Odio
tener que esperar. Es la segunda cosa más mundana y simple que he odiado jamás,
pero mis razones son válidas. A nadie le gusta tener que sentarse sin hacer
nada, y es de las cosas más detestadas por todo el mundo. La mayoría se estresa
o se irrita cuando tiene que esperar mucho. A mí me pone nerviosa. Siento que
debería estar moviéndome, haciendo algo, en lugar de quedarme quieta y dejar
que los demás hagan las cosas. Como todo había momentos mejores o peores, y por
suerte esta espera en específico era casi un capricho, pero seguiría odiándola
hasta que acabase.
Por
suerte, la espera termino pocos minutos después. La puerta que había detrás del
mostrador se abrió, dejando pasar a un Santa Claus hispano, con barba y todo.
Se llamaba José y era ingeniero afinico, lo cual implicaba crear muchas cosas
chulas impulsadas por magia. Cargaba una caja metálica en brazos y le sonreía
como si fuera su propio hijo. Por lo que sabía, todas sus creaciones le daban
una profunda sensación de orgullo.
-
Ah, veo que no te has
ido –Dijo con voz grave y que tenía un leve acento– Me sorprende, te dije que
tardaría al menos doce horas en tener listos a tus bebes.
-
Disculpa los nervios
de una madre primeriza –Respondí, dándole una media sonrisa para compensar el
mal chiste.
Me
levante y me acerque al mostrador mientras el dejaba la caja en la mesa. Yo
había salido cuando me dijo lo que tardaría, pero con el nerviosismo no podía
concentrarme en nada, y volví para terminar pasando cuatro horas de convivencia
con mis pensamientos. El pedido que le había hecho no era difícil, solo
inusual, y supuestamente él era de los mejores ingenieros del país. Pero aun
así…
-
Asumo que lo
conseguiste cumplir mis expectativas –Dije, verbalizando lo que había pensado
al verle tan feliz.
-
¿Cumplirlas? ¡Creo
que las supere! –Me sonrió con alegría y golpeo suavemente el costado de la
caja– Estos han sido el trabajo más fácil que he tenido en años. Normalmente
hago cosas mucho más grandes y complejas con un límite de tiempo absurdo. A los
hechiceros les gusta sentirse importantes ¿sabes? Comparados con esos, fuiste
toda una bendición caída del cielos.
Me
alegre al oír sus palabras. Eso significaba que todo había salido bien. Al
menos en teoría.
-
¿Y porque aceptaste
mi encargo? Pensaba que te gustaban los retos.
-
Por supuesto, pero
incluso alguien como yo necesita algo sencillo y relajante de vez en cuando.
Además, no podía rechazar un encargo de La Bestia.
Se
echó a reír, y fruncí el ceño al escucharlo. Ese apodo es la cosa más mundana
y simple que he odiado jamás. Ya había pasado casi un año desde mi pequeña
hazaña, pero seguía habiendo gente que me recordaba a mí y a ese apodo que me
habían puesto únicamente por fines mediáticos. Esperaba que no tuviera que
vivir siempre bajo la sombra de “La Bestia”, o me pegaría un tiro.
Señale
la caja, tratando que no se me notara el malestar que me había causado oír el
apodo.
-
¿Me los vas a mostrar
algún día? –Logre que la voz me saliera normal. Punto para mí.
-
Claro, lo siento –Me
dio una sonrisa de disculpa y abrió la caja. Saco algo envuelto por una tela
negra y la puso sobre la mesa. Al parecer le gustaba el dramatismo– ¿Estas
lista para verlo? –Dijo en voz baja y solemne. Definitivamente, le encantaba el
drama.
-
Llevo doce horas
lista, muéstrame.
El
quito la tela con un movimiento rápido, y luego cruzo los brazos sonriendo con
abierto orgullo. Yo me quede simplemente mirando, impresionada.
En
mi boceto original, los guanteletes eran sencillos y funcionales. Estaban
diseñados al estilo medieval europeo, de tal manera que no pasaban de ser
placas de metal que cubrían todo el brazo hasta el codo, aunque en mi diseño se
incluían las pequeñas garras con las que me gustaba luchar por sobre los dedos.
Había hecho el boceto meses antes, simplemente para distraerme y poder probar
mi recién descubierto don con el lápiz. Lo que tenía enfrente era una evolución
de ese boceto.
El
diseño seguía la misma base, el estilo europeo, pero había cambiado en detalles
importantes. Las líneas rectas y duras de los guanteletes se habían suavizado, proporcionándole
un aspecto elegante y aerodinámico al conjunto. Parecían hechos de tal forma
que pudiera entrar como si fuera un guante normal, ya que los laterales se
podían separar mediante un par de sutiles cierres metálicos en ambos lados.
También pude ver que en el interior estaban acolchados, y probablemente eso
ocultara las junturas entre las manos y los antebrazos. Las manos parecían
formar una única pieza en conjunto, aunque vi pequeñas junturas entre los dedos
para poder moverlos. En la última articulación de los dedos estos se curvaban
levemente y luego se alargaban, formando garras de unos dos centímetros y
medio.
El
metal estaba pulcramente pulido, con las líneas crisolicas, hechas del cristal
mágico-conductor transparente, recorriendo toda su extensión. Las cinco líneas
más gruesas, de un centímetro, recorrían el diseño desde la base en codo hasta
la punta de los dedos por la cara exterior del brazo. La cara interior (los
guanteletes estaban orientados de forma que podía ver ambas) era recorrida por
una única línea que recorría el centro del brazo hasta la palma de la mano,
donde se unía con un pequeño círculo en cuyo interior estaba escrita una runa del
germánico antiguo. La runa, traducida, significaba “garra”. También había
líneas más pequeñas, del grosor de un cabello, que recorrían los espacios entre
las líneas más grandes, como un camino de carreteras para el poder mágico.
Mi
mente tardo unos cuantos segundos en reaccionar, durante los cuales José se
echó a reír a carcajadas, probablemente por la expresión de mi cara. Decidí que
todo el dinero que le pagaría para hacer su trabajo era insuficiente.
-
Nada… nada mal, eso
seguro –Dije cuando termine de apreciar por completo el diseño y las líneas de
ambas piezas. Pase la mano por la línea de la parte interior, que se enterraba
un milímetro dentro del acero. Que las líneas fueran transparentes decían que
nadie había infundido su poder en ellas– ¿No los probaste?
-
Tuve la tentación,
pero están hechos a medida para esos bracitos tuyos.
-
A medida ¿eh? –Sonreí
sin poder evitarlo. Simplemente se sentía bien tener cosas bonitas para mi sola,
y su entusiasmo paternal era contagioso– Parece mentira que solo hayas tardado
doce horas.
-
En realidad diseñar y
hacer las partes metálicas fue fácil. Lo difícil –Golpeo una de las líneas
gruesas con el dedo– Fueron estas linduras. Quería crear algo funcional pero al
mismo tiempo bonito. Así que las líneas están orientadas no solo de forma que
transmitan bien la energía a través del metal, sino también de manera que tengan
una forma en espiral. Obsérvalas.
Al
escuchar su explicación pude ver las espirales de los antebrazos, que empezaban
en el codo y terminaban en la muñeca. Cuando una línea delgada llegaba a una
gruesa daba un salto de un par de milímetros hacia arriba o hacia abajo, para
luego continuar a la siguiente línea gruesa. Ese detalle, combinado al hecho de
que había dos espirales por guantelete (una que los recorría de derecha a
izquierda, y su pareja contraria) las ocultaban a simple vista. También note
que ninguna de las dos espirales chocaba en ningún momento, aprovechándose de
la inconexión de sus líneas.
-
Maldito genio loco…
–Murmure, viendo el diseño con una fascinación casi enfermiza.
Él
se echó a reír, pero pude notar que estaba satisfecho con mi reacción. Golpeo
uno de los guanteletes con el dedo.
-
Asumo que quieres
probártelos.
-
Asumes bien.
Me
puse el guantelete izquierdo. Como había sospechado, los cierres eran para
poder separar los laterales y así meter la mano. Era sorprendentemente liviano,
y el interior no solo era acolchado sino que también era suave al tacto. Hice
unos cuantos movimientos con el brazo y luego con la muñeca para probar la
movilidad, sintiendo con satisfacción como las junturas y el acolchado seguían
permitiendo una fluidez casi normal. Los dedos se movían igual de bien que
siempre, aunque con las garras era imposible cerrar la mano de manera normal.
De todas formas los guanteletes no estaban diseñados para golpear.
Luego
de eso me puse el guantelete derecho con la ayuda de José, aunque me prometió
que con un poco de practica podría hacerlo sola. Hice las mismas pruebas de
movimiento y de nuevo el guantelete saco nota perfecta.
-
Esto… se siente bien
–Dije, flexionando los dedos como si apretara algo entre ellos.
-
Me alivia no haberla
cagado con la movilidad –Respondió el, aunque en su tono no había ni el más mínimo
rastro de alivio– Falta una prueba, señorita.
Asentí,
mirando las hermosas líneas. Inspire, cerrando los ojos un momento mientras me
concentraba en el poder que recorría todo mi cuerpo. En menos de un segundo
hice que parte del flujo de energía pasara a los guanteletes, y luego abrí los
ojos. El color de las líneas cambio casi al instante, pasando de ser
transparentes a tener un brillo gris metálico, que resaltaba lo suficiente como
para ser visible pero que al mismo tiempo no desentonaba con la superficie
metálica del guantelete. Cerré la mano derecha, sintiendo aquella pieza de arte
metálica como una extensión de mi misma, de mi poder. Pude sentir como fluía a
través de las líneas, como volvía el metal una parte de mi cuerpo. Se sentía
bien, y al abrir la mano use ese poder para invocar una pequeña esfera de luz.
Sonreí, más feliz de lo que había estado en casi un año.
-
Vaya, La Bestia saco
las garras.
Por
un momento, en mi mente, me lo creí. Me creí la persona que el Sindicato decía
que era. Una guerrera poderosa, astuta y despiadada, capaz de atravesar
ejércitos enteros sin un rasguño, aniquilar monstruos con un simple chasquido
de dedos, despedazar a mis enemigos con garras de acero y magia. Monika
Schwailden, La Bestia del Sindicato.
Todas
mis fantasías se destruyeron con una única frase:
-
Bueno, aquí tienes la
cuenta.
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