domingo, 28 de junio de 2020

Novatos: El Puño

El viejo y destartalado local llevaba el nombre de "Él Ogro Sediento" y era tan feo como la criatura que le daba nombre. Era un edificio de dos pisos construido en un agujero excavado en el suelo, como la mayor parte de los edificios de las Llanuras, con las paredes del agujero cubiertas de piedra y desagües para evitar que el edificio se hundiera por la lluvia. La madera estaba envejecida y el ruido de las personas que había dentro hacia que toda la estructura se moviera de forma preocupante. Era el tipo de lugares a los que no te metías a menos que tuvieras un buen motivos o intentarás meterte en una pelea. Yo entraba en ambas categorías, por suerte, así que empecé a bajar unas escaleras de piedra tan desgastadas que parecían haber sido construidas durante la época del antiguo Imperio. Era probable; las Llanuras no eran precisamente la región más próspero del mundo, y la gente tenía que apañárselas como pudiera.

Cuando abrí la puerta del local me sorprendió un poco ver que el interior no estaba tan destartalado como el exterior. La madera seguía siendo fea y era obvio que el dueño no tenía tiempo o dinero para repararlo todo, pero estaba bien iluminado con lámparas de aceite y parecía existir cierto orden en la disposición de las mesas. Incluso había una persona tocando el piano y la clientela parecían disfrutar de la música. Los clientes eran lo habitual en ese tipo de lugares: Matones de poca monta, ladrones, asesinos y algún que otro mercader de negocios poco honestos. Todas las mujeres que logre ver llevaban los típicos pantalones anchos y camisas sin mangas que usaba la gente local, aunque mucho más ajustadas de lo que solía ser decente, y el único hombre que no parecía haber bebido más allá de la cuenta era el que estaba detrás de la barra. Para estándares comunes era un lugar peligroso en el cual podían darte una paliza y robarte sin que a nadie le importara, pero para un orco como yo era como volver a casa.

Unas cuantas personas se volvieron a mirarme cuando pase al interior y empecé a caminar hacia la barra, lo cual no me sorprendió. Incluso el más alto de los humanos se quedaba corto ante el más pequeño de los orcos, al menos en condiciones normales; teníamos mucho más músculo, la mandíbula cuadrada con colmillos que sobresalían de la parte inferior de la boca y nuestra piel estaba complementamente cubierta de un vello grueso aunque corto. El vello de mi cuerpo era rojizo-anaranjado, como la mayor parte de los miembros de mi linaje, y en mi juventud había hecho recibir mis colmillos con una fina capa de acero. Eso significaba que atraía cierta atención, ya que era el único orco que había en el local, pero no me importaba. Me enorgullecía de mi linaje y el trabajo que iba a llevar a cabo no requería ningún tipo de sutileza, sólo un poco de intimidación a la vieja escuela.

El hombre detrás de la barra, presumiblemente el dueño, alzó una ceja al ver que me acercaba. Era barrigón, apenas le quedaban unos cuantos cabellos rubios en la cabeza y tenía la tez oscura de los habitantes de estas tierras. Llevaba un delantal manchado que cubría una camisa sin mangas parecida a la de las mujeres sólo que muchas tallas más grande. No era viejo pero tampoco precisamente joven, y era evidente que estaba acostumbrado a que la gente fuera mucho más grande y fuerte que el.

— ¿Que puedo hacer por ti, mi amigo? —Pregunto el hombre con amabilidad fingida.
— Primero quiero un poco de ron —Respondí, sentándome en la barra. El resto de clientes fueron apartando la mirada poco a poco al ver que no pasaba nada— Y luego veremos si te pido algo más.

El hombre asintió y se agachó para buscar la botella debajo de la barra. Mientras el hacia eso eche un vistazo más detallado al resto del local. Parecía que el primer piso era una especie de sala común y el segundo eran habitaciones convertidas en salas privadas. Las puertas de todas ellas eran visibles desde la sala común, ya en lugar de un pasillo tenían una pasarela que parecía como un balcón para mirar a la zona inferior, con las puertas ubicadas en la pared detrás de las pasarelas. Al parecer el dueño había demolido las paredes interiores del edificio para hacer que el espacio pareciera más grande y en realidad no quedaba nada mal. Las escaleras para subir estaban junto a la barra, y de hecho una parte de las escaleras servía de pared en la que el dueño había colocado botellas vacías para exhibir. Todas las habitaciones privadas parecían estar vacías a excepción de una, que tenía la puerta cerrada.

El dueño me dejó un diminuto vaso de ron en la barra, del tamaño de mi pulgar, que me tomé de un solo trago. Fruncí el ceño al saborearlo; e! ron era una bebida inventada por enanos y perfeccionada por orcos, en una especie de colaboración ancestral, y era muy difícil encontrar buen ron que no fuera hecho por alguna de las dos especies. Algún día encontraría un buen ron hecho por humanos, pero al parecer hoy no era ese día.

— ¿Que tal? —Pregunto el dueño mientras servía un par de cervezas y se las daba a una de las mujeres.
— Horrible, pero me conformo —Deje el vaso en la barra— Ahora, necesito encontrar a alguien. Me dijeron que estaba en este sitio todas las noches.
— No quiero que haya problemas, orco —Me advirtió con seriedad.
— Sólo voy a hablar con el, mi amigo.

El hombre observó mi rostro por unos segundos, varios centímetros más arriba que el suyo, mientras sopesaba sus opciones. Yo estaba mintiendo y el lo sabía, y también sabía que yo sabía que el sabia que yo estaba mintiendo. Tenía dos opciones, una que probablemente acabaría con su local más feo que antes y otra que implicaba dolor físico para si mismo, o al menos eso era lo que pasaba por su mente. Tenía que elegir, y por suerte para el eligió la opción correcta.

— ¿A quien buscas?
— A un tipo llamado Vury ¿donde esta?
— En la sala privada de arriba —Busco la llave bajo la barra y me la dio— Sea lo que sea que tengas que tratar con el, hazlo con cuidado. No es el tipo de personas que a uno le gustaría molestar, si me entiendes.
— Gracias por el consejo.

Deje un par de monedas en la barra para pagar la bebida, mas otra por la información, y empecé a subir las escaleras. Mientras lo hacía seguí la pequeña rutina a la que me habían acostumbrado mis años de pelea y violencia: me abotone el chaleco de cuero, hecho para evitar que me apuñalaran de forma poco honorable, y me puse los guantes con nudillos de hierro que me acompañaban desde hacía tanto tiempo. El cuero y el metal estaban desgastados por el uso, pero seguían siendo unos buenos guantes y no solía hacer ningún trabajo sin su estimable apoyo. Aparte de esas dos cosas sólo llevaba una camisa blanca sin mangas y unos pantalones que había cortado a la altura de las rodillas. No llevaba zapatos o botas; los pies de un orco eran duros y no necesitábamos zapatos para caminar por terrenos de piedras puntiagudas, mucho menos por un inofensivo suelo de madera.

Caminé hasta la puerta y llamé educadamente con los nudillos. Espere un par de segundos, de pie frente a la puerta como un absoluto imbécil, antes de simplemente sacar la llave y abrir la puerta por mi mismo. Eso seguramente alertaría a los que estaban dentro, pero era eso o seguir llamando a la puerta como un absoluto imbécil. Cuando abrí la puerta lo primero que note fue el fuerte olor a alcohol, que me hizo fruncir el ceño incluso a mi. La habitación no era grande, apenas con espacio suficiente para unas cuantas sillas y una mesa pegada a la pared, pero los muebles eran de calidad y las paredes estaban pintadas de un blanco que le daba cierto aire elegancia a la habitación.

En la mesa estaba sentado un hombre con un par de botellas en el regazo y que parecía estar inconsciente. En una de las sillas estaba sentada una mujer con un vestido bastante escotado, que parecía disgustada hasta que el pánico apareció en sus ojos al verme entrar. Otro hombre estaba sentado a su lado, con el brazo sobre sus hombros, y decía incoherencias al aire con voz pastosa. Había muchas botellas vacías o a medio terminar en la mesa, las otras sillas y el suelo; era sorprendente y un tanto preocupante que hubieran sido capaces de beber tanto en tan poco tiempo.

Mire a ambos hombres, que no parecían ser conscientes de que había entrado a la habitación, y cuando fijé la mirada en la mujer ella se puso pálida. Era difícil no sentir miedo frente a un orco varias veces más grande que ella, pero no tenía intención de hacerle nada.

— ¿Te pagaron para estar aquí? —Pregunte lo más silenciosamente que pude, aún mirando al hombre a su lado. Se había alejado un poco de ella para beber de la botella.

La mujer tardó un segundo en reaccionar, pero luego negó con la cabeza. Así que la habían arrastrado y encerrado con llave en la habitación. Que agradable.

— Vete de aquí —Ella se apresuró a obedecer, saliendo rápidamente por la puerta y dejándonos solos en la habitación.
— ¡Hey! Adonde... —El hombre despierto parpadeo un par de veces al verme. Tenía la voz tan pastosa que apenas era reconocible— Tu... ¿Quien demonios eres, orco?

Me acerqué un poco a él y lo examine detenidamente. Tenía el cabello oscuro y la piel clara, con un intento de bigote y barba cubriendo su rostro, y una cicatriz en la barbilla. Llevaba una guerrera azul oscuro manchada y sucia, pero que aún tenía la insignia y otros accesorios que señalaban a este tipo como un gendarme de bajo rango, quizás un sargento o algo similar. Encajaba en la descripción bastante bien, pero había que asegurarse.

— ¿Tu eres Vury?
— ¿Quien lo pregunta? —Escupió, arrastrando la "p". Tuve que contenerme un poco para no darle un puñetazo en ese instante.
— Un viejo amigo suyo murió y dejo su herencia a él ¿sabes quien es?

La avaricia apareció en sus ojos rápidamente, reemplazando a la bruma de ebriedad que había antes. A veces los trucos más simples eran los más útiles.

— Si, yo soy Vury —Se acomodó en la silla y se pasó la mano por la guerrera en un inútil intento de adecentarse. Su voz seguía siendo pastosa, pero al menos era coherente— ¿Quien murió? No recuerdo que ninguno de mis amigos estuviera enfermo.
— Es más bien un conocido suyo, uno que visitaba bastante a menudo —Mientras hablaba me fui acercando a él poco a poco— Se llamaba Golyn ¿Lo recuerda?

Fue casi cómico ver cómo la confusión y el pánico llenaban sus ojos, en un terrible instante de iluminación, justo antes de que yo le lanzará un puñetazo directo a la cara.

Existía un sutil arte en pegar un buen puñetazo. Si lo hacías mal podías acabar haciéndote más daño a ti mismo que a la persona que golpeabas, o abrir tu postura de una forma que les permitía contraatacar. Un buen puñetazo debía ser fuerte y fulminante, como un relámpago. Si tu oponente caía inconsciente después de que le dieras un solo puñetazo no había necesidad de lanzar un segundo. Existían reglas distintas para el sutil arte de pegar palizas, pero si lo que uno quería era evitar que una persona se convirtiera en una amenaza, lo mejor era empezar con un buen puñetazo a la cara con guantes que tuvieran nudillos de hierro.

Vury cayó hacia atrás en la silla cuando recibió el puñetazo, con su boca y nariz chorreando sangre. Intento levantarse, tambaleándose, pero para contenerlo sólo tuve que agarrarlo de la guerrera y tirar de el hasta que quedó de pie, para luego empujarlo contra la pared. Se empezó a retorcer inútilmente, así que le di un puñetazo relativamente suave en el estómago para hacer que se calmará. Funcionó, y se quedó jadeando por falta de aire.

— ¿Recuerdas a tu viejo amigo Golyn, verdad? —Le dije mientras intentaba recuperar el aliento— Era un anciano agradable, según me han contado; dueño de un pequeño negocio, muy educado con todos en este pueblo perdido en la nada ¿Seguro que no lo recuerdas?
— Déjame... —Jadeo débilmente, así que lo golpeé un par de veces contra la pared. Vury era un tipo grande y musculoso, y tenía un cuchillo en la cintura. En una pelea justa tal vez me hubiera dado problemas, pero como estaban las cosas podía encargarme sin problemas.
— Me temo que no se podrá, amigo. Verás, su viuda si te recuerda, y no con mucho cariño. Me pago una cantidad considerable para que te hiciera reconsiderar tus pequeños negocios y tal vez hacerte sentir una décima parte del dolor que ella siente. Lo siento por ti.

Lo volví a levantar por la guerrera, que ya estaba empezando a romperse, moviéndome para quedar de cara a la puerta abierta. Empecé a arrastrar a Vury hacia adelante, sacándolo poco a poco de la habitación.

— ¡Espera! ¡No hagas esto! —Suplico el gendarme, debatiéndose débilmente— Te daré lo que quieras, sólo tienes que pedirlo.
— Quiero que te calles la boca —Dije, y de nuevo sentí una pequeña chispa de placer malvado al ver su rostro llenarse de pánico. Luego de eso lo lancé por encima de la barandilla directamente hacia el piso inferior. Me asomé por la barandilla mientras caía y pude ver perfectamente como se estrellaba contra una mesa, rompiéndola, y como todos los demás clientes soltaban gritos de sorpresa al ver como empezaban a llover hombres del cielo. Me giré hacia la habitación, donde estaba el otro hombre que acompañaba a Vury. No me habían pagado para que le hiciera nada, pero tal vez un pequeño escarmiento le...

— El no hizo nada —Dijo una voz, y me volteé para ver a la mujer, que se había quedado cerca de la puerta pero fuera de mi campo de visión— Ya estaba en la habitación cuando el otro llegó, y lo convenció para que compartieran.
— ¿La habitación o a ti? —Pregunté. No me interesaba realmente, pero siempre venía bien saber a quién le estabas pegando una paliza.
— La habitación... el hombre estaba demasiado borracho de todas formas —Se asomó por la barandilla, donde estaba la alterada clientela y el inconsciente Vury— ¿En serio mato a alguien?

Me fijé un poco mejor en la mujer. No me interesaban las mujeres humanas, pero supuse que para sus estándares esta no estaba nada mal. Tenía la piel bronceada por el sol y un largo cabello blanco que tenía recogido en una elaborada trenza. Nunca había visto ese color en una humana tan joven, tal vez apenas una treintena de años, pero había visto cosas más raras en mi vida. El vestido no la favorecía, sin embargo; tenía el cuerpo de alguien que había tenido que trabajar en la vida, o tal vez defenderse por la fuerza, así que un vestido tan revelador no se ajustaba realmente a su cuerpo. No sabía quién era, pero al menos parecía que tenía la cabeza bien puesta sobre los hombros, y eso siempre escaseaba entre los miembros de su especie.

— Algo así —Cerré la puerta de la habitación privada y empecé a caminar hacia las escaleras. Después de un instante de duda la mujer me siguió— Lo extorsionaba, le pedía dinero para evitar investigar infracciones inventadas. Le quitaba tanto dinero que tuvo que pedir prestado. Al final no pudo pagar ni una cosa o la otra y se ahorcó.

— Eso eso horrible —La mujer parecía verdaderamente perturbada por la historia— ¿Pero eso no dejaba a su esposa sola con las deudas y la extorsión?
— El hombre era listo. Hizo que las deudas sólo cayeran sobre el, no se bien como, y de todas formas su esposa se quedó con un decente seguro de vida... Que uso para evitar ser extorsionada de nuevo.
— ¿Pagándote a ti?
— Exacto.

Baje las escaleras y cruce la mirada con el dueño, que había salido de la barra para quedarse cerca del cuerpo inconsciente de Vury. El tenía el ceño fruncido pero no parecía molesto sino meramente contraído, tal vez porque no había seguido su consejo. El resto de la clientela se había puesto en un pequeño círculo alrededor del hombre o se había alejado lo más posible de el, aunque no había visto ninguno salir del local. Supongo que la curiosidad era demasiado fuerte.

Me acerqué a Vury y agarre una jarra de cerveza a medio derramar que había en una mesa, para luego echársela en la cara. La bebida cayó sobre su rostro y le mojó aún la guerrera de gendarme, y también fue suficiente para sacarlo de su inconsciencia. Despierto entre jadeos y gemidos de dolor, agarrándose el costado con el que había recibido la mayor parte de la caída, antes de mirar hacia arriba y verme alzado sobre el. Intento levantarse torpemente, pero lo empuje al suelo con el pie e hice presión para mantenerla ahí. Dejo de moverse de inmediato, mirándome con los ojos llenos miedo y pánico.

— Muy bien Vury, esto es lo que pasará. Dejarás de ser el horrible parásito que llevas siendo toda tu vida y te volverás un miembro decente de la sociedad, o seguirás siendo el parásito asqueroso que eres ahora pero sin esa insignia de gendarme. No importa lo que elijas, porque si escucho que estás volviendo a amenazar a cualquier persona otra vez, no me voy a conformar con una simple paliza ¿me entiendes?

El asintió rápidamente, supuse que demasiado asustado para hablar, y le quite el pie del pecho. El soltó un breve suspiro de alivio antes de que yo le diera una patada en la cara, una buena incluso sin botas o zapatos que ayudarán, que le voló un diente y lo devolvió de inmediato a la inconsciencia. La gente empezó a dispersarse cuando se acabo el espectáculo, hablando o bromeando sobre lo que le había pasado al gendarme. El dueño se acercó y revisó si Vury seguía respirando o no, colocándole una mano en el pecho. Tal vez era lo más prudente; algunas personas no aguantaban bien las palizas.

— Perdón por los desperfectos —Me disculpe, pateando un pedazo de la mesa rota.
— No pasa nada, de todas formas estaba pensando remodelar un poco —Se levantó y me ofreció la mano— Y nuestro amigo aquí no es muy querido que digamos. Te debo una, orco.
— Sólo lo hice por el pago —Dije, aunque le estreche la mano de todas formas.
— Muy bien, pero siempre tendrás un trago gratis si pasas por aquí alguna vez. Ahora, si me disculpas...

Se dirigió rápidamente a la barra para volver a atender a los clientes, que parecían haberse olvidado por completo de que los hombres caían del cielo. La mujer, que había permanecido a una distancia prudente de mi hasta ahora, se acercó a Vury y le dio un golpe con el pie antes de asentir, satisfecha.

— Creo que también te debo agradecer por darle una buena lección a este.
— Sólo lo hice con el pago —Repetí, encogiéndome de hombros.
— Como tú digas, grandote —La mujer sonrió, medio burlona— ¿Ahora que vas a hacer? ¿Aprovechar ese trago gratis?
— Ya no tengo nada que hacer en este pueblo. Me voy de aquí de aquí por la mañana.
— Entonces supongo que no te importa que aproveche tu escolta en esta noche tan peligrosa.

Mire fijamente a la mujer durante un segundo. ¿Estaba... tratando de coquetear conmigo? No era común que una humana se interesará en un orco, o viceversa, pero tampoco era tan extraño como para que no sucediera. Pero no; la mujer parecía sincera en su intención de aprovecharme para espantar a cualquier matón. Así que me encogí de hombros y empecé a caminar hacia la puerta, con ella siguiendo un par de pasos por detrás.

El exterior del bar me pareció invernal y silencioso después de estar en el cálido y ruidoso interior. Me quite los guantes y los guarde en un bolsillo del chaleco. Lo bueno de usar esos guantes era que no me hacia daño en la piel cuando golpeaba, aunque por simple costumbre giré un par de veces las muñecas para asegurarme que no me hubiera hecho daño por accidente. Un golpeador que no puede dar buenos golpes no sirve de nada. La mujer me pasó por un lado y empezó a subir las escaleras lentamente.

— ¿Cual es tu nombre, orco? —Preguntó. Muchos usaban ese término de forma despectiva, pero ella parecía simplemente interesada.
— Marz, hijo de Grazz ¿cual es tu nombre, humana?
— Puedes decirme Raleiya —Respondió, haciendo una ligera reverencia en mi dirección.
— Un nombre de Targo—Note, empezando a subir las escaleras para alcanzarla— Estas muy lejos de casa, humana.
— No soy la única —Dijo simplemente, antes de detenerse en las escaleras y echarme un vistazo, sonriente— Aunque en realidad creo que estoy justo donde debo estar.

Alce una ceja y abrí la boca para preguntarle a qué se refería, pero me detuve de golpe a media palabra cuando algo me golpeó en la espalda. Tuve un segundo para alzar la mirada y ver la sonrisa de la mujer, Raleiya, antes de que otra cosa me golpeará la espalda con mucha, mucha fuerza, como si alguien me hubiera golpeado con una maza. Fue tan fuerte que me empujó contra el suelo, con el rostro pegado a los irregulares escalones.

— Vaya, funcionó —Dijo otra voz, también femenina, que estaba jadeando con fuerza. Sentía un peso sobre mi espalda, como si me estuvieran pisando con un pie.
— Conversión de energía, niña. Debiste aprenderlo antes de que te lo enseñará.

El rostro de Raleiya apareció en mi campo de visión, aunque volteando de cabeza, con su trenza rozando el suelo. Sonreía con una inocencia pícara que me dio muy mala espina.

— Hola Marz. Lo siento por este mal trato.
— ¿Quien las envía? —Gruñí, aún aturdido por el golpe— ¿El Soberano? ¿La Gendarmería? ¿Algún imbécil descontento? Que sepan que esto no se va a quedar así.
— ¿No escuchaste cuando dije que lo sentía? No trabajo para nadie. Sólo queremos hablar.
— No hay nada de que hablar, zorra.

No sabía quién eran Raleiya o quien era la otra persona que estaba a mi espalda. No sabía exactamente para quien trabajaban, y no lo quería averiguar a la manera difícil, así que tenía que quitarme a ambas de encima. Por suerte tenía algo de experiencia en salir de situaciones de vida o muerte.

Moví el brazo rápidamente y logre agarrar la pierna que me empujaba al suelo; esperaba encontrar una pierna grande y musculosa, pero esta era delgada. Eso me facilitó jalar hacia un lado y hacer que la persona perdiera el equilibrio. Con eso me pude levantar de las escaleras sin problemas. Raleiya retrocedido un par de escalones hacia arriba, alarmada, y me giré para encarar a la persona detrás de mí. Era una humana barbajan, con la tez aceituna de su gente, vestida de negro de pies a cabeza y con una especie de cuchillo en la mano. Avance hacia ella, pero por alguna razón lanzo el cuchillo hacia atrás y metió la mano en uno de sus bolsillos. Antes de que lograra hacer algo más la agarre del brazo y la empuje con fuerza para que cayera escaleras abajo. No era mucho, pero me daría tiempo para enfrentarme a la otra.

Me giré mientras subía las escaleras, pero en cuanto me encare hacia Raleiya me encontré con una espada apuntando justo a mi nariz. Me quedé muy, muy quieto, y mire hacia la mujer. Agarraba la espada, un fino estoque de acero, con la habilidad de una experta ¿de donde había sacado el arma? De cualquier forma me tenía; no podía moverme hacia ella sin que me clavará el afilado estoque en el ojo o la garganta.

— ¿Así que sólo quieres hablar? —Gruñí, mirando a Raleiya.
— Tu fuiste el que empezó la pelea, Marz. Yo solo quiero hablar contigo —Miro un momento por encima de mi hombro— ¿Estas bien, Samari?
— No —Dijo la chica, Samari, detrás de mí— Casi me rompe la cabeza contra los escalones ¿En serio necesitamos a este? Hay docenas de miles de orcos en la Federación.
— No hay muchos que estés dispuestos a colaborar conmigo, chica. Y ninguno como este.

Alce una ceja al escuchar su conversación. Raleiya hablaba como si realmente fuera su propia jefa, y era obvio que la chica la trataba con cierto respeto. Además, la chica tenía razón ¿que tenía yo para que ningún otro orco le sirviera a esta mujer? A mi pesar empecé a sentir cierta intriga.

— ¿Que quieres de mí? —Pregunté a Raleiya.
— Te lo diré si prometes no atacarnos a ninguna en lo que queda de la noche —Dijo ella, alejando un poco la punta de la espada. La miré por un segundo antes de soltar un pequeño bufido.
— Esta bien, nada de peleas.
— Perfecto.

Movió el estoque de mi rostro, colocándolo con la punta hacia arriba, antes de hacer una rápida floritura que no pude seguir con los ojos. En ese momento parpadee y, de un instante a otro, el estoque había desaparecido de su mano. Parpadee otro par de veces, confundido. Las espadas no se desvanecían en el aire así como así. A menos que...

— Eres una maga ¿no es cierto?
— Muy astuto —Dijo Raleiya, sonriendo— Pero basta de charla, vamos a hablar de negocios.

Bajo los escalones rápidamente, y de nuevo uso algún tipo de magia. O al menos eso es lo que debió haber hecho, porque a cada paso que daba su apariencia cambiaba. Primero aparecieron un par de pantalones, luego su vestido fue reemplazado por una túnica roja con una camisa blanca por debajo. En un paso sus zapatillas se convirtieron en unas botas, y al siguiente apareció en su cabeza un sombrero rojo de ala ancha. Para cuando llegó abajo y se recostó de la pared de piedra que bordeaba el agujero su apariencia había cambiado de ser la de una mujer de mala vida a una verdadera maga. Y me di cuenta que la chica ya no estaba donde había caído, como si hubiera desaparecido en la noche. Trague saliva, nervioso. Odiaba meterme con magos; sólo traían mas problemas de los que podian solucionar.

— Muy bien, mujer —Dije, manteniendo mis emociones para mi mismo— ¿Quien eres y que quieres de mí?
— Quién soy no es importante. Lo que importa es quien eres tu —Metió la mano en un bolsillo de su túnica y saco un papel— Marz, hijo de Grazz, de la tribu Pieldepiedra... ¿Es la traducción correcta? Mi orco esta algo oxidado.
— Ve al grano, maga.
— Vaya, que temperamento... muy bien, directo al grano: ¿Hace cuanto que no visitas a tu tribu? ¿Siete, ocho años?
— Diez años y ciento dos días —Me cruce de brazos, con el ceño fruncido— ¿Que tiene que ver eso con nada?
— Nada, sólo me parece impresionante que hayas durado tanto teniendo en cuenta la cantidad de asesinos que ha enviado el Soberano detrás de ti. Según mis cuentas fueron unos doscientos catorce, eso sin contar a los matones que contrato para hacer el mismo trabajo.

Sus palabras me preocuparon. Pocas personas sabían de mi exilio involuntario y del ansia que tenia el Soberano de ver mi cabeza clavada en una pica, y todas las personas que sabían también me querían muerto; era como una especie de esfuerzo conjunto para asesinarme.

— Si, el Soberano no me tiene cariño, precisamente ¿y que?
— Bueno, la cosa es que has pasado los últimos diez años haciendo unos cuantos trabajos realmente interesantes, como el golpe de Rivan o las guerras de las mafias de enanos... Trabajos peligrosos para gente peligrosa, y todo ello mientras evitabas a los asesinos detrás de ti. Es un currículum impresionante.
— ¿Es quieres de mí? ¿Que haga un trabajo para ti? —Me relajé un poco; este tipo de cosas eran más fáciles de manejar.
— Eso, y mucho más —Raleiya saco una moneda de su bolsillo y me la lanzo. La agarre en el aire; era una moneda de tamaño común, pero sin ninguna marca de acuñación en ella— Estoy reuniendo un pequeño grupo, un equipo, par a hacer unas cuantas cosas bastante peligrosas. Llevas años moviéndote en secreto, siempre yendo de un lado a otro para evitar que te atrapen, haciendo trabajos menores para seguir adelante. Yo puedo ofrecerte lo que más deseas.
— ¿Y que es lo que más deseo, oh poderosa maga?
— La posibilidad de matar a tu Soberano.

Inhale aire profundamente, sintiendo un acceso de pánico. Mire a la mujer y note que sonreía con esa misma inocencia pícara de antes. Su actitud era despreocupada y tranquila, como si no hubiera destapado el mayor secreto que poseía.

Durante años, entre viajes y peleas, una idea había fraguado en mi mente. Una idea loca y casi imposible de llevar a cabo. No solo implicaba traicionar todo sentido de honor orco, sino también un suicidio casi seguro. Pero la idea de matar al Soberano era la única que se me había ocurrido para recuperar la vida que llevaba antes de que todo saliera terriblemente mal. Ni siquiera estaba seguro de que funcionara, pero era eso o pasarme la vida vagabundeando hasta ser asesinado.

Mire a Raleiya fijamente. Sabía algo que nunca le había dicho a nadie, un plan que me había quedado para mi durante más de una década, y decía que podía ayudarme a cumplirlo. Y me sorprendí a mi mismo pensando en que le creía; esta maga era peligrosa, pero no parecía albergar insinceridad alguna en ella. Y si lo único que tenía que hacer era golpear a algunas personas... ¿Que es lo peor que podía pasar?

— Muy bien, me voy a unir a este pequeño grupo tuyo.
— Excelente —Raleiya sonrió y se apartó de la pared para empezar a subir de nuevo las escaleras— Supongo que tienes muchas ganas de matar a ese Soberano tuyo ¿no?
— No tienes idea —Murmure.
— Creo que si la tengo —Se río entre dientes; me parecía demasiado entusiasta para ser una especie de criminal mágica— Ahora vámonos, aún necesito tu escolta en esta noche tan peligrosa.

Empezó a caminar por la calle sin esperar a que respondiera. Me giré un segundo hacia el local, donde Vury el gendarme todavía estaría apaciblemente inconsciente después de la paliza que le había dado, y me pregunté a mi mismo quien había tenido más suerte está noche. Pero al final inhale profundamente y empecé a seguir a la maga por la oscura calle del pueblo, con la impresión de que mi vida se iba a volver muy interesante.

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