La mansión que dominaba una colina de aquella pequeña ciudad costera tenía todas las cualidades para poder llamarla hermosa. La fachada del edificio estaba construida con ladrillos rojizos, con los marcos de las ventanales y las esquinas redondeadas como columnas construidas en algún tipo de piedra blanca, y el techo consistía en madera negra que apenas se distinguía en la oscuridad de la noche. Los grandes ventanales dejaban ver un interior lujoso decorado mayormente en tonos blancos y de tanto en cuando se podía ver algún guardia o criado caminando por los pasillos. La mansión tenía anexas unas caballerizas y un par de casas bastante más humildes, todo ello rodeado por un bosquecillo plantado cuidadosamente y un alto muro de ladrillo coronada por rejas metálicas. La única forma de entrar en los terrenos de la mansión era por una reja que tenía un puesto de guardia cerca, y otros tantos guardias vigilaban alrededor del muro. Por si fuera poco, la carretera hacia la parte superior de la colina estaba bien iluminado y hacia imposible acercarse sin ser vistos. Era una mansión hermosa y bien resguardada, un objetivo muy difícil de robar para cualquiera. «Al menos cualquiera que no sea yo». Sonreí y tiré el catalejo robado a la calle mientras paseaba por el tejado de una casa de la ciudad, repasando mi plan mentalmente.
La familia rica que vivía en la casa se había jactado hacia no mucho de haber comprado una valiosísima obra de arte de Galara, una artista ciega que había aprendido a pintar por el tacto, y al mismo tiempo habían reforzado su seguridad para que nadie pudiera robarla. Ambas cosas eran una invitación elegante pero obvia para que yo les hiciera una visita y había pasado las uñas cuantas semanas preparando el plan para entrar en la casa. De inmediato había descartado escabullirme sin más en la casa o pasar disfrazada de criada; todo el que entraba era registrado cuando llegaban y cuando se iban, además, las patrullas eran demasiado complicadas de evitar como para que valiera la pena. Así que había pasado a mi segundo método de entrada favorito.
Caminé lentamente por el tejado mientras me ajustaba la holgada ropa negra, unos pantalones y camisa junto a una capa con capucha para darme estilo, y me coloqué en la señal roja que había dibujado en el tejado. También había dibujado una flecha indicando la dirección a la que debía apuntar y me había dejado a mi misma un papel con instrucciones garabateadas que explicaban detalladamente los cálculos de distancia, ángulo, condiciones climáticas y detalles sobre la mansión para que no se me olvidarán en el peor momento posible. Era una noche oscura y nublada, con un fuerte viento marino haciendo ondear mi capa en una dirección prácticamente recta hacia la mansión. Los últimos peatones en las calles se estaban metiendo en la seguridad de sus casas y las luces en las ventanas se fueron apagando a medida que la ciudad empezaba a dormir. Era el momento ideal para llevar a cabo un pequeño robo.
En los últimos cinco años me había ganado una reputación. Una ladrona invisible, que aparecía y desaparecía tan rápido que muchos dudaban que siquiera había estado allí, pero que de todas formas vaciaba sus bolsillos de todo contenido, literalmente o no. Tenía muchas hazañas de las que estaba orgullosa, como aquella vez que había robado todos los abrigos de gala de una cena de caridad y luego los había colgado como banderas en los cuarteles de la Gendarmería, o la vez en la que logre robarle el anillo que simbolizaba su cargo a un consejero imperial mientras buscaba compañía femenina. La gente común me había apodado "El Fantasma", aunque las personas a las que robaba o que tenían el trabajo de atraparme usaban apodos menos halagadores, y me enorgullecía haber conseguido tal fama antes incluso de cumplir los veinte.
Mire a lo lejos, hacia la mansión en su colina, y vi como las luces de la habitación de la pareja de adultos se apagaban justo a la hora indicada. Los criados siempre terminaban sus labores antes de eso, y los guardias dejaban de patrullar el interior de la casa justo después. Me ajuste la ropa una última vez y me coloqué un par de anillos de oro y plata que iba a necesitar para el trabajo. El de oro me hacia levemente transparente a los ojos de una persona, ideal para infiltrarse en la oscuridad, y el de plata me permitía ver perfectamente cuando había muy poca o ninguna luz en una habitación; la noche repentinamente había adquirido la iluminación típica de un día nublado. Eran mis dos joyas favoritas, aunque tuve que desviar un poco la mirada para evitar la luz de las farolas de la calle, ahora demasiado brillantes para mis ojos.
Solo entonces agarré mi daga y la saque de su vaina, inspeccionando la hoja y la empuñadura con la experiencia de los años. Estaba hecha por completo de un extraño metal negro, con grabados blancos en forma de olas que iban desde la punta hasta la base de la empuñadura. Agarre la daga por la hoja, con mis manos protegidas por unos guantes para que no resbalará accidentalmente, y leí brevemente en mis notas cualquier posible variación que pudiera haber en mi plan.
La mansión estaba a unos cincuenta metros colina arriba y el viento no había cambiado en lo más mínimo, pero tampoco parecía que fuera a llover, así que probablemente era seguro hacer el lanzamiento. Me puse en posición, con el cuchillo firmemente agarrado entre mis dedos, inhalando y exhalando en un ritmo calmado, revisando el ángulo y asegurándome de que la distancia fuera la correcta una y otra vez. Si me había equivocado en algo, o si algo salía mal, las consecuencias podían ser nefastas.
Finalmente, matando el pequeño asomó de nerviosismo que empezaba a sentir, expulse mi aliento y arroje el cuchillo a la oscuridad con todas mis fuerzas. Me agache en el tejado mientras contaba mentalmente los segundos, agarrando los papeles con mis notas y guardándolos en un bolsillo. Permanecí quieta y en agazapada en el suelo mientras me preparaba para el momento en el cual el cuchillo golpeará su objetivo, un tenso segundo a otro, hasta que finalmente ocurrió. Y en ese momento fue cuando me desvanecí.
Todo a mi alrededor se convirtió en una neblina oscura e indefinida mientras sentía como algo tiraba con fuerza de todo mi cuerpo hacia la dirección en la cual había lanzado la daga. Mi propio cuerpo se desvaneció en la nada absoluta, como una niebla indistinguible de lo que me rodeaba, pero aún así sentía aquella fuerza jalando de mi cuerpo incorpóreo. A mi alrededor podía ver formas y siluetas que se movían en la neblina como si fueran fantasmas, algunas diminutas como insectos, otras gigantescas como montañas; siempre las veía, pero no sabía bien lo que eran. Unos instantes después de que el cuchillo golpeará su objetivo todo había acabado, con mi cuerpo volviéndose sólido de nuevo y el mundo a mi alrededor recuperando una forma definida. Tenía la daga aferrada en mi mano y no pude evitar que un pequeño jadeo se me escapará de los labios. Aquel truco con la daga no resultaba agradable, pero me había ayudado mucho a alcanzar mi buena reputación, así que valía la pena la incomodidad que representaba.
Mire rápidamente a mi alrededor y note, con cierto alivio traicionero, que estaba agazapada sobre el tejado oscuro de la mansión. La daga se había clavado limpiamente en la madera sin ningún sonido y sin que ningún guardia hubiera visto aquel pequeño objeto volar hasta la mansión. Sabía, por mis bizarros experimentos con la daga, que una del mismo peso y forma no podía ser lanzada a cincuenta metros y clavarse tan bien en una superficie dura, pero al parecer aquella daga le tenía rencor a las leyes de la física. Me guarde la daga en su cinto mientras me acostaba con cuidado en el techo para disimular lo más posible mi posición, tomando mis notas para revisar la disposición de la mansión.
La forma más fácil de entrar al estudio donde estaba guardada la pintura de la ciega era por la chimenea, ya que el balcón siempre tenía una lámpara para iluminarlo. Ni siquiera mi anillo iba a evitar que me vieran con esa iluminación tan directa. Me giré y empecé a moverme lo más silenciosamente que pude por el techo, revisando si alguna de las tablas de madera por las cuales iba a pasar rechinaba y cambiando mi trayectoria en consecuencia. De tanto en cuanto revisaba la posición de los guardias y de cualquier criado entrometido que pudiera andar fuera de la mansión, pero nadie miró al tejado ni una sola vez. Ellos no se esperaban que una ladrona se saltara toda la seguridad que había en el perímetro y se lanzará directamente hacia el tejado, a pesar de que seguramente les hubieran indicado que hicieran todo lo posible por evitar que alguien entrará y cosas como esas que los guardias nunca obedecían.
Finalmente llegué hasta la chimenea de ladrillo y me alce un poco para poder ver al interior. No se alzaba demasiado sobre el tejado y no había ninguna llama encendida que pudiera implicar un peligro para mi, y además era un poco más amplia de lo que me esperaba, así que no tendría que bajar colgando de los pies como me lo tenía planteado. Aseguré la capa y el cinto de la daga para que no me estorbaran y me subí al borde de la chimenea, colocando los pies firmemente contra uno de los lados interiores, y luego me deslice hasta que logre que mi espalda baja quedará pegada al otro lado del interior de la chimenea, con los brazos haciendo presión a los lados. Era una postura muy peligrosa que podía terminar conmigo cayendo de golpe hasta el fondo de la chimenea, pero lo había practicado tantas veces que en aquel momento el acto de empujar con mis piernas mientras arrastraba la espalda, para luego hacer lo mismo pero a la inversa, resultaba perfectamente natural.
Poco a poco fui bajando la sucia chimenea llena de manchas de humo y hollín, alegre de llevar ropa negra para la ocasión, mientras miraba hacia arriba de tanto en cuanto para asegurarme que nadie iba a vaciar un balde de agua encima o algo así. Cuando por fin me coloqué en el fondo de la chimenea llena de ceniza me dolían las piernas y la espalda por culpa del esfuerzo, pero me contorsione un poco para asegurarme que no hubiera nadie en la habitación antes de salir lentamente y limpiar un poco la suciedad de mis manos. Mirando alrededor pude notar que el estudio era el típico sitio en el cual los ricos atienden asuntos importantes, con un gran escritorio sin nada en el que indicará su uso diario y varias sillas de aspecto incomodo encaradas a ese mueble, con un par de sillones de aspecto cómodo que miraban a la chimenea para reuniones más amigables o informales. El único aspecto no-típico de la decoración era un oso disecado colocado en una esquina de la habitación, el cual incluso me intimidaba un poco, y la pintura que había en la pared detrás del escritorio.
Caminé lo más rápido y a la vez lo más silenciosamente que pude hasta ella y me tomé un segundo para admirarla. «No esta mal» pensé; la pintura mostraba un río que desembocaba en el mar, pero el mar era al mismo tiempo el sol, así que se creaba un efecto raro pero que parecía bastante artístico. Me pregunté, mientras la descolgaba con cuidado de la pared, cómo había hecho la artista para pintar aquello tan perfectamente. Tal vez tenía algún método mágico para pintar, aunque no conocía ninguno que fuera tan bueno como para hacer una pintura así. Le di unas cuantas vueltas al tema mientras cortaba la pintura usando una pequeña navaja, dejando el lienzo como largos listones que colgaban del marco y que hacían la pintura varias veces más abstracta, además de reducir su valor a cero, antes de devolverla cuidadosamente a su sitio.
Empecé a revisar los cajones del escritorio mientras contaba mentalmente el tiempo que faltaba para la medianoche, momento del cambio de guardia y mi ventana de huida perfecta. En los cajones encontré un par de anillos y joyas varias que lancé por la habitación como si fueran guijarros, unos papeles que detallaban los negocios del tipo rico al que pertenecía la mansión, y dentro de un cajón cerrado con llave me topé con docenas de cartas entre ese mismo tipo y su amante, que también tiré por toda la habitación para ver si hacia una relativamente buena acción aquella noche. Finalmente abrí un compartimento oculto disimulado como parte del suelo bajo el escritorio en donde encontré, guardada dentro de un cilindro metálico, la verdadera obra de arte de la artista ciega. Sonreí con satisfacción mientras me colgaba la obra al hombro y cerraba cuidadosamente el compartimiento de la misma forma en la que lo había abierto. Me pregunté si el tipo rico iba a estar mas molesto por la pintura falsa, por la pintura verdadera, por las cartas de infidelidad, o...
— Vaya, eres buena —Dijo una voz justo detrás de mí.
Mi cuerpo se movió por instinto. Saqué la daga y la lancé al otro lado de la habitación mientras agarraba la navaja. La daga golpeó el suelo, mi cuerpo y la habitación se convirtieron en un borrón oscuro hasta que un instante después reaparecí agarrando la daga clavada en la pared del otro lado de la habitación. Contuve las náuseas por el repentino cambio de estado, saque la daga de la madera y me giré para poder ver quien me había hablado, pero no había nadie allí. «Pero estoy segura que escuche a alguien, así que... ¿Donde esta?».
— En parte pensaba que eras una estafa —Dijo la misma voz a mi lado. Sisee y retrocedí de un salto hacia la puerta del balcón, mirando a todas direcciones. No había nadie allí tampoco— O que tal vez usabas algún tipo de truco. Pero veo que me equivoqué.
«Tengo que salir de aquí». No sabía quién o qué me estaba hablando, pero si estaba allí tal vez podía dar la alarma y mandar al traste todos mis planes. Intenté abrir la puerta del balcón, pero estaba cerrada con llave y era inútil que intentará abrirla con el hombro, así que en su lugar agarré una de las sillas frente al escritorio y la lancé contra la ventana.
— Yo no haría eso si...
La silla rebotó contra la ventana, como si fuera una pelota de goma, y me golpeó antes de que tuviera tiempo de esquivarla. El golpe me dio justo en el pecho y me tiro al suelo. No sabia si mi fuerza era tan grande o si la silla al rebotar agarró más impulso, pero el golpe dolió en serio. Aparte la silla y me levanté lentamente del suelo, dolorida, mientras intentaba buscar frenéticamente una salida a la situación en la que me había metido. ¿Era una trampa? ¿O me había topado con un espíritu maligno? No lo sabía y no tenía ganas de averiguarlo.
— Te lo dije —Dijo la voz, ahora saliendo de algún lugar cerca de la ventana que no había podido romper.
Me levanté y logre alcanzar la puerta que daba al pasillo. Seguramente alguien me escucharía, si no lo habían hecho ya, pero decidí que prefería lidiar con los guardias y gendarmes antes que con la cosa que había en aquella habitación. Pero cuando intenté abrir la puerta me encontré con que también estaba cerrada. Apreté los dientes y saque una ganzúa para intentar forzarla, pero se rompió ni bien entró en el hueco de la llave. Me giré hacia la habitación vacía, daga y navaja en mano, mientras buscaba una vía de salida. La chimenea podría servir, aunque era posible que tuvieran a alguien esperando en el tejado o que el espíritu me siguiera hasta arriba. Pero era la menor opción que me quedaba.
Alce la mano para lanzar la daga hacia la chimenea, pero antes de que pudiera lanzarla algo me agarró la muñeca y me empujó contra la puerta. Intenté moverme, pero lo que me agarraba lo hacía con la firmeza de unas esposas bien ajustadas.
— ¿Ya tuviste suficiente? —Dijo la voz en tono divertido.
— ¿Que eres? —Pregunte, mirando por toda la habitación. Esta vez la voz no parecía venir de ningún lugar concreto— ¿Porque me acosas de esta forma?
— Porque, Telayah Samari —Me quedé helada. Ese era mi nombre, mi verdadero nombre, uno que no había usado en más de cinco años— Tu tienes algo que yo necesito.
Trague saliva y me puse a pensar. Esta persona necesitaba algo de mi (ahora sabía una persona; dudaba mucho que un espíritu tuviera cualquier tipo de necesidad) y podía usar eso a mi favor. Si lograba engañar a la persona detrás de esto tal vez podría huir a la ciudad con mi botín. Por otra parte, esta persona conocía mi nombre verdadero, así que debía de haber indagado mucho más profundamente de lo que nadie había logrado en mi vida y mi carrera como ladrona. Tendría que andar con mucho cuidado y no dudar ni un instante. Así que asentí lentamente, mirando a la habitación aparentemente vacía, intentando que mi vista abarcará todo el espacio posible.
— Primero que soltarme y mostrarte ante mi —Dije.
— Me parece justo.
La fuerza que me retenía la muñeca contra la puerta desapareció y la giré un poco para comprobar que no estaba lesionada antes de volver a mirar a la habitación.
— ¿Y bien? —Pregunte, dando un par de pasos al centro de la habitación— ¿Donde estas?
— Creo que primero nos vendría bien un poco de iluminación —Dijo la voz relajadamente.
De repente, antes de que tuviera tiempo de protestar, la habitación estalló en una luz tan intensa que tuve que cerrar los ojos para no quedarme ciega. En mi visión habían aparecido manchas de colores por culpa de un cambio de iluminación tan repentino y me vi obligada a quitarme el anillo de plata. Cuando abrí con cuidado los ojos la iluminación de la habitación era bastante más normal, con las lámparas de las paredes y el fuego de la chimenea haciendo que los detalles de la habitación se vieran incluso más elegantes y genéricos.
Parado frente a la puerta del balcón había un hombre con túnica y capucha negra, con las manos detrás de la espalda, al que no le lograba ver del todo la cara. Separó las manos y las colocó hacia los lados como si quisiera darme un abrazo.
— Bueno —Dijo con una voz ronca y extraña— ¿Que te parece si-?
No lo deje terminar. Le lancé la navaja y la daga al mismo tiempo, y antes de que siquiera pudiera reaccionar ambas se clavaron en su pecho. La daga no me desvaneció hacia el porque no era esa la intención con la que la había lanzado. El bajo la mirada oculta por la capucha por un instante antes de derrumbarse contra la puerta y deslizarse hasta el suelo. Caminé con cuidado hasta el, observando sus manos y su pecho para ver se movía, antes de darle una buena patada en las costillas. El no se movió ni reaccionó de alguna manera, y por fin pude sonreír con satisfacción y cierto alivio. «Te metiste con la chica equivocada, amigo». Me agache para revisar sus bolsillos, pero la túnica que usaba no parecía tener ninguno, así que eché la capucha hacia atrás.
Solté un siseo y salté hacia atrás en cuanto le vi el rostro: Su cara era sólo una boca sin labios y unos ojos sin párpados que habían quedado en blanco después de morir. No tenía cejas ni nariz, su piel era demasiado pálida para llevar solo unos cuantos segundos muerto, y su cráneo tenía una forma achatada que parecía fruto de algún tipo de mutación «Por mis Ancestros, ¿que es...?».
— No puedo creer que hayas matado a Jimbo —Dijo alguien a mi lado, y me giré rápidamente mientras me echaba hacia atrás. Parecía que llevaba toda la noche recibiendo sorpresas.
La mujer que había aparecido a mi lado parecía bastante normal. Tenía un rostro joven con todas sus partes donde debían estar y su piel estaba levemente bronceada por el sol. Tenía ojos verdes y los labios pintados de rojo, con una expresión contrariada en el rostro mientras miraba el cadáver, ensombrecida por culpa de un sombrero rojo escarlata de ala ancha. Iba vestida con una túnica del mismo color rojo escarlata que le llegaba hasta medio muslo, ajustada a la cadera con un cinturón blanco, junto con una capa de viaje que tenia el mismo color rojo de la túnica. Debajo de la túnica llevaba unos pantalones blancos y botas de suela metálica, con una daga colgando de su cinturón y una varita saliendo de uno de sus bolsillos. Me quedé mirándola sin saber bien qué hacer. ¿Aquella mujer era la que había estado jugando conmigo? ¿O sólo era otro señuelo que usaba la persona que estaba detrás de todo?
— ¿Porque mataste a Jimbo? —Preguntó la mujer, señalando al cadáver mientras me miraba con el ceño fruncido. Sus gestos y su indignación parecían muy humanos— Era su último día antes de retirarse. Incluso le diste una patada después de matarlo, que grosería.
— No pasa nada, señora —Dijo "Jimbo", y mire con sorpresa como el cadáver movía sus inhumanos labios— Recuerde que no siento dolor.
— Callado, Jimbo —Dijo la maga con un pequeño suspiro— Se supone que estás muerto.
— Lo siento, señora.
«Por todos los Ancestros». Retrocedí un par de pasos hacia atrás. No sabía que tipo de magia usaba esa mujer, pero estaba totalmente segura de que no lo quería averiguar. Me llevé las manos a la funda de mi daga, antes de recordar que estaba clavada en el cadáver. Pero en cuanto miré el pecho de Jimbo no vi la daga enterrada en su pecho, sólo la pequeña navaja.
— ¿Buscas esto? —Alce la mirada y vi a la mujer con la daga equilibrada por la punta sobre su dedo.
— ¿Como es que...?
— Distracción, señorita Samari —Sonrió, divertida, mientras hacía un gesto hacia Jimbo— Es una lección que los ladrones como usted aprenden pronto ¿no?
Inhale profundamente para no dejarme llevar por el pánico. Sin la daga estaba complementamente pérdida, atrapada entre esta mujer y el montón de guardias de la mansión. Mire la navaja que seguía clavada en Jimbo, pero la maga chasqueo la lengua y devolví mi atención a ella.
— Te sugiero que no intentes nada imprudente —Dijo con seriedad antes de volver a sonreír— No soy tan fácil de matar como nuestro buen amigo Jimbo.
— ¿Que quiere usted de mí? —Dije en el tono más desenfadado y desafiante que pude— ¿Como es que sabe mi nombre?
— Directo al grano, me gusta—Murmuró ella, riendo entre dientes— Bien, vamos a sentarnos y hablar de negocios.
Hizo un gesto rápido con la mano y ambos sillones encarados a la chimenea se movieron por el suelo hacia nosotras, situado uno frente a otro. Ella se sentó con las piernas cruzadas y se puso a inspeccionar la daga detenidamente, moviéndola y examinando la hoja a la luz de las lámparas. Me senté con cautela mientras examinaba la expresión de la mujer «¿Quien es ella, para empezar?».
Las personas con capacidades mágicas de algún tipo no eran raras, pero pocas de ellas se podían considerar magos propiamente dichos. Se necesitaba que otro mago te adiestrará y tener conocimientos en las numerosas artes mágicas antes de que otros magos reconocieran a la nueva inclusión a sus filas. Esta mujer evidentemente sabía mucho más de lo que aparentaba con su actitud desenfadada, y no tenía ni idea de que era lo que quería ocultar. Pero si me había dejado viva significaba que seguía necesitando algo de mi, y aún podía usar eso a mi favor.
— Bonita daga —Dijo la mujer, girándola entre sus dedos— No había visto una real en mi vida, sólo replicas de replicas ¿A quien se la robaste?
— ¿Porque cree que la robe? —Pregunte con el ceño fruncido.
— Porque es lo que se te da mejor, Samari. Ahora responde.
— Se la quité a un condenado —Respondí, con la espalda rígida. No me gustaba como esa mujer me seguía recordado que sabía mi nombre y sabrían mis Ancestros que más— Los inspectores sólo tienen permiso para entrar en sus casas un día después de la ejecución, así que yo iba un día antes y me llevaba todo lo de valor. En una de esas casas encontré la daga.
— ¿No sabias lo que podía hacer? —La mujer parecía genuinamente sorprendida por eso. Me hizo sonreír por dentro saber que no era tan infalible como aparentaba.
— Al principio no —Me encogí de hombros— Pero un día estaba... irritada con alguien, tiré la daga contra la pared y me llevo hasta ahí. Después de un tiempo entendí que la daga permitía desvanecerse para aparecer en otro sitio, así que empecé a planear mis robos con eso en mente.
— Comprendo —Se mordió el labio inferior, pensativa, y luego negó con la cabeza— Tienes suerte que nadie más haya descubierto que tu eres la portadora de la daga. Hay muchos grupos interesados en armas como está, y todos ellos te hubieran matado sin pensarlo dos veces para obtenerla.
— ¿Grupos como el suyo? —Dije sin más, intentando agarrarla con la guardia baja.
Ella sonrió y se levantó del sofá, lanzando la daga al aire y luego agarrándola por la hoja. Me di cuenta que aquella mujer se movía un poco demasiado rápido; sus reacciones parecían levemente adelantadas a lo que ocurría. Luego caí en que llevaba varias joyas: un anillo, dos pares de pendientes, y un collar que ocultaba bajo la túnica. Supuse que aquellas joyas debían ser mágicas y no pude evitar asentir una leve admiración por esa mujer. Me había llevado años hacer correctamente cada uno de mis anillos, y ella tenía un juego de joyería completo para si misma. Definitivamente esta mujer era mucho más peligrosa de lo que aparentaba.
— Te equivocas, Samari —Sonrió y me ofreció la empuñadura de la daga— Yo no estoy interesada en el arma, sino en la persona que la usa.
— ¿Porque tanto interés en mi? —Pregunté, mirando alternativamente su rostro y la empuñadura de la daga— Ya respondí sus preguntas, ahora responda la mía: ¿como sabe quién soy?
— Sobre todo gracias al papeleo —Dijo ella casualmente, agitando mi daga de un lado a otro mientras hablaba— Es increíble cuanto se pierde en medio de la burocracia federal, pero después de un tiempo aprendí a buscar lo que necesitaba en los archivos. Descubrí esta pequeña caravana de mercaderes que viajaban entre los puertos de las Costas Blancas y las ciudades interiores. Descubrí que había un grupo de bandidos a los cuales la Gendarmería no lograba echar el guante, que se escondían cerca de un camino poco transitado pero que servía de atajo entre un oasis del desierto y la carretera principal para comerciantes. Descubrí que una pequeña caravana de mercaderes había sido atacada en ese mismo camino por ese mismo grupo de bandidos, y luego descubrí...
Ella dejó de hablar y me di cuenta que estaba temblando. Hacia mucho tiempo que no pensaba en todo eso, en los pocos recuerdos que tenía de esa época dura pero feliz de viajes entre ciudades exuberantes a través del calor del desierto. Lo único que recordaba eran los gritos, el fuego, y la sangre, o los tiempos duros y desgraciados que siguieron a ese incidente. Apreté los puños e intente dejar de temblar, sin fijar la mirada en la mujer, pero sentía perfectamente como su mirada si estaba fija en mi.
— Descubrí —Continuó, en un tono más respetuoso— Que no había habido sobrevivientes. Luego descubrí que era mentira, porque cuando la Gendarmería finalmente atrapó a los bandidos, encontraron a dos personas en su guarida: El jefe de la caravana, Telayah Taroka, su pequeña hija, Telayah Samari.
— ¿Eso es todo? —Murmure con los dientes apretados, odiándome a mi misma por reaccionar de forma tan estúpida. Todo eso había pasado hacia mucho... pero aún dolía, y no podía engañarme a mi misma en eso.
— Creo que tu sabes bien como sigue esa historia —Dijo ella con amabilidad— Pero lo que importa es que logre seguirte el rastro antes que cualquier otro lo hiciera, y que logre atraparte para ofrecerte mi invitación.
— ¿Como me atrapaste aquí? —Pregunté, y luego me di cuenta de que tenía una pregunta mas importante— ¿Que invitación?
— Pensaba que nunca harías esa pregunta.
Ella sonrió y enderezó la espalda, sacando la varita de su bolsillo y haciéndola rodar entre sus dedos antes de romperla con una sola mano. Dentro de la madera había un pequeño papel doblado que ella sacó y estiró, aclarándose la garganta antes de empezar a leer.
— Estoy reuniendo un equipo —Dijo, sonriendo con ironía, aunque no sabía bien porque— Compuesto de personas con las capacidades y actitud necesarias para el tipo de trabajos que tengo en mente. Personas capaces de burlar al destino y esconderse de la muerte. Personas como tú —Me señaló de nuevo con la empuñadura de la daga— El trabajo es peligroso, ilegal en su mayor parte, no tiene pensión de retiro y no nos hacemos cargo por los gastos del funeral ¿Alguna pregunta?
— ¿Tu...? —Parpadee un par de veces. No pensaba que mi noche se pusiera poner peor o más rara, pero al parecer me equivocaba— ¿Leíste eso del papel?
— Aún no me lo he aprendido —Se encogió de hombros, guardándose el papel en un bolsillo— Pero eso no importa ¿que te parece mi oferta, Samari?
Me quedé mirando la daga durante un momento mientras pensaba. Era evidente que aquella mujer estaba al menos un poco loca, aunque eso no hacia que fuera menos peligrosa, y si me había encontrado una vez a pesar de todas mis precauciones sin duda podría encontrarme una segunda. Si era cierto que había más gente buscándome a mi y a la daga entonces me convenía estar cerca de personas como ella. Y me tuve que admitir a misma que tenía sincera curiosidad por lo que planeaba hacer esta extraña y vivaracha maga vestida de rojo. Así me trague mi renuncia y agarre la empuñadura de mi daga.
— Muy bien, estoy dentro —«Mas me vale no estar haciendo algo estúpido».
— Excelente —Dijo la mujer, sonriendo ampliamente— Estoy segura que seremos un gran equipo.
— Aún no me has dicho tu nombre —Dije con el ceño fruncido. Tenía la certeza que iba a acabar harta de la maga.
— Por supuesto ¿donde están mis modales? —Se echó un par de pasos hacia atrás e hizo una perfecta reverencia— Raleiya Le Gall, primera y única maga de sangre del Pilar de Grindhall, a tu servicio.
— ¿Que es la magia de sangre? —Pregunté, por primera vez en toda la noche sintiéndome más curiosa que confundida. No conocía ninguna arte mágica llamada de esa forma.
— No tendría gracias explicártelo, joven Samari.
Raleiya se quitó el sombrero y dejo que su cabello, blanco y liso, cayera sobre sus hombros. Me pregunté si su cabello tendría ese color por un experimento fallido o por alguna maldición, aunque a ella no parecía importarle. Desde el fondo de su sombrero saco una pequeña bolsa con monedas, que puso sobre el escritorio.
— ¿Crees que esto será suficiente para asegurar el silencio de mi amigo noble? Al final y al cabo, me dejó usar su estudio como ratonera.
— ¿El tipo que vive aquí sabía que lo iba a robar? —Pregunte con el ceño fruncido. Podía soportar muchas cosas, pero no que mancillaran mi reputación profesional.
— Yo lo sabía, o al menos lo supuse, y actúe en consecuencia —Pateo una de las cartas que había arrojado al suelo— Dudo mucho que a su esposa le guste nuestra pequeña aventura, pero ese no es mi problema.
— Espera... ¿Tu eres la amante del tipo rico?
— Eso es lo que el creé, si. Es increíble lo que unas cuantas ilusiones y un poco de sugestión pueden hacerle a una persona —Raleiya se rió al ver la cara de que había puesto mi sobrecargado cerebro— Pero es mucho más increíble lo que esas personas pueden ofrecerte si las chantajeas un poco ¿Nos vamos?
Chasqueo los dedos y la habitación volvió a quedar en la penumbra cuando las luces y la chimenea se apagaron una por una. Jimbo el cadáver murmuró una despedida antes de empezar a desvanecerse ante mis ojos, con su ropa y su cuerpo volviéndose humo rápidamente hasta que sólo quedó mi navaja en el lugar donde había estado el. Los sillones y la silla volvieron su sitio, pero las cartas y la joyería variada que yo había tirado por la habitación siguieron desperdigadas sin orden ni concierto. Mire aquel despliegue casual de magia sin saber si sentirme impresionada o nerviosa, al menos hasta que el oso volvió a la vida.
El enorme animal movió su enorme silueta, estirando sus patas delanteras hacia arriba y mostrando el pecho peludo a la habitación. Retrocedí un poco al verlo, pero el animal parecía seguir tan muerto como antes. Me di cuenta que era mucho más grande de lo que había supuesto en un primer momento, y me coloqué mi anillo de visión nocturna para poder echarle una mirada consternada a Raleiya.
— ¿Esta cosa es tuya? —Pregunté, acercándome a ella sin dejar de mirar al gigantesco oso.
— En realidad es prestado —Murmuro ella mientras movía un par de dedos en dirección al oso. Luego agarró el puñal en su cinturón y lo apuñaló en la parte superior del pecho, para luego abrirlo en canal hasta abajo— Y espero que no me lo cobren muy caro.
Se guardó el puñal y separó la piel cortada del oso para revelar... un vacío. En le pecho del oso se abría un gigantesco agujero que parecía no llevar a ninguna parte y que por alguna razón olía ligeramente a azufre. Raleiya apartó la piel con un par de tirones extras y dejó suficiente espacio para que cualquiera de las dos pudiera pasar sin problemas.
— Las jóvenes primero —Dijo con una sonrisa ligeramente malvada.
—Tengo una última pregunta —Dije, mirando aquella extensión de absolutamente nada que había dentro del oso— ¿Que pasa si decido retirarme de esta locura tuya? ¿Que pasa si intento escapar de ti?
— Eres libre de irte cuando quieras —Se encogió de hombros mientras se calaba su sombrero— Aunque por supuesto te tendré que borrar la memoria todo rastro de nuestras actividades. Por otra parte...
Raleiya se inclinó hacia a mi, sin ningún rastro de jovialidad en su semblante, mirándome a los ojos con seriedad mortal. Me di cuenta, tal vez demasiado tarde, de que no le había preguntado que tipo de trabajo quería que hiciera. Trague saliva y le sostuve la mirada a la maga que había jugado conmigo apenas unos minutos antes.
— Si intentas huir de mi, o si intentas traicionarme, te voy a matar. Voy a arrancarte el alma y me voy a crear un nuevo Jimbo con ella, y voy a dejar tu cuerpo profanado colgando frente a la casa de tu padre para que todos sepan quién es el siguiente ¿esta claro eso?
— Si — Murmure, desviando la mirada de la intensidad de sus ojos.
— Perfecto.
Se enderezó, colocándose el sombrero de nuevo, y sonrió amigablemente como si no hubiera amenazado mi alma y a toda la familia que me quedaba. Volvió a señalar el agujero con olor a azufre.
— Entra, Samari. Tenemos mucho trabajo que hacer.
«Ahora si que estoy metida en un buen lío». Inhale profundamente, asegurándome de tener mi daga bien asegurada en su funda, y me lancé de cabeza a la oscuridad.
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