lunes, 18 de febrero de 2019

Historia Corta: Guanteletes

Odio tener que esperar. Es la segunda cosa más mundana y simple que he odiado jamás, pero mis razones son válidas. A nadie le gusta tener que sentarse sin hacer nada, y es de las cosas más detestadas por todo el mundo. La mayoría se estresa o se irrita cuando tiene que esperar mucho. A mí me pone nerviosa. Siento que debería estar moviéndome, haciendo algo, en lugar de quedarme quieta y dejar que los demás hagan las cosas. Como todo había momentos mejores o peores, y por suerte esta espera en específico era casi un capricho, pero seguiría odiándola hasta que acabase.

Por suerte, la espera termino pocos minutos después. La puerta que había detrás del mostrador se abrió, dejando pasar a un Santa Claus hispano, con barba y todo. Se llamaba José y era ingeniero afinico, lo cual implicaba crear muchas cosas chulas impulsadas por magia. Cargaba una caja metálica en brazos y le sonreía como si fuera su propio hijo. Por lo que sabía, todas sus creaciones le daban una profunda sensación de orgullo.

-         Ah, veo que no te has ido –Dijo con voz grave y que tenía un leve acento– Me sorprende, te dije que tardaría al menos doce horas en tener listos a tus bebes.

-         Disculpa los nervios de una madre primeriza –Respondí, dándole una media sonrisa para compensar el mal chiste.

Me levante y me acerque al mostrador mientras el dejaba la caja en la mesa. Yo había salido cuando me dijo lo que tardaría, pero con el nerviosismo no podía concentrarme en nada, y volví para terminar pasando cuatro horas de convivencia con mis pensamientos. El pedido que le había hecho no era difícil, solo inusual, y supuestamente él era de los mejores ingenieros del país. Pero aun así…

-         Asumo que lo conseguiste cumplir mis expectativas –Dije, verbalizando lo que había pensado al verle tan feliz.

-         ¿Cumplirlas? ¡Creo que las supere! –Me sonrió con alegría y golpeo suavemente el costado de la caja– Estos han sido el trabajo más fácil que he tenido en años. Normalmente hago cosas mucho más grandes y complejas con un límite de tiempo absurdo. A los hechiceros les gusta sentirse importantes ¿sabes? Comparados con esos, fuiste toda una bendición caída del cielos.

Me alegre al oír sus palabras. Eso significaba que todo había salido bien. Al menos en teoría.

-         ¿Y porque aceptaste mi encargo? Pensaba que te gustaban los retos.

-         Por supuesto, pero incluso alguien como yo necesita algo sencillo y relajante de vez en cuando. Además, no podía rechazar un encargo de La Bestia.

Se echó a reír, y fruncí el ceño al escucharlo. Ese apodo es la cosa más mundana y simple que he odiado jamás. Ya había pasado casi un año desde mi pequeña hazaña, pero seguía habiendo gente que me recordaba a mí y a ese apodo que me habían puesto únicamente por fines mediáticos. Esperaba que no tuviera que vivir siempre bajo la sombra de “La Bestia”, o me pegaría un tiro.

Señale la caja, tratando que no se me notara el malestar que me había causado oír el apodo.



-         ¿Me los vas a mostrar algún día? –Logre que la voz me saliera normal. Punto para mí.

-         Claro, lo siento –Me dio una sonrisa de disculpa y abrió la caja. Saco algo envuelto por una tela negra y la puso sobre la mesa. Al parecer le gustaba el dramatismo– ¿Estas lista para verlo? –Dijo en voz baja y solemne. Definitivamente, le encantaba el drama.

-         Llevo doce horas lista, muéstrame.

El quito la tela con un movimiento rápido, y luego cruzo los brazos sonriendo con abierto orgullo. Yo me quede simplemente mirando, impresionada.

En mi boceto original, los guanteletes eran sencillos y funcionales. Estaban diseñados al estilo medieval europeo, de tal manera que no pasaban de ser placas de metal que cubrían todo el brazo hasta el codo, aunque en mi diseño se incluían las pequeñas garras con las que me gustaba luchar por sobre los dedos. Había hecho el boceto meses antes, simplemente para distraerme y poder probar mi recién descubierto don con el lápiz. Lo que tenía enfrente era una evolución de ese boceto.

El diseño seguía la misma base, el estilo europeo, pero había cambiado en detalles importantes. Las líneas rectas y duras de los guanteletes se habían suavizado, proporcionándole un aspecto elegante y aerodinámico al conjunto. Parecían hechos de tal forma que pudiera entrar como si fuera un guante normal, ya que los laterales se podían separar mediante un par de sutiles cierres metálicos en ambos lados. También pude ver que en el interior estaban acolchados, y probablemente eso ocultara las junturas entre las manos y los antebrazos. Las manos parecían formar una única pieza en conjunto, aunque vi pequeñas junturas entre los dedos para poder moverlos. En la última articulación de los dedos estos se curvaban levemente y luego se alargaban, formando garras de unos dos centímetros y medio.

El metal estaba pulcramente pulido, con las líneas crisolicas, hechas del cristal mágico-conductor transparente, recorriendo toda su extensión. Las cinco líneas más gruesas, de un centímetro, recorrían el diseño desde la base en codo hasta la punta de los dedos por la cara exterior del brazo. La cara interior (los guanteletes estaban orientados de forma que podía ver ambas) era recorrida por una única línea que recorría el centro del brazo hasta la palma de la mano, donde se unía con un pequeño círculo en cuyo interior estaba escrita una runa del germánico antiguo. La runa, traducida, significaba “garra”. También había líneas más pequeñas, del grosor de un cabello, que recorrían los espacios entre las líneas más grandes, como un camino de carreteras para el poder mágico.

Mi mente tardo unos cuantos segundos en reaccionar, durante los cuales José se echó a reír a carcajadas, probablemente por la expresión de mi cara. Decidí que todo el dinero que le pagaría para hacer su trabajo era insuficiente.

-         Nada… nada mal, eso seguro –Dije cuando termine de apreciar por completo el diseño y las líneas de ambas piezas. Pase la mano por la línea de la parte interior, que se enterraba un milímetro dentro del acero. Que las líneas fueran transparentes decían que nadie había infundido su poder en ellas– ¿No los probaste?

-         Tuve la tentación, pero están hechos a medida para esos bracitos tuyos.

-         A medida ¿eh? –Sonreí sin poder evitarlo. Simplemente se sentía bien tener cosas bonitas para mi sola, y su entusiasmo paternal era contagioso– Parece mentira que solo hayas tardado doce horas.

-         En realidad diseñar y hacer las partes metálicas fue fácil. Lo difícil –Golpeo una de las líneas gruesas con el dedo– Fueron estas linduras. Quería crear algo funcional pero al mismo tiempo bonito. Así que las líneas están orientadas no solo de forma que transmitan bien la energía a través del metal, sino también de manera que tengan una forma en espiral. Obsérvalas.

Al escuchar su explicación pude ver las espirales de los antebrazos, que empezaban en el codo y terminaban en la muñeca. Cuando una línea delgada llegaba a una gruesa daba un salto de un par de milímetros hacia arriba o hacia abajo, para luego continuar a la siguiente línea gruesa. Ese detalle, combinado al hecho de que había dos espirales por guantelete (una que los recorría de derecha a izquierda, y su pareja contraria) las ocultaban a simple vista. También note que ninguna de las dos espirales chocaba en ningún momento, aprovechándose de la inconexión de sus líneas.

-         Maldito genio loco… –Murmure, viendo el diseño con una fascinación casi enfermiza.

Él se echó a reír, pero pude notar que estaba satisfecho con mi reacción. Golpeo uno de los guanteletes con el dedo.

-         Asumo que quieres probártelos.

-         Asumes bien.

Me puse el guantelete izquierdo. Como había sospechado, los cierres eran para poder separar los laterales y así meter la mano. Era sorprendentemente liviano, y el interior no solo era acolchado sino que también era suave al tacto. Hice unos cuantos movimientos con el brazo y luego con la muñeca para probar la movilidad, sintiendo con satisfacción como las junturas y el acolchado seguían permitiendo una fluidez casi normal. Los dedos se movían igual de bien que siempre, aunque con las garras era imposible cerrar la mano de manera normal. De todas formas los guanteletes no estaban diseñados para golpear.

Luego de eso me puse el guantelete derecho con la ayuda de José, aunque me prometió que con un poco de practica podría hacerlo sola. Hice las mismas pruebas de movimiento y de nuevo el guantelete saco nota perfecta.

-         Esto… se siente bien –Dije, flexionando los dedos como si apretara algo entre ellos.

-         Me alivia no haberla cagado con la movilidad –Respondió el, aunque en su tono no había ni el más mínimo rastro de alivio– Falta una prueba, señorita.

Asentí, mirando las hermosas líneas. Inspire, cerrando los ojos un momento mientras me concentraba en el poder que recorría todo mi cuerpo. En menos de un segundo hice que parte del flujo de energía pasara a los guanteletes, y luego abrí los ojos. El color de las líneas cambio casi al instante, pasando de ser transparentes a tener un brillo gris metálico, que resaltaba lo suficiente como para ser visible pero que al mismo tiempo no desentonaba con la superficie metálica del guantelete. Cerré la mano derecha, sintiendo aquella pieza de arte metálica como una extensión de mi misma, de mi poder. Pude sentir como fluía a través de las líneas, como volvía el metal una parte de mi cuerpo. Se sentía bien, y al abrir la mano use ese poder para invocar una pequeña esfera de luz. Sonreí, más feliz de lo que había estado en casi un año.

-         Vaya, La Bestia saco las garras.

Por un momento, en mi mente, me lo creí. Me creí la persona que el Sindicato decía que era. Una guerrera poderosa, astuta y despiadada, capaz de atravesar ejércitos enteros sin un rasguño, aniquilar monstruos con un simple chasquido de dedos, despedazar a mis enemigos con garras de acero y magia. Monika Schwailden, La Bestia del Sindicato.

Todas mis fantasías se destruyeron con una única frase:


-         Bueno, aquí tienes la cuenta.