domingo, 28 de junio de 2020

Novatos: El Puño

El viejo y destartalado local llevaba el nombre de "Él Ogro Sediento" y era tan feo como la criatura que le daba nombre. Era un edificio de dos pisos construido en un agujero excavado en el suelo, como la mayor parte de los edificios de las Llanuras, con las paredes del agujero cubiertas de piedra y desagües para evitar que el edificio se hundiera por la lluvia. La madera estaba envejecida y el ruido de las personas que había dentro hacia que toda la estructura se moviera de forma preocupante. Era el tipo de lugares a los que no te metías a menos que tuvieras un buen motivos o intentarás meterte en una pelea. Yo entraba en ambas categorías, por suerte, así que empecé a bajar unas escaleras de piedra tan desgastadas que parecían haber sido construidas durante la época del antiguo Imperio. Era probable; las Llanuras no eran precisamente la región más próspero del mundo, y la gente tenía que apañárselas como pudiera.

Cuando abrí la puerta del local me sorprendió un poco ver que el interior no estaba tan destartalado como el exterior. La madera seguía siendo fea y era obvio que el dueño no tenía tiempo o dinero para repararlo todo, pero estaba bien iluminado con lámparas de aceite y parecía existir cierto orden en la disposición de las mesas. Incluso había una persona tocando el piano y la clientela parecían disfrutar de la música. Los clientes eran lo habitual en ese tipo de lugares: Matones de poca monta, ladrones, asesinos y algún que otro mercader de negocios poco honestos. Todas las mujeres que logre ver llevaban los típicos pantalones anchos y camisas sin mangas que usaba la gente local, aunque mucho más ajustadas de lo que solía ser decente, y el único hombre que no parecía haber bebido más allá de la cuenta era el que estaba detrás de la barra. Para estándares comunes era un lugar peligroso en el cual podían darte una paliza y robarte sin que a nadie le importara, pero para un orco como yo era como volver a casa.

Unas cuantas personas se volvieron a mirarme cuando pase al interior y empecé a caminar hacia la barra, lo cual no me sorprendió. Incluso el más alto de los humanos se quedaba corto ante el más pequeño de los orcos, al menos en condiciones normales; teníamos mucho más músculo, la mandíbula cuadrada con colmillos que sobresalían de la parte inferior de la boca y nuestra piel estaba complementamente cubierta de un vello grueso aunque corto. El vello de mi cuerpo era rojizo-anaranjado, como la mayor parte de los miembros de mi linaje, y en mi juventud había hecho recibir mis colmillos con una fina capa de acero. Eso significaba que atraía cierta atención, ya que era el único orco que había en el local, pero no me importaba. Me enorgullecía de mi linaje y el trabajo que iba a llevar a cabo no requería ningún tipo de sutileza, sólo un poco de intimidación a la vieja escuela.

El hombre detrás de la barra, presumiblemente el dueño, alzó una ceja al ver que me acercaba. Era barrigón, apenas le quedaban unos cuantos cabellos rubios en la cabeza y tenía la tez oscura de los habitantes de estas tierras. Llevaba un delantal manchado que cubría una camisa sin mangas parecida a la de las mujeres sólo que muchas tallas más grande. No era viejo pero tampoco precisamente joven, y era evidente que estaba acostumbrado a que la gente fuera mucho más grande y fuerte que el.

— ¿Que puedo hacer por ti, mi amigo? —Pregunto el hombre con amabilidad fingida.
— Primero quiero un poco de ron —Respondí, sentándome en la barra. El resto de clientes fueron apartando la mirada poco a poco al ver que no pasaba nada— Y luego veremos si te pido algo más.

El hombre asintió y se agachó para buscar la botella debajo de la barra. Mientras el hacia eso eche un vistazo más detallado al resto del local. Parecía que el primer piso era una especie de sala común y el segundo eran habitaciones convertidas en salas privadas. Las puertas de todas ellas eran visibles desde la sala común, ya en lugar de un pasillo tenían una pasarela que parecía como un balcón para mirar a la zona inferior, con las puertas ubicadas en la pared detrás de las pasarelas. Al parecer el dueño había demolido las paredes interiores del edificio para hacer que el espacio pareciera más grande y en realidad no quedaba nada mal. Las escaleras para subir estaban junto a la barra, y de hecho una parte de las escaleras servía de pared en la que el dueño había colocado botellas vacías para exhibir. Todas las habitaciones privadas parecían estar vacías a excepción de una, que tenía la puerta cerrada.

El dueño me dejó un diminuto vaso de ron en la barra, del tamaño de mi pulgar, que me tomé de un solo trago. Fruncí el ceño al saborearlo; e! ron era una bebida inventada por enanos y perfeccionada por orcos, en una especie de colaboración ancestral, y era muy difícil encontrar buen ron que no fuera hecho por alguna de las dos especies. Algún día encontraría un buen ron hecho por humanos, pero al parecer hoy no era ese día.

— ¿Que tal? —Pregunto el dueño mientras servía un par de cervezas y se las daba a una de las mujeres.
— Horrible, pero me conformo —Deje el vaso en la barra— Ahora, necesito encontrar a alguien. Me dijeron que estaba en este sitio todas las noches.
— No quiero que haya problemas, orco —Me advirtió con seriedad.
— Sólo voy a hablar con el, mi amigo.

El hombre observó mi rostro por unos segundos, varios centímetros más arriba que el suyo, mientras sopesaba sus opciones. Yo estaba mintiendo y el lo sabía, y también sabía que yo sabía que el sabia que yo estaba mintiendo. Tenía dos opciones, una que probablemente acabaría con su local más feo que antes y otra que implicaba dolor físico para si mismo, o al menos eso era lo que pasaba por su mente. Tenía que elegir, y por suerte para el eligió la opción correcta.

— ¿A quien buscas?
— A un tipo llamado Vury ¿donde esta?
— En la sala privada de arriba —Busco la llave bajo la barra y me la dio— Sea lo que sea que tengas que tratar con el, hazlo con cuidado. No es el tipo de personas que a uno le gustaría molestar, si me entiendes.
— Gracias por el consejo.

Deje un par de monedas en la barra para pagar la bebida, mas otra por la información, y empecé a subir las escaleras. Mientras lo hacía seguí la pequeña rutina a la que me habían acostumbrado mis años de pelea y violencia: me abotone el chaleco de cuero, hecho para evitar que me apuñalaran de forma poco honorable, y me puse los guantes con nudillos de hierro que me acompañaban desde hacía tanto tiempo. El cuero y el metal estaban desgastados por el uso, pero seguían siendo unos buenos guantes y no solía hacer ningún trabajo sin su estimable apoyo. Aparte de esas dos cosas sólo llevaba una camisa blanca sin mangas y unos pantalones que había cortado a la altura de las rodillas. No llevaba zapatos o botas; los pies de un orco eran duros y no necesitábamos zapatos para caminar por terrenos de piedras puntiagudas, mucho menos por un inofensivo suelo de madera.

Caminé hasta la puerta y llamé educadamente con los nudillos. Espere un par de segundos, de pie frente a la puerta como un absoluto imbécil, antes de simplemente sacar la llave y abrir la puerta por mi mismo. Eso seguramente alertaría a los que estaban dentro, pero era eso o seguir llamando a la puerta como un absoluto imbécil. Cuando abrí la puerta lo primero que note fue el fuerte olor a alcohol, que me hizo fruncir el ceño incluso a mi. La habitación no era grande, apenas con espacio suficiente para unas cuantas sillas y una mesa pegada a la pared, pero los muebles eran de calidad y las paredes estaban pintadas de un blanco que le daba cierto aire elegancia a la habitación.

En la mesa estaba sentado un hombre con un par de botellas en el regazo y que parecía estar inconsciente. En una de las sillas estaba sentada una mujer con un vestido bastante escotado, que parecía disgustada hasta que el pánico apareció en sus ojos al verme entrar. Otro hombre estaba sentado a su lado, con el brazo sobre sus hombros, y decía incoherencias al aire con voz pastosa. Había muchas botellas vacías o a medio terminar en la mesa, las otras sillas y el suelo; era sorprendente y un tanto preocupante que hubieran sido capaces de beber tanto en tan poco tiempo.

Mire a ambos hombres, que no parecían ser conscientes de que había entrado a la habitación, y cuando fijé la mirada en la mujer ella se puso pálida. Era difícil no sentir miedo frente a un orco varias veces más grande que ella, pero no tenía intención de hacerle nada.

— ¿Te pagaron para estar aquí? —Pregunte lo más silenciosamente que pude, aún mirando al hombre a su lado. Se había alejado un poco de ella para beber de la botella.

La mujer tardó un segundo en reaccionar, pero luego negó con la cabeza. Así que la habían arrastrado y encerrado con llave en la habitación. Que agradable.

— Vete de aquí —Ella se apresuró a obedecer, saliendo rápidamente por la puerta y dejándonos solos en la habitación.
— ¡Hey! Adonde... —El hombre despierto parpadeo un par de veces al verme. Tenía la voz tan pastosa que apenas era reconocible— Tu... ¿Quien demonios eres, orco?

Me acerqué un poco a él y lo examine detenidamente. Tenía el cabello oscuro y la piel clara, con un intento de bigote y barba cubriendo su rostro, y una cicatriz en la barbilla. Llevaba una guerrera azul oscuro manchada y sucia, pero que aún tenía la insignia y otros accesorios que señalaban a este tipo como un gendarme de bajo rango, quizás un sargento o algo similar. Encajaba en la descripción bastante bien, pero había que asegurarse.

— ¿Tu eres Vury?
— ¿Quien lo pregunta? —Escupió, arrastrando la "p". Tuve que contenerme un poco para no darle un puñetazo en ese instante.
— Un viejo amigo suyo murió y dejo su herencia a él ¿sabes quien es?

La avaricia apareció en sus ojos rápidamente, reemplazando a la bruma de ebriedad que había antes. A veces los trucos más simples eran los más útiles.

— Si, yo soy Vury —Se acomodó en la silla y se pasó la mano por la guerrera en un inútil intento de adecentarse. Su voz seguía siendo pastosa, pero al menos era coherente— ¿Quien murió? No recuerdo que ninguno de mis amigos estuviera enfermo.
— Es más bien un conocido suyo, uno que visitaba bastante a menudo —Mientras hablaba me fui acercando a él poco a poco— Se llamaba Golyn ¿Lo recuerda?

Fue casi cómico ver cómo la confusión y el pánico llenaban sus ojos, en un terrible instante de iluminación, justo antes de que yo le lanzará un puñetazo directo a la cara.

Existía un sutil arte en pegar un buen puñetazo. Si lo hacías mal podías acabar haciéndote más daño a ti mismo que a la persona que golpeabas, o abrir tu postura de una forma que les permitía contraatacar. Un buen puñetazo debía ser fuerte y fulminante, como un relámpago. Si tu oponente caía inconsciente después de que le dieras un solo puñetazo no había necesidad de lanzar un segundo. Existían reglas distintas para el sutil arte de pegar palizas, pero si lo que uno quería era evitar que una persona se convirtiera en una amenaza, lo mejor era empezar con un buen puñetazo a la cara con guantes que tuvieran nudillos de hierro.

Vury cayó hacia atrás en la silla cuando recibió el puñetazo, con su boca y nariz chorreando sangre. Intento levantarse, tambaleándose, pero para contenerlo sólo tuve que agarrarlo de la guerrera y tirar de el hasta que quedó de pie, para luego empujarlo contra la pared. Se empezó a retorcer inútilmente, así que le di un puñetazo relativamente suave en el estómago para hacer que se calmará. Funcionó, y se quedó jadeando por falta de aire.

— ¿Recuerdas a tu viejo amigo Golyn, verdad? —Le dije mientras intentaba recuperar el aliento— Era un anciano agradable, según me han contado; dueño de un pequeño negocio, muy educado con todos en este pueblo perdido en la nada ¿Seguro que no lo recuerdas?
— Déjame... —Jadeo débilmente, así que lo golpeé un par de veces contra la pared. Vury era un tipo grande y musculoso, y tenía un cuchillo en la cintura. En una pelea justa tal vez me hubiera dado problemas, pero como estaban las cosas podía encargarme sin problemas.
— Me temo que no se podrá, amigo. Verás, su viuda si te recuerda, y no con mucho cariño. Me pago una cantidad considerable para que te hiciera reconsiderar tus pequeños negocios y tal vez hacerte sentir una décima parte del dolor que ella siente. Lo siento por ti.

Lo volví a levantar por la guerrera, que ya estaba empezando a romperse, moviéndome para quedar de cara a la puerta abierta. Empecé a arrastrar a Vury hacia adelante, sacándolo poco a poco de la habitación.

— ¡Espera! ¡No hagas esto! —Suplico el gendarme, debatiéndose débilmente— Te daré lo que quieras, sólo tienes que pedirlo.
— Quiero que te calles la boca —Dije, y de nuevo sentí una pequeña chispa de placer malvado al ver su rostro llenarse de pánico. Luego de eso lo lancé por encima de la barandilla directamente hacia el piso inferior. Me asomé por la barandilla mientras caía y pude ver perfectamente como se estrellaba contra una mesa, rompiéndola, y como todos los demás clientes soltaban gritos de sorpresa al ver como empezaban a llover hombres del cielo. Me giré hacia la habitación, donde estaba el otro hombre que acompañaba a Vury. No me habían pagado para que le hiciera nada, pero tal vez un pequeño escarmiento le...

— El no hizo nada —Dijo una voz, y me volteé para ver a la mujer, que se había quedado cerca de la puerta pero fuera de mi campo de visión— Ya estaba en la habitación cuando el otro llegó, y lo convenció para que compartieran.
— ¿La habitación o a ti? —Pregunté. No me interesaba realmente, pero siempre venía bien saber a quién le estabas pegando una paliza.
— La habitación... el hombre estaba demasiado borracho de todas formas —Se asomó por la barandilla, donde estaba la alterada clientela y el inconsciente Vury— ¿En serio mato a alguien?

Me fijé un poco mejor en la mujer. No me interesaban las mujeres humanas, pero supuse que para sus estándares esta no estaba nada mal. Tenía la piel bronceada por el sol y un largo cabello blanco que tenía recogido en una elaborada trenza. Nunca había visto ese color en una humana tan joven, tal vez apenas una treintena de años, pero había visto cosas más raras en mi vida. El vestido no la favorecía, sin embargo; tenía el cuerpo de alguien que había tenido que trabajar en la vida, o tal vez defenderse por la fuerza, así que un vestido tan revelador no se ajustaba realmente a su cuerpo. No sabía quién era, pero al menos parecía que tenía la cabeza bien puesta sobre los hombros, y eso siempre escaseaba entre los miembros de su especie.

— Algo así —Cerré la puerta de la habitación privada y empecé a caminar hacia las escaleras. Después de un instante de duda la mujer me siguió— Lo extorsionaba, le pedía dinero para evitar investigar infracciones inventadas. Le quitaba tanto dinero que tuvo que pedir prestado. Al final no pudo pagar ni una cosa o la otra y se ahorcó.

— Eso eso horrible —La mujer parecía verdaderamente perturbada por la historia— ¿Pero eso no dejaba a su esposa sola con las deudas y la extorsión?
— El hombre era listo. Hizo que las deudas sólo cayeran sobre el, no se bien como, y de todas formas su esposa se quedó con un decente seguro de vida... Que uso para evitar ser extorsionada de nuevo.
— ¿Pagándote a ti?
— Exacto.

Baje las escaleras y cruce la mirada con el dueño, que había salido de la barra para quedarse cerca del cuerpo inconsciente de Vury. El tenía el ceño fruncido pero no parecía molesto sino meramente contraído, tal vez porque no había seguido su consejo. El resto de la clientela se había puesto en un pequeño círculo alrededor del hombre o se había alejado lo más posible de el, aunque no había visto ninguno salir del local. Supongo que la curiosidad era demasiado fuerte.

Me acerqué a Vury y agarre una jarra de cerveza a medio derramar que había en una mesa, para luego echársela en la cara. La bebida cayó sobre su rostro y le mojó aún la guerrera de gendarme, y también fue suficiente para sacarlo de su inconsciencia. Despierto entre jadeos y gemidos de dolor, agarrándose el costado con el que había recibido la mayor parte de la caída, antes de mirar hacia arriba y verme alzado sobre el. Intento levantarse torpemente, pero lo empuje al suelo con el pie e hice presión para mantenerla ahí. Dejo de moverse de inmediato, mirándome con los ojos llenos miedo y pánico.

— Muy bien Vury, esto es lo que pasará. Dejarás de ser el horrible parásito que llevas siendo toda tu vida y te volverás un miembro decente de la sociedad, o seguirás siendo el parásito asqueroso que eres ahora pero sin esa insignia de gendarme. No importa lo que elijas, porque si escucho que estás volviendo a amenazar a cualquier persona otra vez, no me voy a conformar con una simple paliza ¿me entiendes?

El asintió rápidamente, supuse que demasiado asustado para hablar, y le quite el pie del pecho. El soltó un breve suspiro de alivio antes de que yo le diera una patada en la cara, una buena incluso sin botas o zapatos que ayudarán, que le voló un diente y lo devolvió de inmediato a la inconsciencia. La gente empezó a dispersarse cuando se acabo el espectáculo, hablando o bromeando sobre lo que le había pasado al gendarme. El dueño se acercó y revisó si Vury seguía respirando o no, colocándole una mano en el pecho. Tal vez era lo más prudente; algunas personas no aguantaban bien las palizas.

— Perdón por los desperfectos —Me disculpe, pateando un pedazo de la mesa rota.
— No pasa nada, de todas formas estaba pensando remodelar un poco —Se levantó y me ofreció la mano— Y nuestro amigo aquí no es muy querido que digamos. Te debo una, orco.
— Sólo lo hice por el pago —Dije, aunque le estreche la mano de todas formas.
— Muy bien, pero siempre tendrás un trago gratis si pasas por aquí alguna vez. Ahora, si me disculpas...

Se dirigió rápidamente a la barra para volver a atender a los clientes, que parecían haberse olvidado por completo de que los hombres caían del cielo. La mujer, que había permanecido a una distancia prudente de mi hasta ahora, se acercó a Vury y le dio un golpe con el pie antes de asentir, satisfecha.

— Creo que también te debo agradecer por darle una buena lección a este.
— Sólo lo hice con el pago —Repetí, encogiéndome de hombros.
— Como tú digas, grandote —La mujer sonrió, medio burlona— ¿Ahora que vas a hacer? ¿Aprovechar ese trago gratis?
— Ya no tengo nada que hacer en este pueblo. Me voy de aquí de aquí por la mañana.
— Entonces supongo que no te importa que aproveche tu escolta en esta noche tan peligrosa.

Mire fijamente a la mujer durante un segundo. ¿Estaba... tratando de coquetear conmigo? No era común que una humana se interesará en un orco, o viceversa, pero tampoco era tan extraño como para que no sucediera. Pero no; la mujer parecía sincera en su intención de aprovecharme para espantar a cualquier matón. Así que me encogí de hombros y empecé a caminar hacia la puerta, con ella siguiendo un par de pasos por detrás.

El exterior del bar me pareció invernal y silencioso después de estar en el cálido y ruidoso interior. Me quite los guantes y los guarde en un bolsillo del chaleco. Lo bueno de usar esos guantes era que no me hacia daño en la piel cuando golpeaba, aunque por simple costumbre giré un par de veces las muñecas para asegurarme que no me hubiera hecho daño por accidente. Un golpeador que no puede dar buenos golpes no sirve de nada. La mujer me pasó por un lado y empezó a subir las escaleras lentamente.

— ¿Cual es tu nombre, orco? —Preguntó. Muchos usaban ese término de forma despectiva, pero ella parecía simplemente interesada.
— Marz, hijo de Grazz ¿cual es tu nombre, humana?
— Puedes decirme Raleiya —Respondió, haciendo una ligera reverencia en mi dirección.
— Un nombre de Targo—Note, empezando a subir las escaleras para alcanzarla— Estas muy lejos de casa, humana.
— No soy la única —Dijo simplemente, antes de detenerse en las escaleras y echarme un vistazo, sonriente— Aunque en realidad creo que estoy justo donde debo estar.

Alce una ceja y abrí la boca para preguntarle a qué se refería, pero me detuve de golpe a media palabra cuando algo me golpeó en la espalda. Tuve un segundo para alzar la mirada y ver la sonrisa de la mujer, Raleiya, antes de que otra cosa me golpeará la espalda con mucha, mucha fuerza, como si alguien me hubiera golpeado con una maza. Fue tan fuerte que me empujó contra el suelo, con el rostro pegado a los irregulares escalones.

— Vaya, funcionó —Dijo otra voz, también femenina, que estaba jadeando con fuerza. Sentía un peso sobre mi espalda, como si me estuvieran pisando con un pie.
— Conversión de energía, niña. Debiste aprenderlo antes de que te lo enseñará.

El rostro de Raleiya apareció en mi campo de visión, aunque volteando de cabeza, con su trenza rozando el suelo. Sonreía con una inocencia pícara que me dio muy mala espina.

— Hola Marz. Lo siento por este mal trato.
— ¿Quien las envía? —Gruñí, aún aturdido por el golpe— ¿El Soberano? ¿La Gendarmería? ¿Algún imbécil descontento? Que sepan que esto no se va a quedar así.
— ¿No escuchaste cuando dije que lo sentía? No trabajo para nadie. Sólo queremos hablar.
— No hay nada de que hablar, zorra.

No sabía quién eran Raleiya o quien era la otra persona que estaba a mi espalda. No sabía exactamente para quien trabajaban, y no lo quería averiguar a la manera difícil, así que tenía que quitarme a ambas de encima. Por suerte tenía algo de experiencia en salir de situaciones de vida o muerte.

Moví el brazo rápidamente y logre agarrar la pierna que me empujaba al suelo; esperaba encontrar una pierna grande y musculosa, pero esta era delgada. Eso me facilitó jalar hacia un lado y hacer que la persona perdiera el equilibrio. Con eso me pude levantar de las escaleras sin problemas. Raleiya retrocedido un par de escalones hacia arriba, alarmada, y me giré para encarar a la persona detrás de mí. Era una humana barbajan, con la tez aceituna de su gente, vestida de negro de pies a cabeza y con una especie de cuchillo en la mano. Avance hacia ella, pero por alguna razón lanzo el cuchillo hacia atrás y metió la mano en uno de sus bolsillos. Antes de que lograra hacer algo más la agarre del brazo y la empuje con fuerza para que cayera escaleras abajo. No era mucho, pero me daría tiempo para enfrentarme a la otra.

Me giré mientras subía las escaleras, pero en cuanto me encare hacia Raleiya me encontré con una espada apuntando justo a mi nariz. Me quedé muy, muy quieto, y mire hacia la mujer. Agarraba la espada, un fino estoque de acero, con la habilidad de una experta ¿de donde había sacado el arma? De cualquier forma me tenía; no podía moverme hacia ella sin que me clavará el afilado estoque en el ojo o la garganta.

— ¿Así que sólo quieres hablar? —Gruñí, mirando a Raleiya.
— Tu fuiste el que empezó la pelea, Marz. Yo solo quiero hablar contigo —Miro un momento por encima de mi hombro— ¿Estas bien, Samari?
— No —Dijo la chica, Samari, detrás de mí— Casi me rompe la cabeza contra los escalones ¿En serio necesitamos a este? Hay docenas de miles de orcos en la Federación.
— No hay muchos que estés dispuestos a colaborar conmigo, chica. Y ninguno como este.

Alce una ceja al escuchar su conversación. Raleiya hablaba como si realmente fuera su propia jefa, y era obvio que la chica la trataba con cierto respeto. Además, la chica tenía razón ¿que tenía yo para que ningún otro orco le sirviera a esta mujer? A mi pesar empecé a sentir cierta intriga.

— ¿Que quieres de mí? —Pregunté a Raleiya.
— Te lo diré si prometes no atacarnos a ninguna en lo que queda de la noche —Dijo ella, alejando un poco la punta de la espada. La miré por un segundo antes de soltar un pequeño bufido.
— Esta bien, nada de peleas.
— Perfecto.

Movió el estoque de mi rostro, colocándolo con la punta hacia arriba, antes de hacer una rápida floritura que no pude seguir con los ojos. En ese momento parpadee y, de un instante a otro, el estoque había desaparecido de su mano. Parpadee otro par de veces, confundido. Las espadas no se desvanecían en el aire así como así. A menos que...

— Eres una maga ¿no es cierto?
— Muy astuto —Dijo Raleiya, sonriendo— Pero basta de charla, vamos a hablar de negocios.

Bajo los escalones rápidamente, y de nuevo uso algún tipo de magia. O al menos eso es lo que debió haber hecho, porque a cada paso que daba su apariencia cambiaba. Primero aparecieron un par de pantalones, luego su vestido fue reemplazado por una túnica roja con una camisa blanca por debajo. En un paso sus zapatillas se convirtieron en unas botas, y al siguiente apareció en su cabeza un sombrero rojo de ala ancha. Para cuando llegó abajo y se recostó de la pared de piedra que bordeaba el agujero su apariencia había cambiado de ser la de una mujer de mala vida a una verdadera maga. Y me di cuenta que la chica ya no estaba donde había caído, como si hubiera desaparecido en la noche. Trague saliva, nervioso. Odiaba meterme con magos; sólo traían mas problemas de los que podian solucionar.

— Muy bien, mujer —Dije, manteniendo mis emociones para mi mismo— ¿Quien eres y que quieres de mí?
— Quién soy no es importante. Lo que importa es quien eres tu —Metió la mano en un bolsillo de su túnica y saco un papel— Marz, hijo de Grazz, de la tribu Pieldepiedra... ¿Es la traducción correcta? Mi orco esta algo oxidado.
— Ve al grano, maga.
— Vaya, que temperamento... muy bien, directo al grano: ¿Hace cuanto que no visitas a tu tribu? ¿Siete, ocho años?
— Diez años y ciento dos días —Me cruce de brazos, con el ceño fruncido— ¿Que tiene que ver eso con nada?
— Nada, sólo me parece impresionante que hayas durado tanto teniendo en cuenta la cantidad de asesinos que ha enviado el Soberano detrás de ti. Según mis cuentas fueron unos doscientos catorce, eso sin contar a los matones que contrato para hacer el mismo trabajo.

Sus palabras me preocuparon. Pocas personas sabían de mi exilio involuntario y del ansia que tenia el Soberano de ver mi cabeza clavada en una pica, y todas las personas que sabían también me querían muerto; era como una especie de esfuerzo conjunto para asesinarme.

— Si, el Soberano no me tiene cariño, precisamente ¿y que?
— Bueno, la cosa es que has pasado los últimos diez años haciendo unos cuantos trabajos realmente interesantes, como el golpe de Rivan o las guerras de las mafias de enanos... Trabajos peligrosos para gente peligrosa, y todo ello mientras evitabas a los asesinos detrás de ti. Es un currículum impresionante.
— ¿Es quieres de mí? ¿Que haga un trabajo para ti? —Me relajé un poco; este tipo de cosas eran más fáciles de manejar.
— Eso, y mucho más —Raleiya saco una moneda de su bolsillo y me la lanzo. La agarre en el aire; era una moneda de tamaño común, pero sin ninguna marca de acuñación en ella— Estoy reuniendo un pequeño grupo, un equipo, par a hacer unas cuantas cosas bastante peligrosas. Llevas años moviéndote en secreto, siempre yendo de un lado a otro para evitar que te atrapen, haciendo trabajos menores para seguir adelante. Yo puedo ofrecerte lo que más deseas.
— ¿Y que es lo que más deseo, oh poderosa maga?
— La posibilidad de matar a tu Soberano.

Inhale aire profundamente, sintiendo un acceso de pánico. Mire a la mujer y note que sonreía con esa misma inocencia pícara de antes. Su actitud era despreocupada y tranquila, como si no hubiera destapado el mayor secreto que poseía.

Durante años, entre viajes y peleas, una idea había fraguado en mi mente. Una idea loca y casi imposible de llevar a cabo. No solo implicaba traicionar todo sentido de honor orco, sino también un suicidio casi seguro. Pero la idea de matar al Soberano era la única que se me había ocurrido para recuperar la vida que llevaba antes de que todo saliera terriblemente mal. Ni siquiera estaba seguro de que funcionara, pero era eso o pasarme la vida vagabundeando hasta ser asesinado.

Mire a Raleiya fijamente. Sabía algo que nunca le había dicho a nadie, un plan que me había quedado para mi durante más de una década, y decía que podía ayudarme a cumplirlo. Y me sorprendí a mi mismo pensando en que le creía; esta maga era peligrosa, pero no parecía albergar insinceridad alguna en ella. Y si lo único que tenía que hacer era golpear a algunas personas... ¿Que es lo peor que podía pasar?

— Muy bien, me voy a unir a este pequeño grupo tuyo.
— Excelente —Raleiya sonrió y se apartó de la pared para empezar a subir de nuevo las escaleras— Supongo que tienes muchas ganas de matar a ese Soberano tuyo ¿no?
— No tienes idea —Murmure.
— Creo que si la tengo —Se río entre dientes; me parecía demasiado entusiasta para ser una especie de criminal mágica— Ahora vámonos, aún necesito tu escolta en esta noche tan peligrosa.

Empezó a caminar por la calle sin esperar a que respondiera. Me giré un segundo hacia el local, donde Vury el gendarme todavía estaría apaciblemente inconsciente después de la paliza que le había dado, y me pregunté a mi mismo quien había tenido más suerte está noche. Pero al final inhale profundamente y empecé a seguir a la maga por la oscura calle del pueblo, con la impresión de que mi vida se iba a volver muy interesante.

sábado, 30 de mayo de 2020

Novatos: Fantasma

La mansión que dominaba una colina de aquella pequeña ciudad costera tenía todas las cualidades para poder llamarla hermosa. La fachada del edificio estaba construida con ladrillos rojizos, con los marcos de las ventanales y las esquinas redondeadas como columnas construidas en algún tipo de piedra blanca, y el techo consistía en madera negra que apenas se distinguía en la oscuridad de la noche. Los grandes ventanales dejaban ver un interior lujoso decorado mayormente en tonos blancos y de tanto en cuando se podía ver algún guardia o criado caminando por los pasillos. La mansión tenía anexas unas caballerizas y un par de casas bastante más humildes, todo ello rodeado por un bosquecillo plantado cuidadosamente y un alto muro de ladrillo coronada por rejas metálicas. La única forma de entrar en los terrenos de la mansión era por una reja que tenía un puesto de guardia cerca, y otros tantos guardias vigilaban alrededor del muro. Por si fuera poco, la carretera hacia la parte superior de la colina estaba bien iluminado y hacia imposible acercarse sin ser vistos. Era una mansión hermosa y bien resguardada, un objetivo muy difícil de robar para cualquiera. «Al menos cualquiera que no sea yo». Sonreí y tiré el catalejo robado a la calle mientras paseaba por el tejado de una casa de la ciudad, repasando mi plan mentalmente.

La familia rica que vivía en la casa se había jactado hacia no mucho de haber comprado una valiosísima obra de arte de Galara, una artista ciega que había aprendido a pintar por el tacto, y al mismo tiempo habían reforzado su seguridad para que nadie pudiera robarla. Ambas cosas eran una invitación elegante pero obvia para que yo les hiciera una visita y había pasado las uñas cuantas semanas preparando el plan para entrar en la casa. De inmediato había descartado escabullirme sin más en la casa o pasar disfrazada de criada; todo el que entraba era registrado cuando llegaban y cuando se iban, además, las patrullas eran demasiado complicadas de evitar como para que valiera la pena. Así que había pasado a mi segundo método de entrada favorito.

Caminé lentamente por el tejado mientras me ajustaba la holgada ropa negra, unos pantalones y camisa junto a una capa con capucha para darme estilo, y me coloqué en la señal roja que había dibujado en el tejado. También había dibujado una flecha indicando la dirección a la que debía apuntar y me había dejado a mi misma un papel con instrucciones garabateadas que explicaban detalladamente los cálculos de distancia, ángulo, condiciones climáticas y detalles sobre la mansión para que no se me olvidarán en el peor momento posible. Era una noche oscura y nublada, con un fuerte viento marino haciendo ondear mi capa en una dirección prácticamente recta hacia la mansión. Los últimos peatones en las calles se estaban metiendo en la seguridad de sus casas y las luces en las ventanas se fueron apagando a medida que la ciudad empezaba a dormir. Era el momento ideal para llevar a cabo un pequeño robo.

En los últimos cinco años me había ganado una reputación. Una ladrona invisible, que aparecía y desaparecía tan rápido que muchos dudaban que siquiera había estado allí, pero que de todas formas vaciaba sus bolsillos de todo contenido, literalmente o no. Tenía muchas hazañas de las que estaba orgullosa, como aquella vez que había robado todos los abrigos de gala de una cena de caridad y luego los había colgado como banderas en los cuarteles de la Gendarmería, o la vez en la que logre robarle el anillo que simbolizaba su cargo a un consejero imperial mientras buscaba compañía femenina. La gente común me había apodado "El Fantasma", aunque las personas a las que robaba o que tenían el trabajo de atraparme usaban apodos menos halagadores, y me enorgullecía haber conseguido tal fama antes incluso de cumplir los veinte.

Mire a lo lejos, hacia la mansión en su colina, y vi como las luces de la habitación de la pareja de adultos se apagaban justo a la hora indicada. Los criados siempre terminaban sus labores antes de eso, y los guardias dejaban de patrullar el interior de la casa justo después. Me ajuste la ropa una última vez y me coloqué un par de anillos de oro y plata que iba a necesitar para el trabajo. El de oro me hacia levemente transparente a los ojos de una persona, ideal para infiltrarse en la oscuridad, y el de plata me permitía ver perfectamente cuando había muy poca o ninguna luz en una habitación; la noche repentinamente había adquirido la iluminación típica de un día nublado. Eran mis dos joyas favoritas, aunque tuve que desviar un poco la mirada para evitar la luz de las farolas de la calle, ahora demasiado brillantes para mis ojos.

Solo entonces agarré mi daga y la saque de su vaina, inspeccionando la hoja y la empuñadura con la experiencia de los años. Estaba hecha por completo de un extraño metal negro, con grabados blancos en forma de olas que iban desde la punta hasta la base de la empuñadura. Agarre la daga por la hoja, con mis manos protegidas por unos guantes para que no resbalará accidentalmente, y leí brevemente en mis notas cualquier posible variación que pudiera haber en mi plan.

La mansión estaba a unos cincuenta metros colina arriba y el viento no había cambiado en lo más mínimo, pero tampoco parecía que fuera a llover, así que probablemente era seguro hacer el lanzamiento. Me puse en posición, con el cuchillo firmemente agarrado entre mis dedos, inhalando y exhalando en un ritmo calmado, revisando el ángulo y asegurándome de que la distancia fuera la correcta una y otra vez. Si me había equivocado en algo, o si algo salía mal, las consecuencias podían ser nefastas.

Finalmente, matando el pequeño asomó de nerviosismo que empezaba a sentir, expulse mi aliento y arroje el cuchillo a la oscuridad con todas mis fuerzas. Me agache en el tejado mientras contaba mentalmente los segundos, agarrando los papeles con mis notas y guardándolos en un bolsillo. Permanecí quieta y en agazapada en el suelo mientras me preparaba para el momento en el cual el cuchillo golpeará su objetivo, un tenso segundo a otro, hasta que finalmente ocurrió. Y en ese momento fue cuando me desvanecí.

Todo a mi alrededor se convirtió en una neblina oscura e indefinida mientras sentía como algo tiraba con fuerza de todo mi cuerpo hacia la dirección en la cual había lanzado la daga. Mi propio cuerpo se desvaneció en la nada absoluta, como una niebla indistinguible de lo que me rodeaba, pero aún así sentía aquella fuerza jalando de mi cuerpo incorpóreo. A mi alrededor podía ver formas y siluetas que se movían en la neblina como si fueran fantasmas, algunas diminutas como insectos, otras gigantescas como montañas; siempre las veía, pero no sabía bien lo que eran. Unos instantes después de que el cuchillo golpeará su objetivo todo había acabado, con mi cuerpo volviéndose sólido de nuevo y el mundo a mi alrededor recuperando una forma definida. Tenía la daga aferrada en mi mano y no pude evitar que un pequeño jadeo se me escapará de los labios. Aquel truco con la daga no resultaba agradable, pero me había ayudado mucho a alcanzar mi buena reputación, así que valía la pena la incomodidad que representaba.

Mire rápidamente a mi alrededor y note, con cierto alivio traicionero, que estaba agazapada sobre el tejado oscuro de la mansión. La daga se había clavado limpiamente en la madera sin ningún sonido y sin que ningún guardia hubiera visto aquel pequeño objeto volar hasta la mansión. Sabía, por mis bizarros experimentos con la daga, que una del mismo peso y forma no podía ser lanzada a cincuenta metros y clavarse tan bien en una superficie dura, pero al parecer aquella daga le tenía rencor a las leyes de la física. Me guarde la daga en su cinto mientras me acostaba con cuidado en el techo para disimular lo más posible mi posición, tomando mis notas para revisar la disposición de la mansión.

La forma más fácil de entrar al estudio donde estaba guardada la pintura de la ciega era por la chimenea, ya que el balcón siempre tenía una lámpara para iluminarlo. Ni siquiera mi anillo iba a evitar que me vieran con esa iluminación tan directa. Me giré y empecé a moverme lo más silenciosamente que pude por el techo, revisando si alguna de las tablas de madera por las cuales iba a pasar rechinaba y cambiando mi trayectoria en consecuencia. De tanto en cuanto revisaba la posición de los guardias y de cualquier criado entrometido que pudiera andar fuera de la mansión, pero nadie miró al tejado ni una sola vez. Ellos no se esperaban que una ladrona se saltara toda la seguridad que había en el perímetro y se lanzará directamente hacia el tejado, a pesar de que seguramente les hubieran indicado que hicieran todo lo posible por evitar que alguien entrará y cosas como esas que los guardias nunca obedecían.

Finalmente llegué hasta la chimenea de ladrillo y me alce un poco para poder ver al interior. No se alzaba demasiado sobre el tejado y no había ninguna llama encendida que pudiera implicar un peligro para mi, y además era un poco más amplia de lo que me esperaba, así que no tendría que bajar colgando de los pies como me lo tenía planteado. Aseguré la capa y el cinto de la daga para que no me estorbaran y me subí al borde de la chimenea, colocando los pies firmemente contra uno de los lados interiores, y luego me deslice hasta que logre que mi espalda baja quedará pegada al otro lado del interior de la chimenea, con los brazos haciendo presión a los lados. Era una postura muy peligrosa que podía terminar conmigo cayendo de golpe hasta el fondo de la chimenea, pero lo había practicado tantas veces que en aquel momento el acto de empujar con mis piernas mientras arrastraba la espalda, para luego hacer lo mismo pero a la inversa, resultaba perfectamente natural.

Poco a poco fui bajando la sucia chimenea llena de manchas de humo y hollín, alegre de llevar ropa negra para la ocasión, mientras miraba hacia arriba de tanto en cuanto para asegurarme que nadie iba a vaciar un balde de agua encima o algo así. Cuando por fin me coloqué en el fondo de la chimenea llena de ceniza me dolían las piernas y la espalda por culpa del esfuerzo, pero me contorsione un poco para asegurarme que no hubiera nadie en la habitación antes de salir lentamente y limpiar un poco la suciedad de mis manos. Mirando alrededor pude notar que el estudio era el típico sitio en el cual los ricos atienden asuntos importantes, con un gran escritorio sin nada en el que indicará su uso diario y varias sillas de aspecto incomodo encaradas a ese mueble, con un par de sillones de aspecto cómodo que miraban a la chimenea para reuniones más amigables o informales. El único aspecto no-típico de la decoración era un oso disecado colocado en una esquina de la habitación, el cual incluso me intimidaba un poco, y la pintura que había en la pared detrás del escritorio.

Caminé lo más rápido y a la vez lo más silenciosamente que pude hasta ella y me tomé un segundo para admirarla. «No esta mal» pensé; la pintura mostraba un río que desembocaba en el mar, pero el mar era al mismo tiempo el sol, así que se creaba un efecto raro pero que parecía bastante artístico. Me pregunté, mientras la descolgaba con cuidado de la pared, cómo había hecho la artista para pintar aquello tan perfectamente. Tal vez tenía algún método mágico para pintar, aunque no conocía ninguno que fuera tan bueno como para hacer una pintura así. Le di unas cuantas vueltas al tema mientras cortaba la pintura usando una pequeña navaja, dejando el lienzo como largos listones que colgaban del marco y que hacían la pintura varias veces más abstracta, además de reducir su valor a cero, antes de devolverla cuidadosamente a su sitio.

Empecé a revisar los cajones del escritorio mientras contaba mentalmente el tiempo que faltaba para la medianoche, momento del cambio de guardia y mi ventana de huida perfecta. En los cajones encontré un par de anillos y joyas varias que lancé por la habitación como si fueran guijarros, unos papeles que detallaban los negocios del tipo rico al que pertenecía la mansión, y dentro de un cajón cerrado con llave me topé con docenas de cartas entre ese mismo tipo y su amante, que también tiré por toda la habitación para ver si hacia una relativamente buena acción aquella noche. Finalmente abrí un compartimento oculto disimulado como parte del suelo bajo el escritorio en donde encontré, guardada dentro de un cilindro metálico, la verdadera obra de arte de la artista ciega. Sonreí con satisfacción mientras me colgaba la obra al hombro y cerraba cuidadosamente el compartimiento de la misma forma en la que lo había abierto. Me pregunté si el tipo rico iba a estar mas molesto por la pintura falsa, por la pintura verdadera, por las cartas de infidelidad, o...

— Vaya, eres buena —Dijo una voz justo detrás de mí.

Mi cuerpo se movió por instinto. Saqué la daga y la lancé al otro lado de la habitación mientras agarraba la navaja. La daga golpeó el suelo, mi cuerpo y la habitación se convirtieron en un borrón oscuro hasta que un instante después reaparecí agarrando la daga clavada en la pared del otro lado de la habitación. Contuve las náuseas por el repentino cambio de estado, saque la daga de la madera y me giré para poder ver quien me había hablado, pero no había nadie allí. «Pero estoy segura que escuche a alguien, así que... ¿Donde esta?».

— En parte pensaba que eras una estafa —Dijo la misma voz a mi lado. Sisee y retrocedí de un salto hacia la puerta del balcón, mirando a todas direcciones. No había nadie allí tampoco— O que tal vez usabas algún tipo de truco. Pero veo que me equivoqué.

«Tengo que salir de aquí». No sabía quién o qué me estaba hablando, pero si estaba allí tal vez podía dar la alarma y mandar al traste todos mis planes. Intenté abrir la puerta del balcón, pero estaba cerrada con llave y era inútil que intentará abrirla con el hombro, así que en su lugar agarré una de las sillas frente al escritorio y la lancé contra la ventana.

— Yo no haría eso si...

La silla rebotó contra la ventana, como si fuera una pelota de goma, y me golpeó antes de que tuviera tiempo de esquivarla. El golpe me dio justo en el pecho y me tiro al suelo. No sabia si mi fuerza era tan grande o si la silla al rebotar agarró más impulso, pero el golpe dolió en serio. Aparte la silla y me levanté lentamente del suelo, dolorida, mientras intentaba buscar frenéticamente una salida a la situación en la que me había metido. ¿Era una trampa? ¿O me había topado con un espíritu maligno? No lo sabía y no tenía ganas de averiguarlo.

— Te lo dije —Dijo la voz, ahora saliendo de algún lugar cerca de la ventana que no había podido romper.

Me levanté y logre alcanzar la puerta que daba al pasillo. Seguramente alguien me escucharía, si no lo habían hecho ya, pero decidí que prefería lidiar con los guardias y gendarmes antes que con la cosa que había en aquella habitación. Pero cuando intenté abrir la puerta me encontré con que también estaba cerrada. Apreté los dientes y saque una ganzúa para intentar forzarla, pero se rompió ni bien entró en el hueco de la llave. Me giré hacia la habitación vacía, daga y navaja en mano, mientras buscaba una vía de salida. La chimenea podría servir, aunque era posible que tuvieran a alguien esperando en el tejado o que el espíritu me siguiera hasta arriba. Pero era la menor opción que me quedaba.

Alce la mano para lanzar la daga hacia la chimenea, pero antes de que pudiera lanzarla algo me agarró la muñeca y me empujó contra la puerta. Intenté moverme, pero lo que me agarraba lo hacía con la firmeza de unas esposas bien ajustadas.

— ¿Ya tuviste suficiente? —Dijo la voz en tono divertido.
— ¿Que eres? —Pregunte, mirando por toda la habitación. Esta vez la voz no parecía venir de ningún lugar concreto— ¿Porque me acosas de esta forma?
— Porque, Telayah Samari —Me quedé helada. Ese era mi nombre, mi verdadero nombre, uno que no había usado en más de cinco años— Tu tienes algo que yo necesito.

Trague saliva y me puse a pensar. Esta persona necesitaba algo de mi (ahora sabía una persona; dudaba mucho que un espíritu tuviera cualquier tipo de necesidad) y podía usar eso a mi favor. Si lograba engañar a la persona detrás de esto tal vez podría huir a la ciudad con mi botín. Por otra parte, esta persona conocía mi nombre verdadero, así que debía de haber indagado mucho más profundamente de lo que nadie había logrado en mi vida y mi carrera como ladrona. Tendría que andar con mucho cuidado y no dudar ni un instante. Así que asentí lentamente, mirando a la habitación aparentemente vacía, intentando que mi vista abarcará todo el espacio posible.

— Primero que soltarme y mostrarte ante mi —Dije.
— Me parece justo.

La fuerza que me retenía la muñeca contra la puerta desapareció y la giré un poco para comprobar que no estaba lesionada antes de volver a mirar a la habitación.

— ¿Y bien? —Pregunte, dando un par de pasos al centro de la habitación— ¿Donde estas?
— Creo que primero nos vendría bien un poco de iluminación —Dijo la voz relajadamente.

De repente, antes de que tuviera tiempo de protestar, la habitación estalló en una luz tan intensa que tuve que cerrar los ojos para no quedarme ciega. En mi visión habían aparecido manchas de colores por culpa de un cambio de iluminación tan repentino y me vi obligada a quitarme el anillo de plata. Cuando abrí con cuidado los ojos la iluminación de la habitación era bastante más normal, con las lámparas de las paredes y el fuego de la chimenea haciendo que los detalles de la habitación se vieran incluso más elegantes y genéricos.

Parado frente a la puerta del balcón había un hombre con túnica y capucha negra, con las manos detrás de la espalda, al que no le lograba ver del todo la cara. Separó las manos y las colocó hacia los lados como si quisiera darme un abrazo.

— Bueno —Dijo con una voz ronca y extraña— ¿Que te parece si-?

No lo deje terminar. Le lancé la navaja y la daga al mismo tiempo, y antes de que siquiera pudiera reaccionar ambas se clavaron en su pecho. La daga no me desvaneció hacia el porque no era esa la intención con la que la había lanzado. El bajo la mirada oculta por la capucha por un instante antes de derrumbarse contra la puerta y deslizarse hasta el suelo. Caminé con cuidado hasta el, observando sus manos y su pecho para ver se movía, antes de darle una buena patada en las costillas. El no se movió ni reaccionó de alguna manera, y por fin pude sonreír con satisfacción y cierto alivio. «Te metiste con la chica equivocada, amigo». Me agache para revisar sus bolsillos, pero la túnica que usaba no parecía tener ninguno, así que eché la capucha hacia atrás.

Solté un siseo y salté hacia atrás en cuanto le vi el rostro: Su cara era sólo una boca sin labios y unos ojos sin párpados que habían quedado en blanco después de morir. No tenía cejas ni nariz, su piel era demasiado pálida para llevar solo unos cuantos segundos muerto, y su cráneo tenía una forma achatada que parecía fruto de algún tipo de mutación «Por mis Ancestros, ¿que es...?».

— No puedo creer que hayas matado a Jimbo —Dijo alguien a mi lado, y me giré rápidamente mientras me echaba hacia atrás. Parecía que llevaba toda la noche recibiendo sorpresas.

La mujer que había aparecido a mi lado parecía bastante normal. Tenía un rostro joven con todas sus partes donde debían estar y su piel estaba levemente bronceada por el sol. Tenía ojos verdes y los labios pintados de rojo, con una expresión contrariada en el rostro mientras miraba el cadáver, ensombrecida por culpa de un sombrero rojo escarlata de ala ancha. Iba vestida con una túnica del mismo color rojo escarlata que le llegaba hasta medio muslo, ajustada a la cadera con un cinturón blanco, junto con una capa de viaje que tenia el mismo color rojo de la túnica. Debajo de la túnica llevaba unos pantalones blancos y botas de suela metálica, con una daga colgando de su cinturón y una varita saliendo de uno de sus bolsillos. Me quedé mirándola sin saber bien qué hacer. ¿Aquella mujer era la que había estado jugando conmigo? ¿O sólo era otro señuelo que usaba la persona que estaba detrás de todo?

— ¿Porque mataste a Jimbo? —Preguntó la mujer, señalando al cadáver mientras me miraba con el ceño fruncido. Sus gestos y su indignación parecían muy humanos— Era su último día antes de retirarse. Incluso le diste una patada después de matarlo, que grosería.
— No pasa nada, señora —Dijo "Jimbo", y mire con sorpresa como el cadáver movía sus inhumanos labios— Recuerde que no siento dolor.
— Callado, Jimbo —Dijo la maga con un pequeño suspiro— Se supone que estás muerto.
— Lo siento, señora.

«Por todos los Ancestros». Retrocedí un par de pasos hacia atrás. No sabía que tipo de magia usaba esa mujer, pero estaba totalmente segura de que no lo quería averiguar. Me llevé las manos a la funda de mi daga, antes de recordar que estaba clavada en el cadáver. Pero en cuanto miré el pecho de Jimbo no vi la daga enterrada en su pecho, sólo la pequeña navaja.

— ¿Buscas esto? —Alce la mirada y vi a la mujer con la daga equilibrada por la punta sobre su dedo.
— ¿Como es que...?
— Distracción, señorita Samari —Sonrió, divertida, mientras hacía un gesto hacia Jimbo— Es una lección que los ladrones como usted aprenden pronto ¿no?

Inhale profundamente para no dejarme llevar por el pánico. Sin la daga estaba complementamente pérdida, atrapada entre esta mujer y el montón de guardias de la mansión. Mire la navaja que seguía clavada en Jimbo, pero la maga chasqueo la lengua y devolví mi atención a ella.

— Te sugiero que no intentes nada imprudente —Dijo con seriedad antes de volver a sonreír— No soy tan fácil de matar como nuestro buen amigo Jimbo.
— ¿Que quiere usted de mí? —Dije en el tono más desenfadado y desafiante que pude— ¿Como es que sabe mi nombre?
— Directo al grano, me gusta—Murmuró ella, riendo entre dientes— Bien, vamos a sentarnos y hablar de negocios.

Hizo un gesto rápido con la mano y ambos sillones encarados a la chimenea se movieron por el suelo hacia nosotras, situado uno frente a otro. Ella se sentó con las piernas cruzadas y se puso a inspeccionar la daga detenidamente, moviéndola y examinando la hoja a la luz de las lámparas. Me senté con cautela mientras examinaba la expresión de la mujer «¿Quien es ella, para empezar?».

Las personas con capacidades mágicas de algún tipo no eran raras, pero pocas de ellas se podían considerar magos propiamente dichos. Se necesitaba que otro mago te adiestrará y tener conocimientos en las numerosas artes mágicas antes de que otros magos reconocieran a la nueva inclusión a sus filas. Esta mujer evidentemente sabía mucho más de lo que aparentaba con su actitud desenfadada, y no tenía ni idea de que era lo que quería ocultar. Pero si me había dejado viva significaba que seguía necesitando algo de mi, y aún podía usar eso a mi favor.

— Bonita daga —Dijo la mujer, girándola entre sus dedos— No había visto una real en mi vida, sólo replicas de replicas ¿A quien se la robaste?
— ¿Porque cree que la robe? —Pregunte con el ceño fruncido.
— Porque es lo que se te da mejor, Samari. Ahora responde.
— Se la quité a un condenado —Respondí, con la espalda rígida. No me gustaba como esa mujer me seguía recordado que sabía mi nombre y sabrían mis Ancestros que más— Los inspectores sólo tienen permiso para entrar en sus casas un día después de la ejecución, así que yo iba un día antes y me llevaba todo lo de valor. En una de esas casas encontré la daga.
— ¿No sabias lo que podía hacer? —La mujer parecía genuinamente sorprendida por eso. Me hizo sonreír por dentro saber que no era tan infalible como aparentaba.
— Al principio no —Me encogí de hombros— Pero un día estaba... irritada con alguien, tiré la daga contra la pared y me llevo hasta ahí. Después de un tiempo entendí que la daga permitía desvanecerse para aparecer en otro sitio, así que empecé a planear mis robos con eso en mente.
— Comprendo —Se mordió el labio inferior, pensativa, y luego negó con la cabeza— Tienes suerte que nadie más haya descubierto que tu eres la portadora de la daga. Hay muchos grupos interesados en armas como está, y todos ellos te hubieran matado sin pensarlo dos veces para obtenerla.
— ¿Grupos como el suyo? —Dije sin más, intentando agarrarla con la guardia baja.

Ella sonrió y se levantó del sofá, lanzando la daga al aire y luego agarrándola por la hoja. Me di cuenta que aquella mujer se movía un poco demasiado rápido; sus reacciones parecían levemente adelantadas a lo que ocurría. Luego caí en que llevaba varias joyas: un anillo, dos pares de pendientes, y un collar que ocultaba bajo la túnica. Supuse que aquellas joyas debían ser mágicas y no pude evitar asentir una leve admiración por esa mujer. Me había llevado años hacer correctamente cada uno de mis anillos, y ella tenía un juego de joyería completo para si misma. Definitivamente esta mujer era mucho más peligrosa de lo que aparentaba.

— Te equivocas, Samari —Sonrió y me ofreció la empuñadura de la daga— Yo no estoy interesada en el arma, sino en la persona que la usa.
— ¿Porque tanto interés en mi? —Pregunté, mirando alternativamente su rostro y la empuñadura de la daga— Ya respondí sus preguntas, ahora responda la mía: ¿como sabe quién soy?
— Sobre todo gracias al papeleo —Dijo ella casualmente, agitando mi daga de un lado a otro mientras hablaba— Es increíble cuanto se pierde en medio de la burocracia federal, pero después de un tiempo aprendí a buscar lo que necesitaba en los archivos. Descubrí esta pequeña caravana de mercaderes que viajaban entre los puertos de las Costas Blancas y las ciudades interiores. Descubrí que había un grupo de bandidos a los cuales la Gendarmería no lograba echar el guante, que se escondían cerca de un camino poco transitado pero que servía de atajo entre un oasis del desierto y la carretera principal para comerciantes. Descubrí que una pequeña caravana de mercaderes había sido atacada en ese mismo camino por ese mismo grupo de bandidos, y luego descubrí...

Ella dejó de hablar y me di cuenta que estaba temblando. Hacia mucho tiempo que no pensaba en todo eso, en los pocos recuerdos que tenía de esa época dura pero feliz de viajes entre ciudades exuberantes a través del calor del desierto. Lo único que recordaba eran los gritos, el fuego, y la sangre, o los tiempos duros y desgraciados que siguieron a ese incidente. Apreté los puños e intente dejar de temblar, sin fijar la mirada en la mujer, pero sentía perfectamente como su mirada si estaba fija en mi.

— Descubrí —Continuó, en un tono más respetuoso— Que no había habido sobrevivientes. Luego descubrí que era mentira, porque cuando la Gendarmería finalmente atrapó a los bandidos, encontraron a dos personas en su guarida: El jefe de la caravana, Telayah Taroka, su pequeña hija, Telayah Samari.
— ¿Eso es todo? —Murmure con los dientes apretados, odiándome a mi misma por reaccionar de forma tan estúpida. Todo eso había pasado hacia mucho... pero aún dolía, y no podía engañarme a mi misma en eso.
— Creo que tu sabes bien como sigue esa historia —Dijo ella con amabilidad— Pero lo que importa es que logre seguirte el rastro antes que cualquier otro lo hiciera, y que logre atraparte para ofrecerte mi invitación.
— ¿Como me atrapaste aquí? —Pregunté, y luego me di cuenta de que tenía una pregunta mas importante— ¿Que invitación?
— Pensaba que nunca harías esa pregunta.

Ella sonrió y enderezó la espalda, sacando la varita de su bolsillo y haciéndola rodar entre sus dedos antes de romperla con una sola mano. Dentro de la madera había un pequeño papel doblado que ella sacó y estiró, aclarándose la garganta antes de empezar a leer.

— Estoy reuniendo un equipo —Dijo, sonriendo con ironía, aunque no sabía bien porque— Compuesto de personas con las capacidades y actitud necesarias para el tipo de trabajos que tengo en mente. Personas capaces de burlar al destino y esconderse de la muerte. Personas como tú —Me señaló de nuevo con la empuñadura de la daga— El trabajo es peligroso, ilegal en su mayor parte, no tiene pensión de retiro y no nos hacemos cargo por los gastos del funeral ¿Alguna pregunta?
— ¿Tu...? —Parpadee un par de veces. No pensaba que mi noche se pusiera poner peor o más rara, pero al parecer me equivocaba— ¿Leíste eso del papel?
— Aún no me lo he aprendido —Se encogió de hombros, guardándose el papel en un bolsillo— Pero eso no importa ¿que te parece mi oferta, Samari?

Me quedé mirando la daga durante un momento mientras pensaba. Era evidente que aquella mujer estaba al menos un poco loca, aunque eso no hacia que fuera menos peligrosa, y si me había encontrado una vez a pesar de todas mis precauciones sin duda podría encontrarme una segunda. Si era cierto que había más gente buscándome a mi y a la daga entonces me convenía estar cerca de personas como ella. Y me tuve que admitir a misma que tenía sincera curiosidad por lo que planeaba hacer esta extraña y vivaracha maga vestida de rojo. Así me trague mi renuncia y agarre la empuñadura de mi daga.

— Muy bien, estoy dentro —«Mas me vale no estar haciendo algo estúpido».
— Excelente —Dijo la mujer, sonriendo ampliamente— Estoy segura que seremos un gran equipo.
— Aún no me has dicho tu nombre —Dije con el ceño fruncido. Tenía la certeza que iba a acabar harta de la maga.
— Por supuesto ¿donde están mis modales? —Se echó un par de pasos hacia atrás e hizo una perfecta reverencia— Raleiya Le Gall, primera y única maga de sangre del Pilar de Grindhall, a tu servicio.
— ¿Que es la magia de sangre? —Pregunté, por primera vez en toda la noche sintiéndome más curiosa que confundida. No conocía ninguna arte mágica llamada de esa forma.
— No tendría gracias explicártelo, joven Samari.

Raleiya se quitó el sombrero y dejo que su cabello, blanco y liso, cayera sobre sus hombros. Me pregunté si su cabello tendría ese color por un experimento fallido o por alguna maldición, aunque a ella no parecía importarle. Desde el fondo de su sombrero saco una pequeña bolsa con monedas, que puso sobre el escritorio.

— ¿Crees que esto será suficiente para asegurar el silencio de mi amigo noble? Al final y al cabo, me dejó usar su estudio como ratonera.
— ¿El tipo que vive aquí sabía que lo iba a robar? —Pregunte con el ceño fruncido. Podía soportar muchas cosas, pero no que mancillaran mi reputación profesional.
— Yo lo sabía, o al menos lo supuse, y actúe en consecuencia —Pateo una de las cartas que había arrojado al suelo— Dudo mucho que a su esposa le guste nuestra pequeña aventura, pero ese no es mi problema.
— Espera... ¿Tu eres la amante del tipo rico?
— Eso es lo que el creé, si. Es increíble lo que unas cuantas ilusiones y un poco de sugestión pueden hacerle a una persona —Raleiya se rió al ver la cara de que había puesto mi sobrecargado cerebro— Pero es mucho más increíble lo que esas personas pueden ofrecerte si las chantajeas un poco ¿Nos vamos?

Chasqueo los dedos y la habitación volvió a quedar en la penumbra cuando las luces y la chimenea se apagaron una por una. Jimbo el cadáver murmuró una despedida antes de empezar a desvanecerse ante mis ojos, con su ropa y su cuerpo volviéndose humo rápidamente hasta que sólo quedó mi navaja en el lugar donde había estado el. Los sillones y la silla volvieron su sitio, pero las cartas y la joyería variada que yo había tirado por la habitación siguieron desperdigadas sin orden ni concierto. Mire aquel despliegue casual de magia sin saber si sentirme impresionada o nerviosa, al menos hasta que el oso volvió a la vida.

El enorme animal movió su enorme silueta, estirando sus patas delanteras hacia arriba y mostrando el pecho peludo a la habitación. Retrocedí un poco al verlo, pero el animal parecía seguir tan muerto como antes. Me di cuenta que era mucho más grande de lo que había supuesto en un primer momento, y me coloqué mi anillo de visión nocturna para poder echarle una mirada consternada a Raleiya.

— ¿Esta cosa es tuya? —Pregunté, acercándome a ella sin dejar de mirar al gigantesco oso.
— En realidad es prestado —Murmuro ella mientras movía un par de dedos en dirección al oso. Luego agarró el puñal en su cinturón y lo apuñaló en la parte superior del pecho, para luego abrirlo en canal hasta abajo— Y espero que no me lo cobren muy caro.

Se guardó el puñal y separó la piel cortada del oso para revelar... un vacío. En le pecho del oso se abría un gigantesco agujero que parecía no llevar a ninguna parte y que por alguna razón olía ligeramente a azufre. Raleiya apartó la piel con un par de tirones extras y dejó suficiente espacio para que cualquiera de las dos pudiera pasar sin problemas.

— Las jóvenes primero —Dijo con una sonrisa ligeramente malvada.
—Tengo una última pregunta —Dije, mirando aquella extensión de absolutamente nada que había dentro del oso— ¿Que pasa si decido retirarme de esta locura tuya? ¿Que pasa si intento escapar de ti?
— Eres libre de irte cuando quieras —Se encogió de hombros mientras se calaba su sombrero— Aunque por supuesto te tendré que borrar la memoria todo rastro de nuestras actividades. Por otra parte...

Raleiya se inclinó hacia a mi, sin ningún rastro de jovialidad en su semblante, mirándome a los ojos con seriedad mortal. Me di cuenta, tal vez demasiado tarde, de que no le había preguntado que tipo de trabajo quería que hiciera. Trague saliva y le sostuve la mirada a la maga que había jugado conmigo apenas unos minutos antes.

— Si intentas huir de mi, o si intentas traicionarme, te voy a matar. Voy a arrancarte el alma y me voy a crear un nuevo Jimbo con ella, y voy a dejar tu cuerpo profanado colgando frente a la casa de tu padre para que todos sepan quién es el siguiente ¿esta claro eso?
— Si — Murmure, desviando la mirada de la intensidad de sus ojos.
— Perfecto.

Se enderezó, colocándose el sombrero de nuevo, y sonrió amigablemente como si no hubiera amenazado mi alma y a toda la familia que me quedaba. Volvió a señalar el agujero con olor a azufre.

— Entra, Samari. Tenemos mucho trabajo que hacer.

«Ahora si que estoy metida en un buen lío». Inhale profundamente, asegurándome de tener mi daga bien asegurada en su funda, y me lancé de cabeza a la oscuridad.


miércoles, 15 de abril de 2020

Historia Corta: La Hestia

Con cada minuto que pasaba, los titanes iban cayendo uno por uno, destrozados por un enemigo implacable. En mi pantalla de mando se podían ver perfectamente los puntos que señalaban como los titanes, en solitario o en pequeños grupos, se enfrentaban a sus enemigos con valentía fanática destinada al fracaso. Cada vez que un titan era derrotado una de esas luces se desvanecía, a veces de forma súbita por una falla súbita de los sistemas y otra parpadeando algunos segundos por los daños causados al enorme mecha de combate; ante mis ojos vi como el Amaterasu desaparecía de la pantalla, dejando al Susanoo defendiéndose como podía. A lo largo y ancho de cientos de kilómetros de la costa se repetía la misma escena, una destrucción a pequeña escala que reflejaba la destrucción cada vez mayor a la que se veía sometida la Fuerza de Titanes de Europa. Era sólo cuestión de tiempo para que no quedará nada.
En el puente de mando de la Hestia, el titan de mando de toda aquella carnicería, reinaba una especie de estupor negacionista. Todos seguían dando informes y pasando información como si no estuvieran contemplando una catástrofe, dando por sentado que todo iba según el plan de su grandiosa mariscal. Ni siquiera el hecho de que el capitán al mando de la Hestia hubiera caído y de que el propio titan apenas se mantuviera en pie bastaba para convencerlos de que todo estaba perdido.
— ¡Señora! El Odín ha disparado sus últimos cartuchos de plasma y espera órdenes —El oficial de comunicaciones pasó aquella información con una admirable serenidad— La Artemisa y el Baco informan que de intentarán abrir pasó hacia el Odín para proporcionarle apoyo.
Asentí para mi misma mientras veía en la pantalla la inutilidad de ese plan. Al Odín sólo le quedaban unos minutos de vida antes de que las abominaciones se volvieran a lanzar sobre el debilitado mecha. Los dos titanes que intentaban ayudarlo se encontraban demasiado lejos y estaban demasiado dañados como para suponer una diferencia.
En todo el caos de la batalla había una fina línea de orden creada gracias a los titanes de artillería, que formaban una agujereada fila y disparaban contra todo lo que se acercase con proyectiles seminucleares. Así, las abominaciones no podían romper las defensas de los humanos sin antes aniquilar a los titanes de combate que seguían resistiendo en la enorme melé a corta distancia que se había formado después de la inteligente emboscada en la que habían sido atrapados. Después de que esos titanes fueran derrotados las abominaciones sólo tenían que redirigir el peso completo de sus fuerzas contra lo que sea que hubiera sobrevivido para entonces en la fila de artillería y abrirse paso hasta las ciudades costeras de Francia. El Odín desapareció de la pantalla, y luego pude ver cómo la pequeña fuerza que iba en su apoyo era atacada desde varias direcciones al mismo tiempo. El Osiris también fue destruido y casi al instante le siguió el Tsukuyomi; contando esos dos ya habían caído la mitad de los titanes que quedaban.
Miraba a la pantalla, intentando aparentar una serenidad que no sentía, mientras pensaba en cómo había salido todo tan mal. Se suponía que iba a ser una batalla sencilla, un ataque contra un grupo de abominaciones tan superadas en número que sería más una cacería submarina que una verdadera batalla. Se habían reunido a todos los titanes en condiciones de luchar que había desde el Mar del Norte hasta el Estrecho de Gibraltar y se habían sacado de las fábricas titanes recién estrenados para su bautismo de fuego, muchos de ellos destinados a países de Asia, para así poder conseguir la mayor ventaja posible. Luego toda esa fuerza de titanes avanzaron desprevenidamente hasta el punto de encuentro. Y allí se encontraron rodeados, atacados desde todos los lados por las abominaciones. En esos primeros minutos había perdido un tercio de mis fuerzas, y el resto de había encontrado tan desperdigado y confuso que habían sido presa fácil. Ahora tenían inferioridad numérica, táctica y ningún plan real para salir de aquella situación.
Mire instintivamente los daños que había sufrido el enemigo. Aunque muchos titanes eran ahora simples pecios en el fondo del Pacífico, las abominaciones también habían dejado montones de cadáveres hundidos en el mar. Todos los titanes y abominaciones median más o menos lo mismo, entre cien y doscientos metros, aunque los titanes como la Hestia superaban los trescientos, y estaban diseñados para combatir contra cosas tan grandes como ellos. Los titanes estaban modelados en base a caballeros, berserkers y samuráis, soldados del pasado nombrados por los dioses de la humanidad, y equipados con armamento de alta potencia; las mejores de esas armas eran los cartuchos de plasma, capaces de desintegrar cualquier cosa que estuviera a menos de cincuenta metros, pero las ametralladoras de artillería y las armas de filo conformaban una base nada desdeñable para combatir, y los gigantescos lanzadores de misiles que cargaban la Hestia y sus hermanos eran una fuerza enorme por sin sola. Las abominaciones sólo contaban con garras,  dientes, tentáculos y demás armas naturales, pero su biología les permitía aguantar mucho daño y no debían preocuparse por minucias como recargar o sobrevivir para luchar otro día. Los titanes si, y ahora mismo nadie parecía poder conseguir aquello.
El puente de mando se estremeció cuando la Hestia lanzo otra descarga de misiles de medio alcance para ayudar a sus compañeros en la lucha. Apenas derribarían una o dos abominaciones, una gota en el mar, pero sería un daño que quizás pudiera marcar la diferencia. Si los titanes iban a caer entonces lo harían con gloria, vendiendo cara su vida a los enemigos jurados de la humanidad. Sólo quedaba esperar que algunos sobrevivieran para recordar aquella hazaña.
— ¡Mariscal! —El oficial de comunicaciones parecía alterado, un cambio repentino de tono que me hizo prestarle atención— El capitán Halder quiere hablar con usted.
Fruncí el ceño por aquella incoherencia. Se suponía que los capitanes no molestaban a sus superiores durante una batalla, muchos menos una tan caótica y desastrosa como está, y la Morrigan de Halder estaba parada a la deriva sin capacidad de combate alguna. Aunque tal vez fuera por eso que estuviera llamándola.
— Abra una línea privada —Ordene mientras me ponía firme en la silla.
El capitán Halder se veía tan mal como lo estaba su titan. Tenía la mitad de la cabeza y un ojo vendados precariamente, con varios vendajes más cubriendo por fuera su maltrecho uniforme. Atrás de él se podían ver las marcas de un incendio recién extinguido junto con las chispas y vapor que salían de cables y tuberías de refrigeración dañadas. A pesar de todo estaba sentado firmemente en su silla y tenía una mirada que casi se podía llamar de entusiasmo.
— Mariscal Reinhardt —Saludo el, inclinando la cabeza formalmente.
— ¿Que quiere? —Dije sin poder ocultar del todo el cansancio que sentía en todo el cuerpo— ¿No ve que estoy dirigiendo una gloriosa victoria?
— El sarcasmo no nos sacara de esta, mariscal —Halder presiono un botón y un esquema de la batalla que estábamos librando— Yo tengo un plan que tal vez nos permita sobrevivir a esto.
Mire la pantalla mientras la simulación de Halder se reproducía. Me impresionó que tuviera tiempo de hacer algo así en medio de la batalla, aunque el plan en si no tenía demasiado mérito.. Era algo hecho rápidamente, que no tenía en cuenta cosas como la desaceleración por culpa del oleaje o el daño ya causado a los titanes. Era un plan que, si hubiera sido hecho en cualquier otro momento, habría sido descartado al instante por cualquier oficial con sentido común. Pero ahora...
— ¿Esta seguro que esto funcionara? —Pregunte mientras lo miraba.
— No —Dijo el capitán con sinceridad— Pero estoy seguro que es peor no hacer nada.
Lo miré durante un segundo, intentando pensar en una salida mejor a esta batalla. No lo había y lo sabía muy bien, así que me limite a suspirar y asentir a la imagen del capitán Halder.
— Muy bien, capitán, veamos si ese plan suyo sale bien — Corte la comunicación con la Morrigan mientras le pasaba la simulación de Halder al oficial de maniobras— Mande esto a todos los titanes restantes y dígales que tiene prioridad máxima sobre cualquier otra orden anterior. Si alguno tiene problemas póngalo en contacto conmigo.
— Si, señora —El oficial parecía aturdido mientras actualizaba el plan basado en los titanes que habían perdido desde que Halder creo la simulación y lo transmitía a los capitanes restantes.
Volví a mirar la pantalla mientras todos los titanes empezaban a moverse según el esquema de Halder. Este había reconocido la verdad ineludible de que la batalla estaba perdida y había pensado en reunir a todos los titanes posibles, apoyados por el fuego de los artilleros, para luego retroceder a la base mas cercana ubicada en Brest. Los titanes debían huir de cualquier enemigo y apartar a los que hubiera en su camino, reuniéndose con sus compañeros para ponerse junto a la línea de artilleros justo cuando estos empezaban a retroceder. El plan también reconocía que muchos titanes estaban rodeados sin posibilidad de escape y daba una única opción posible para sus capitanes: El martirio.
— El Zeus ha sobrecargado su núcleo de plasma —Informo el aún aturdido oficial de maniobras. A continuación dijo:— No parece que consiguieran evacuar a tiempo.
Mire el lugar en el cual el Zeus había desaparecido. Antes había estado rodeado por tres abominaciones y tan dañado que apenas podía moverse, así que había llevado a cabo el plan de contingencia.
Los núcleos de plasma de los titanes alimentaba todos los sistemas del enorme mecha, desde los músculos hidráulicos hasta los sistemas de armas, y permitían a estos funcionar de manera prácticamente indefinida. La energía de plasma era varias veces mas eficiente y limpia que la nuclear pero también mucho más inestable. Para que los núcleos no saltaran por los aires a la mínima de daño eran necesarios varios sistemas de control de daños, cortafuegos y una buena porción de suerte, pero eso también significaba que eran ridículamente fáciles de hacer estallar a propósito. Eso había hecho el Zeus, creando una explosión de luz blanca que se había llevado al propio titan y a las tres abominaciones que la atacaban. Era una jugada desesperada en la que habían muertos docenas de personas en apenas un segundo, pero que había dejado una mínima oportunidad para que otros dos titanes pudieran llegar hasta los artilleros.
Poco a poco, los titanes se iban abriendo camino entre sus enemigos para formar grupos de cinco o más y así poder defenderse los unos a los otros. Aún seguían cayendo a un ritmo terrible, aunque algunos no cumplían la orden de sacrificio al verse rodeados sin remedio, pero entre los que si lo hacían y la resistencia de los titanes supervivientes se estaba logrando que el plan se viera conducido a buen puerto. Me encontré a mi misma teniendo que dirigir una batalla en lugar de contemplar una catástrofe, contactando con los diversos grupos de titanes para organizar una cadena de mando coherente y haciendo que estos se sumarán a la línea defensiva de los artilleros. Sentía una especie de esperanza pesimista al ver que, a pesar de todo, tal vez pudiéramos salir de allí, de que tal vez...
— ¡Contacto submarino! —Grito uno de los oficiales del puente— Tres objetivos acercándose por debajo de nosotros.
Maldije en voz baja y revise el sonar para ver qué, en efecto, tres contactos del tamaño de abominaciones se estaban lanzando contra la Hestia. Y como el capitán y el primer oficial estaban muertos, con todos los demás demasiado ocupados en sus funciones para tener una idea clara de quien estaba al mando, me tocaba a mí dirigir al titan en combate. Confiaba en que lo que había hecho hasta ahora bastará para mantener a las fuerzas restantes por el buen camino mientras nos encargábamos del enemigo.
— Lanzad cargas de profundidad y preparen sistemas de combate a corta distancia.
— ¡A la orden, mariscal! —El oficial de armamento sonrió de entusiasmo por entrar en combate— Lanzando cargas seminucleares.
Desde la planta de los pies de la Hestia salieron disparados las cargas de profundidad, dirigidas por calor contra los objetivos que se acercaban cada vez más. Al mismo tiempo la batería de la Hestia dejo de cargar misiles de medio y largo alcance para centrarse en los de corto alcance que se usaban para destruir pueblos pequeños o enfrentarse a una abominación. Estas lograron esquivar las cargas de profundidad y seguir subiendo hacia la Hestia, pero su táctica de lanzarse sobre el desprevenido titan se iba a ver brutalmente frustrado.
Cambié la vista de sonar a la que daban los drones que rodeaban todo el campo de batallas, tan pequeños en comparación a los titanes y abominaciones que estos nunca les prestaban atención en combate. Así pude ver claramente como el primer monstruo emergía de la superficie lanzando un profundo chillido que resonó en el puente de mando. Tenía una apariencia similar a la de un babuino, con un cuerpo cubierto de gruesas escamas y con tentáculos en lugar de dedos en las extremidades delanteras. Casi al mismo tiempo apareció otra abominación justo delante de la Hestia, con una apariencia exactamente igual a la de su hermano. Nadie sabe explicar esa clase de coincidencias biológicas, pero ahora eso era los de menos. Ambos se encontraban a unos treinta metros del titan y de habían empezado a acercar ni bien salieron a la superficie.
— ¡Preparen cartuchos de plasma! —Ordene, calculando mentalmente la distancia que aquellas moles recorrían a esa distancia. En mi pantalla la Hestia, un titan de apariencia regordeta que parecía tener una gran mochila a la espalda, levantó ambas manos en dirección a las abominaciones. Las palmas brillaban con la luz blanca de la energía de plasma, y los segundos pasaron mientras los brazos se movían para apuntar a los objetivos que de acercaban— Muy bien... ¡Fuego!
A mi orden, los dos proyectiles de plasma se dispararon desde las manos de la Hestia en dirección a las abominaciones. Los drones sólo registraron aquello cono una explosión de luz blanca que duró unos segundos antes de difuminarse justo a tiempo para ver cómo los cartuchos de plástico resistente al plasma caían de las palmas de la Hestia para ser recargados por otros. Uno de esos cartuchos sólo cargaba un disparo antes de gastarse y a la Hestia sólo le quedaban dos cartuchos. Eso no debía ser un problema, teniendo en cuenta el daño que habían causado los primeros dos: A una de las abominaciones le había desintegrado la cabeza por completo y ahora se hundía sin remedio en el océano, con la segunda habiendo perdido un brazo y parte del torso. Aún seguía acercándose, sin embargo, la tripulación de la Hestia tuvo que actuar antes de que ella se lo ordenará cuando la abominación salto sobre ellos.
Lograron agarrar al monstruo por la cara antes de que lograra aferrarse del todo a ellos, y descargaron un puñetazo en su quijada que hizo brotar la sangre blanca junto con un rugido de dolor. A pesar de todo pudo abrir la boca lo suficiente para morder la mano de la Hestia, aplastando el metal y los cientos de tuberías y circuitos que servían para que el titan pudiera luchar.
— ¡La mano derecha quedó inutilizada! —Dijo inútilmente el oficial de armamento. Apreté la mandíbula mientras descargaban otro puñetazo sobre la abominación para intentar sacárselo de encima. A esa distancia un disparo de plasma sería mortal para ambos, así que sólo quedaba una opción.
— ¡Disparen misiles de corto alcance y cañones automáticos!
Los oficiales dieron orden de recibo y desde la espalda de la Hestia salieron un trió de misiles que se elevaron en el aire unas docenas de metros antes de empezar a caer. Mientras eso sucedía la Hestia cerraba de nuevo el puño, pero en lugar de golpear lo que hizo fue disparar los enormes cañones navales que tenía instalados en los los nudillos. Una ráfaga de cinco disparos, multiplicada por cuatro nudillos, hicieron picadillo la mitad del rostro animal de la abominación y la obligaron a retroceder un poco. Eso fue suficiente como para que todos los misiles impactarán de lleno contra la bestia, explotando con tanta fuerza que el estruendo causó que el metal del puente de mando temblará. La abominación había sufrido tantos golpes que apenas podía moverse, así que intento huir de la Hestia, pero yo no tenía intenciones de dejarla hacer eso.
  — ¡Disparen cartucho de plasma! —A mi orden la mano izquierda de la Hestia se alzó y soltó un destello cegadora luz blanca a tan sólo veinte metros de la abominación, dejando un cráter sangrante donde antes estaba su pecho y haciendo que está se empezará a hundir.
El ambiente del puente de mando se relajó visiblemente y note como se me escapaba una sonrisa. A pesar de todo lo que había pasado ese día, los titanes no habían dejado de ser huesos duros de roer. Pero notaba que algo se me escapaba, y no podía saber el...
— ¿Donde esta la tercera abominación? —Pregunté, y durante un segundo el puente se quedó en silencio sepulcral antes de empezar a buscar frenéticamente en todos los sensores— ¡Necesito una respuesta a la de ya!
— ¡El sonar no detecta nada!
— ¡Tampoco las cámaras de calor!
— ¡E-el sistema de oleaje registra seis objetos de gran tamaño acercándose! —El joven oficial que se encargaba de supervisar a los grupos de ingenieros de la Hestia parecía al borde el pánico— ¡Diez segundos para colisión!
— ¡Maldita sea! —Me abroche el cinturón, un gesto tan inútil que resultaba incluso cómico, mientras cambian frenética al supervisor de oleaje— ¡Preparados para el impacto!
— ¡Ahí vienen!
La sensación de estar en un titan cuando era embestido por seis abominaciones con todas sus fuerzas era similar a la de estar en una lata cuando un tanque pasaba por encima de ella. Todo a su alrededor se volvió un borrón de movimiento y ruido ininteligible que fue detenido a duras penas cuando el giroscopio logró detener el movimiento de manera automática. Las abominaciones eran más pequeñas que la Hestia, lo cual la había salvado de ser derribada sin remedio, pero el impacto había causado daños terribles. Todo lo que no hubiera estado pegado al piso había salido volando, lo cual incluía al joven oficial de ingenieros, que gritaba de dolor en el piso tras ser zarandeado por toda la estancia. No había nadie que le prestar ayuda a el o a la sobrepasada Hestia, cuyos contrincantes se habían lanzado sobre su espalda y brazos para empezar a despedazarnos con garras y dientes.
— Maldita sea, no, no, ¡no! —El brazo izquierdo de la Hestia fue arrancado y tirado al mar, con la "mochila" de la espalda siendo escarbada sin piedad— ¡Necesito una solución a esto!
— Mariscal —El oficial de comunicaciones, perfectamente calmado, se levantó de su puesto mientras el puente seguía moviéndose sin parar a su alrededor— ¿Desea enviarle un último comunicado a su fuerza de combate?
Lo miré, sabiendo a lo que se refería y sabiendo que sólo había una opción en una situación como ésta según las órdenes que yo misma había dado. Comprobé rápidamente la situación de la batalla en general y comprobé que la Hestia no era la única rodeada sin remedio, aunque si era la única que no tenía un grupo de titanes cerca para apoyarla. Era la típica táctica en manada que usaban las abominaciones, el atacar las zonas débiles del enemigo e ignorar las zonas fuertes.
— Preparados para volar el núcleo de plasma a mi señal —Todos la miraron con rostro de fatalismo determinado mientras el oficial de armamento obedecía la orden; El oficial de ingenieros se había desmayado, lo cual visto lo visto había sido una bendición. Presione el botón de contacto que me permitía hablar con todos los titanes al mismo tiempo, y luego de pensar un segundo empecé a hablar con serenidad forzada— A todos los capitanes de la Fuerza de Titanes de Europa. Resistan. Deben salir de aquí para conseguir luchar otro día, para proteger a la humanidad de su mayor enemigo. El capitán Halder debe tomar el mando al caer la Hestia. Yo...
Me quedé allí, mirando la pantalla de daños de la Hestia, sintiendo como era despedazada lenta pero implacablemente a mi alrededor, mientras todos a mi alrededor se sumían en un estupor silencioso al darse cuenta como yo que no sabía que más decir. Finalmente el oficial de armamento se cuadro e hizo un saludo militar firme.
— Todo listo, mariscal.
Asentí, levantándome lentamente de mi silla, y le devolví el saludo. Todos los demás, sentados o levantados según lo permitieran sus propias heridas, hicieron también dicho gesto. Luego dije una última frase, sabiendo que aún me escuchaban todos los capitanes que habían logrado sobrevivir a la batalla.
— Aún no está todo perdido —Luego de decir eso presione el anodino e inocente botón que debía encender la pira de la Hestia, justo en el momento en que unos gigantescos colmillos amarillentos se abrían pasó hasta el puente de mando.
El mundo se sumió en una cegadora luz blanca, tan brillante que parecía llenar mi cuerpo por completo, y ya no se volvió a desvanecer.