cada sábado, queriendo mantenerme saludable. Y me veía bien, pero no me convencía del todo mi aspecto; no podía decidir si me faltaba o si me sobraba peso. Antes de que pudiera seguir ahondando en esa linea de pensamiento algo me golpeó en la nuca con la suficiente fuerza como para ser doloroso. Era mi camiseta.
— ¡Hey! —Me voltee hacia Monika. Se había puesto su camiseta y conseguido ropa interior de sabrá Dios donde, y me sonreía con malicia. Agite la camiseta con la mano— ¿Alguna razón para este ataque no provocado?
— Te estabas mirando en el espejo —Dijo ella con sencillez— Y quería llamar tu atención.
— ¿Para que? —Procure sonar más ofendida de lo que en realidad me sentía.
— Estas preciosa —Volvió a decir sin ponerle mucho énfasis a las palabras, pero sonriendo de oreja a oreja.
— No creas que eso te va a salvar —Lo había hecho. Dios, mi corazón se había saltado un par de latidos.
Ella seguía sonriendo con descaro. No la había engañado ni un segundo, y ambas lo sabíamos, así que solo quedaba una cosa por hacer. Me acerqué a ella y la agarre por la barbilla, para luego inclinarme y besarla. Eso era lo que ella quería y yo se lo iba a dar. No fue un beso particularmente largo o apasionado, simplemente un beso cariñoso y bonito de esos que podrían salir en una telenovela, pero me gusto mucho. Y al separarnos note que Monika jadeaba un poco. Eso le subía el autoestima a cualquiera.
— Voy a preparar el desayuno —Dije, apretándole las mejillas con suavidad. Era adorable cuando me miraba molesta con los labios apretados por sus mejillas.
— Vale —Inhaló profundamente y calmo su respiración, aún mirándome feo— Voy a darme una ducha y luego bajó a comprar tu café.
— Gracias —Deje de apretarle las mejillas y sonreí al ver como se las frotaba disgustada— Oh, y... ¿Monika?
— ¿Si?
— Te amo.
Ella soltó un pequeño bufido vagamente indignado, pero se le habían teñido las mejillas de rojo. Eso la hacia parecer muy joven e inocente, casi como una adolescente; sus ojos seguían ahí, sin embargo, tan duros y fríos pero aun así capaces de brillar por la emoción contenida que que sentía. Le acaricie la mejilla, viendo como se sonrojaba cada vez mas hasta que finalmente se rindió y se apoyo contra mi mano, dándome un beso en los dedos. Miro hacia arriba con una pequeña sonrisa de cariño y ligero fastidio. Estaba preciosa.
— También te amo, Amber.

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