En cuanto abrí los ojos lo primero que sentí fue dolor. Era el tipo de dolor sordo que pesaba en todo el cuerpo, rematado por un dolor atroz debajo de las costillas que se sentía como mil puñaladas una detrás de otra. Parpadee un par de veces, notando con cierta ausencia que estaba tirada en el piso con la espalda apoyada de una pared, aunque me sentía demasiado aturdida como para notar algo más. Al intentar respirar me ahogue y empecé a toser incontrolablemente mientras escupía algo liquido de la boca. El sabor metálico me produjo náuseas que vinieron a unirse a mí aturdimiento general, y escupí para librarse de aquel desagradable sabor. Moví una mano para limpiar la sangre que tenia en la barbilla, pero noté que estaba cubierta por uno de mis guanteletes. Me quedé viendo el guantelete por un segundo, preguntándome porque demonios lo llevaba puesto, hasta que se me ocurrió mirar hacia el dolor de mi pecho.
Un agujero enorme, tan grande que podría haber metido el puño dentro con todo y guantelete, estaba abierto en mi pecho, empapando mi camiseta con sangre en los bordes de la herida y en el estómago. No estaba segura, pero por el dolor que sentía era más que probable que tuviera otro agujero igual en la espalda. Seguramente me había hecho daño en los pulmones, o tal vez en el estómago, y por eso había escupido sangre al respirar. Me sentía curiosamente tranquila mientras veía esa herida potencialmente mortal e incluso el dolor era más una desagradable molestia que un problema real. Tal vez una herida tan grande me hubiera dejado en shock. Luego mi aletargado cerebro hizo la conexión de que, tal vez, ese aturdimiento era por la cantidad de sangre que había perdido.
Haciendo un esfuerzo de voluntad impulsado por una punzada de pánico que se sobrepuso a cualquier otra cosa logré iniciar el proceso de sanación en mi cuerpo. Era la habitual calidez, como tomar una bebida caliente, que me recorría todo el cuerpo mientras me sanaba los golpes y moratones que suponía eran la causa de mis dolores menores. La sensación que me daba la herida mientras sanaba era un calor tan intenso que casi sentía que me quemaba, pero después de unos momentos pude inhalar profundamente sin toser sangre. Aún tenía la cabeza entumecida, ya que la sanación no podía crear sangre rápidamente, pero lentamente fui capaz de recuperar algo similar al pensamiento coherente. Haciendo un doloroso esfuerzo logré enderezarme un poco, apoyándome en la pared mientras miraba a mi alrededor.
El pasillo en el que estaba era de paredes desnudas de hormigón como en la que estaba apoyada, con la única iluminación viniendo del hueco donde debía ir una puerta que se encontraba al final del pasillo y que casualmente tenía una ventana que daba hacia fuera, a unos seis metros de mi; a unos dos metros de mi estaba el hueco de otra puerta con unas escaleras que bajaban a lo que seguramente sería el sótano. Era un pasillo bastante estándar, de un estilo que era común en los grandes almacenes abandonados a las afueras de la cuidad. La excepción eran los cadáveres, por supuesto.
Habían al menos ocho, todos vestidos con el uniforme de la policía de Nueva York, repartidos entre la escalera al sótano y la puerta del otro lado del pasillo. Algunos estaban muertos por sendas puñaladas como la que había recibido yo, mientras que otros parecían haber sido desgarrados, desmembrados o estampados contra las paredes y el techo; un pobre diablo, que tenía la cabeza vuelta papilla, sin duda había muerto de esa forma. El olor a muerte (una mezcla de sangre, vísceras y fluidos corporales) lo impregnaba todo en el pasillo, y tuve que tragar saliva para ahuyentar las náuseas. Era el tipo de cosas a las que jamás me acostumbraría, si tenía suerte, pero me obligue a dejarlo de lado para intentar pensar en que había pasado exactamente.
Y esa era la pregunta: ¿Que había pasado exactamente? Sospechaba que me había golpeado la cabeza demasiado duro contra la pared, cosa que no mejoraba en absoluto por la pérdida de sangre, pero recordaba claramente que habíamos sido despachados por Robert para revisar el sótano de este almacén. Y eso había sido porque... ¿Porque? Fruncí el ceño y cerré los para concentrarme, con el calor de la sanación ayudándome a pensar. El almacén era importante porque un grupo de cultistas lo habían estado usando de escondite; la policía, Robert, Sergio y yo estábamos en el almacén para arrestar a los cultistas y salvar a unas personas que habían secuestrado; a esas personas las habían secuestrado para... ¿Que? No lo sabia, o no lo recordaba, pero estaba segura de que tenía algo que ver con la matanza que había tenido lugar en el pasillo.
El doloroso calor del pecho empezó a desaparecer rápidamente, volviéndose casi agradable, y volví a prestar atención a la herida mortal de mi pecho. Había cerrado por completo sin dejar una marca, aunque la piel y la tela de alrededor seguía tan ensangrentada como antes. Empecé a ponerme de pie con cuidado, apoyando la mayor parte de mi peso en la pared, y descubrí con cierto alivio que me podía mover sin mareos o temiendo que la vista se me fuera a negro. A veces me sorprendía lo rápido que se podían curar heridas como esas gracias a mi sanación, pero también sabía que tendría que pagar un precio si lograba sobrevivir al menos unas cuantas horas más. No era algo que debiera preocuparme en aquel momento, así que hice un chequeo rápido de equipo.
Aparte de la camiseta (blanca, por desgracia) empapada de sangre llevaba unos pantalones de corte militar que se habían salvado y un largo chaquetón de combate blanca de los Exterminadores, con bolsillos multiusos y hecha con una tela sintética que tenía la resistencia del acero. Se suponía que el chaquetón debía protegerme de cosas como el empalamiento, pero la había llevado abierta y no me había protegido de nada; un error estúpido, que habría avergonzado al Viejo August, y me cerré la chaqueta con cremallera y botones para estar segura de no repetirlo dos veces. También tenía mis guanteletes con garras de acero muy real, cuyas gemas en el dorso de las manos y lineas de cristal que los recorrían como venas estaban afortunadamente intactas, por lo que empecé a acumular poder en ellos de forma instintiva. Quería y necesitaba cualquier ventaja que pudiera obtener, así que tener los guanteletes cargados me parecía una buena idea. La pistola automática y el cuchillo de combate seguían colgando de mi cintura en sus fundas, aunque dudaba que fuera a usar alguno de los dos, y al revisar los bolsillos de la chaqueta descubrí un par de cargadores para la pistola y una granada de fragmentación modelo militar. Decía mucho de mi grado de aturdimiento que no recordará tener una cosa así hasta que la había visto, y de nuevo me pregunté quien o que había logrado dejarme inconsciente a mi y matar a ocho policías armados de forma tan brutal. Sólo se me ocurrían unas dos o tres respuestas posibles y todas ellas tenían buenas probabilidades de terminar en desastre.
Un repentino estruendo, tan fuerte que desprendió el polvo del techo, me sacó de mis pensamientos. Intenté captar algún otro sonido, y me pareció oír el inconfundible sonido de los disparos a través de las paredes que me separaban del espacio principal del almacén. Al parecer lo que fuera que me hubiera atacado seguía vivo y había encontrado al grupo principal de policía y Exterminadores. Empecé a moverme hacia la puerta, pisando con cuidado de no pisar los cuerpos, y antes de salir en dirección al combate le tape la cara al policía que la tenía destrozada usando su propia gorra. Un gesto inútil, que sólo serviría para que algún paramedico se llevará un susto al verlo, pero era lo menos que podía hacer allí.
Los pasillos del almacén eran cortos pero laberínticos, con espacios de oficinas ubicados en habitaciones entre ellos. Probablemente el almacén había sido usado por una empresa de importaciones o similar antes de la crisis y que había caído en la bancarrota por culpa de ella, como tantas otras. Era el escondite perfecto, con mucho espacio para hacer lo que te diera la gana y ubicado en un barrio en el cual nadie hacia demasiadas preguntas si veían grupos de personas reuniéndose con cierta regularidad. Si no hubiera sido por los secuestros la policía no hubiera sabido jamás que este grupo en concreto se trataba de un culto demoníaco.
Mientras recorría aquellos pasillos interminables podía escuchar los sonidos de una lucha salvaje y creciente. Se escuchaban los disparos de las pistolas y el seco estruendo de las escopetas, así que por lo menos sabía que no estaban todos muertos. Un segundo estruendo volvió a resonar, está vez con tal fuerza que casi me hizo tambalear. Mientras más me acercaba más fuertes se oían y más desesperada me ponía por llegar aún más rápido. Lo bueno es que aquel tipo de edificios tenían todos una disposición similar, así que sabía que me faltaba muy poco para llegar a la entrada del almacén como tal. Pero en cuanto llegue al último pasillo me di de bruces con los cultistas.
Eran tres, vestidos con unas túnicas negras con un símbolo extraño, como una cruz pero con los bordes de la linea horizontal curvados hacia arriba en forma de cuernos, pintada en rojo en sus pechos. Los dos de atrás estaban esposados, pero el que iba delante llevaba una pistola que seguramente le había robado a un policía. Ellos me miraron a su vez, y pude ver que los tres dudaban un segundo ante la visión de una mujer pequeña y menuda en medio de su huida, para luego recordar quien y que era. El de atrás retrocedió un poco y el que iba en medio quedó paralizado, pero el de la pistola apretó los dientes y alzó su arma para eliminar la amenaza. Yo también dude, pero por un motivo muy diferente al de ellos.
Hoy no había matado a nadie. Era muy raro cuando tenía que salir a trabajar y no llegaba a casa con las manos manchadas de sangre. Detestaba matar, y aún más detestaba matar cuando podía evitarlo. A estos solo tenia que golpearlos hasta la inconsciencia para evitar que huyeran de la policía, y así podía correr hacia la puerta al final del pasillo para enfrentarme a la verdadera amenaza. Pero sabía que no era una posibilidad real el simplemente dejarlos tirados, y para mi sorpresa, descubrí que no quería dejarlos con vida. Fuera lo que fuese que había matado a los policías del pasillo, estos cultistas habían tenido que ver, y no se podía dejar vivas a unas personas así. Me iba a odiar por ello más tarde, pero ahora tenía trabajo que hacer.
Mi pequeño dilema moral duró menos de un segundo, pero fue lo suficiente como para que el cultista alzará el arma casi hasta mi cara. Era obvio que quería asegurarse que no volvía a levantarme. Pero me moví lo bastante rápido como para agarrar la pistola y girarla hacia un lado un instante antes que disparase. El ruido de un disparo en un espacio tan cerrado y desde tan cerca me dejo un pitido en los oídos, pero apreté los dientes y seguí moviéndome a pesar de ello. Clave las garras del guantelete en las manos del cultista, haciéndolo gritar y que relajara el agarre sobre el arma, lo que me permitió quitársela y darle un buen culatazo con aquella cosa. El golpe le hizo tambalear y me dejó vía libre para el segundo paso de mi plan. Tire la pistola detrás de mí, fuera de su alcance, y use el truco secreto de los Exterminadores.
Era algo parecido a la sanación, porque estaba acompañada de una sensación de calor y electricidad estática similares, pero mientras que la sanación era agradable y tranquila está era... abrumadora, casi asfixiante. Era sentir de repente el peso de todo mi Poder recorriendo mi cuerpo, reforzando y mejorando en la misma medida que me presionaba la mente con su presencia. No era realmente doloroso, pero requería mucho entrenamiento no sentirse sobrepasado por ello. Y cuando tenías ese entrenamiento, combinado con la experiencia práctica, te volvías imparable.
En el tiempo que tarde en activar y acostumbrarme a ese potente estímulo, el cultista se había recuperado y me había lanzado un puñetazo a la cara con sus manos ensangrentadas. Un golpe predecible y lento que evite sin apenas esfuerzo, moviéndome hacia un lado y dejando que el golpe pasará casi rozándome la mejilla. El gruñó e intento golpearme con bastante más furia que precisión. Esquive fácilmente otro par de golpes antes de contraatacar, agarrándole la muñeca y girándola en un movimiento que la partió limpiamente. El grito y antes de que pudiera echarse hacia atrás le lancé un golpe en la cara con todas mis fuerzas. El puñetazo, impulsado con magia y dado por un guantelete de acero, fue suficiente para hacerlo caer de espaldas con la nariz rota y quizás una fractura de cráneo. Los otros dos, que antes habían estado muy contentos de dejarle las cosas a su compañero, se movieron hacia atrás para intentar huir. Antes de que pudieran dar un paso más me lancé hacía ellos, más rápido de lo que podían reaccionar, y los mate. Al primero le clave las garras en la garganta y luego tire hacia afuera, destrozándola por completo en un reguero de sangre. Al segundo le di una patada en la rodilla que lo hizo caer con un grito de dolor, para luego agarrarlo de la garganta con ambas manos como si quisiera asfixiarlo y clavar las garras de forma más limpia. Cuando lo solté cayó hacia adelante, muerto, seguido casi de inmediato por su compañero. Me volví hacia el que me había atacado primero, que estaba herido de gravedad pero aún vivo, y le puse la bota en el cuello para luego presionar con fuerza y aplastarle la tráquea. Se quedó ahí, ahogándose en silencio, pero no me quede para verlo morir. No tenía tiempo, y de todas formas su cara aparecía en mis pesadillas durante días, sino semanas, antes de que la olvidará. Era mas de lo que merecía.
Un tercer estruendo resonó justo cuando me daba la vuelta para seguir caminando y está vez estaba tan cerca que me derribo por completo, dejándome en el suelo. En los pocos segundos que había durado mi enfrentamiento contra los cultistas las cosas parecían haberse desesperado, con los disparos aumentando y a esa distancia también podía oír gritos de dolor. Así que me enderece y abrí la puerta hacia el almacén de una patada.
Los grandes almacenes de mercancías suelen ser todos iguales: Amplios, con techos altos, pasarelas metálicas por encima del nivel del suelo y grandes ventana de cristal. Este no era la excepción, aunque todo allí se encontraba bastante deteriorado por el estado de abandono en el que de encontraba antes de que los cultistas lo ocuparán. En medio del almacén había pintada un enorme pentagrama en rojo, con símbolos que incluso yo reconocía como impíos en cada una de sus puntas. También habían colocado soportes para antorchas a espacios regulares, aunque con el sol de media tarde que pasaba por las ventanas no eran realmente necesarias, más algunas mesas y cajas para hacer de aquel almacén un santuario decente.
En aquel espacio se había desatado el pandemónium. Los cultistas, antes tan tranquilos y arrestados, se estaban intentando enfrentar a la policía, mientras que estos hacían todo lo posible por contenerlos mientras respondían al fuego de otros cultistas que ya se habían liberado y habían conseguido armas de la policía o de algún lote secreto. Había muchos policías y cultistas tirados en el suelo, heridos o muertos, pero noté que no todos ellos tenían heridas de bala sino la clase de herida que había visto antes, en aquel primer pasillo al sótano. Mi mirada vago un instante antes de localizar a Robert y Sergio en el centro mismo del almacen: El primero era un bajo y robusto imbécil con el cabello entrecano y armado con un gran martillo de cabeza rectangular, mientras que el segundo era un latino musculoso y con cara de niño que llevaba un hacha en cada mano. Ninguno de ellos había presentado atención a mi entrada porque estaban ocupados moviéndose alrededor de... de...
De la cosa más horrible que había visto en mi vida.
Existen dos tipos de demonios. Los del primero tipo son conocidos como parásitos, ya que están obligados a buscar un huésped para poder sobrevivir en el mundo físico, y a cambio de eso le dan a su anfitrión acceso a su magia demoníaca y conocimiento que habrían podido acumular durante cientos de años y docenas de otros anfitriones. Ese tipo de demonios solían ser manipuladores expertos y tarde o temprano terminaban controlando a su huésped como una mera marioneta, si no hacían que lo matarán antes. A los del segundo tipo se les llama engendros y por una razón muy sencilla: Se toma el cuerpo de una o más personas para usarlas como recipiente para un demonio salvaje, con mucho poder pero sin el conocimiento o la sutileza para lograr la relación simbiotica necesaria para ser un demonio parásito, y así conseguía interactuar con el mundo físico sin el estorbo de terceros.
Lo que los cultistas habían hecho, en un acto de estupidez cruel y maligna, era secuestrar a media docena de personas para darle cuerpo a un engendro. Y frente a mi estaba el resultado: Una abominación de casi tres metros, con la piel de un color gris blanquecino que parecía estirada y arrugada a partes iguales. Tenía piernas muy delgadas, brazos demasiado largos y un torso esquelético, además de dos extremidades extras que salían directamente de su espalda jorobada y que se curvaban como patas de araña antes de terminar en puntas de hueso. Al girarse brevemente en mi dirección pude ver un rostro inhumanamente alargado, sin ningún rasgo facial (ojos, nariz, labios...), con una mandíbula que se abría demasiado para mostrar una boca llena de hileras de dientes muy humanos. Estaba totalmente desnudo, aunque no tenía nada que pudiera identificarlo como masculino o femenino, y tampoco tenía un solo cabello en todo el cuerpo. Su cuerpo y sus movimientos eran humanoides, pero aquella cosa no era en absoluto humana. Y al verle supe sin lugar a dudas que esa cosa de había ganado un hueco permanente en mis pesadillas durante el resto de mi vida.
De repente una bala impacto en la pared a mi lado y me obligue a agacharme, apartando la mirada del engendro y maldiciendo mi estupidez al mismo tiempo. Me moví con velocidad sobrehumana para cubrirme detrás de una de las columnas metálicas que sostenían las pasarelas superiores, echando un vistazo más detallado al combate. La mayor parte de los policías estaban a cubierto en los laterales del almacén, protegidos por mesas y cajas que los cultistas habían tenido ahí desde antes, aunque a alguien se le había ocurrido hacer una barrera con un trió de patrullas en la única salida que había, un portón grande y medio oxidado, para que los cultistas no pudieran huir. Los cultistas estaban desperdigados en sus propias coberturas por todo el almacén, aunque algunos habían logrado subirse a las pasarelas de la parte superior. Los policías tenían superioridad numérica a pesar de los muertos y heridos, pero el caos y la confusión beneficiaban a los cultistas, así que tardarían un tiempo en controlar la situación. Unos y otros evitaban conscientemente el duelo entre los Exterminadores y el engendro, decidiendo qué era mejor no llamar la atención de esas fuerzas mortíferas.
Volví a fijarme en el engendro y note con sombría satisfacción que tenía varios cortes y moratones por todo el cuerpo, junto con un montón de heridas de bala. A pesar de todo esas heridas no parecían afectarlo en lo más mínimo. Pude contemplar como Sergio le hacía un corte profundo en una pierna que sólo hizo chillar de rabia a esa cosa, un sonido que sonó horriblemente humano, y lanzar un manotazo a Sergio, que salió volando en mi dirección. Golpeó el suelo con un gruñido de dolor, pero se levanto prácticamente ileso; el secreto de los Exterminadores reforzaba el cuerpo de tal manera que era mucho más difícil herirnos que a un humano normal. Volteó la mirada hacia mi y desplegó una alegre sonrisa con una dentadura ensangrentada a la que le faltaban un par de dientes.
— ¡Monika! —Dijo, cubriéndose detrás de una columna un par de metros más allá. Su chaquetón de combate azul claro estaba llena de cortes superficiales y cojeaba levemente de una pierna. Debían de haberlo estado pasando mal— ¡Pensábamos que esa cosa te había matado!
— Hoy no, Sergio —Dije, sonriendo un poco sin poder evitarlo. Señale hacia el engendro, que se estaba persiguiendo a Robert con satisfactorio poco éxito— ¿Alguna idea de como matarlo?
— Hoy no, Sergio —Dije, sonriendo un poco sin poder evitarlo. Señale hacia el engendro, que se estaba persiguiendo a Robert con satisfactorio poco éxito— ¿Alguna idea de como matarlo?
Su sonrisa desapareció, reemplazada por la mueca de concentración que solía adoptar en los combates. Su cara estaba cubierta por un montón de marcas blancas en el lado derecho, donde un carroñero le había hecho un trabajo facial con sus garras. Eso no le quitaba la cara de niño, pequeña y levemente mofletuda, sino que la hacia incluso más extraña en comparación con su cuerpo.
— No. Robert intento con ondas de choque, pero es casi inmune a ellas —Asentí. Esos habían sido los estruendos que había sentido antes— Estoy pensando que tal vez el fuego ayude, pero...
— Hay demasiada gente —Termine por el. Frunció el ceño y asintió.
— Y podríamos quemar el almacén por completo. Ninguno de nosotros es demasiado bueno con el fuego.
— Hay demasiada gente —Termine por el. Frunció el ceño y asintió.
— Y podríamos quemar el almacén por completo. Ninguno de nosotros es demasiado bueno con el fuego.
Solté un pequeño suspiro de frustración. La inmunidad de aquel engendro a nuestra magia tenía más o menos sentido, porque estaba hecha a base de cuerpos humanos y debía conservar al menos una pequeña parte de su Poder, así que también conservaba la inmunidad de cualquier humano normal a la Afinidad. La Afinidad elemental no seguía esa regla, por supuesto, pero era un tipo de magia impredecible y difícil de controlar incluso para afines experimentados. Así que no teníamos otra opción más que enfrentarnos a esa cosa cara a cara.
— Bueno —Dijo Sergio, volviendo a sonreír brevemente— Que tengas suerte.
Dicho eso, se lanzó contra el engendro con su velocidad sobrehumana, atrayendo su atención y dejando a Robert unos segundos para respirar. Por lo que sabía ambos eran compañeros desde hace años, encargados del área en los alrededores de Nueva York, lo que se notaba en su nivel de coordinación. Yo no tenía el mismo nivel de experiencia que ellos y no me coordinaba tan bien, pero lo compensaba de forma sencilla: Con mucho, mucho músculo mágico.
Alce ambos guanteletes, cuyas gemas y lineas de cristal brillaban suavemente por la magia acumulada en ellas, y cerré los puños haciendo un esfuerzo de voluntad. De inmediato sentí como el Poder acumulado en ellos tomaba forma y se expandía hacia afuera. Una parte de él se extendió a lo largo de diez metros a mi alrededor, permitiéndome sentir todo lo que estuviera dentro de ese radio; el resto formó una esfera mi alrededor, un escudo que me protegería de las balas que eran disparadas por toda aquella habitación. Las dos cosas estaban enlazadas a través de las gemas de los guanteletes, así que sólo tenía que dejar un flujo constante de Poder para que se mantuvieran, sin hacer un esfuerzo consiente.
Hice una comprobación rápida, buscando a las personas que hubieran dentro del campo de diez metros. Noté de inmediato a un cultista y a un policía, ambos muertos de sendos disparos, junto con otro policía que estaba tirado en el piso con el brazo herido. El nivel detalle de lo que "veía" era sorprendente: Sabía que el policía herido era de piel oscura, con una incipiente calvicie y que soltaba maldiciones de camionero entre los dientes apretados. También podía sentir su Poder, una especie de luz y calor que irradiaba de su piel, aunque era más una impresión mental que una imagen que realmente pudiera ver. No era algo abrumador, como el Poder que recorría mi propio cuerpo, pero cuando August me lo había enseñado había resultado levemente confuso. Ahora era una de las mejores herramientas de mi arsenal; una herramienta casi única por ser una de las pocas afines, y la única Exterminadora, con el suficiente Poder como para mantener algo así durante suficiente tiempo como para hacerlo útil.
Deje mi cobertura, moviéndome hacia el centro del almacén, donde Robert y Sergio seguían combatiendo al engendro. Ambos me vieron y de inmediato adaptaron sus tácticas, moviéndose en un compás de tres alrededor del engendro que me resultaba familiar por los entrenamientos con ambos. Me uní a ellos, acompasando el ritmo de mis pasos al de ellos, y sólo entonces me di cuenta del aura de... maldad que parecía salir del engendro. Podía sentir el Poder de ambos Exterminadores, que estaban rodeados por un faro de luz gracias al uso del mismo truco de refuerzo que yo usaba, pero también sentía una especie fuego negro que se escurría por los agujeros del imperfecto recipiente humanoide de aquella criatura. Era ira, pura y destilada hasta que no quedaba nada más, y podía notar que la esencia de aquel demonio estaba formada en torno a ella. Era una sensación horrible, antinatural y asfixiante, que me hizo apretar los dientes para no soltar algún improperio y obligarme a mi misma a mantener la compostura.
El engendro se movía con furia, intentando acercarse a alguno de nosotros sin éxito. Tenía fuerza sobrehumana, pero una agilidad y reflejos comunes, así que podíamos controlar sus cuat extremidades si no bajábamos a guardia. Además, cuando atacaba a uno de nosotros dejaba una abertura. Asi, cuando el engendro se lanzó sobre Robert, quien esquivo los golpes de la criatura con ruda eficacia, los otros dos pudimos lanzarnos a su vez sobre el. Sergio le clavó ambas hachas en la espalda y yo le di un puñetazo en la zona donde debían estar las costillas izquierdas de un humano, mientras que Robert esquivaba las patas y manos del engendro. Grito de rabia y frustración, girándose para intentar alcanzarnos a nosotros en lugar de a Robert, pero el aprovecho su distracción y le dio un potente martillazo en un costado, haciendo que se tambaleará por culpa de su altura. Aproveché ese momento y le hice unos cortes en una de sus piernas, haciendo que centrará su atención en mi y obligándome a retroceder, desviando sus potentes intentos de volverme a empalar con ayuda de mis guanteletes, pero al centrar su atención en mi dejo su guardia abierta para Robert y Sergio, que volvieron a atacar.
Era una rutina peligrosa pero eficaz. Con solo dos personas había sido más difícil, ya que el engendro era lo bastante alto y tenía el suficiente alcance como para lidiar con ellos dos a la vez, pero siendo tres lo obligábamos a dejar al menos a uno fuera de su alcance. Eso nos permitía golpear a esa cosa sin que pudiera devolvernos los golpes, al menos de forma fulminante, y nos dejaba maniobrar sin demasiado estorbo. Pero nuestra ventaja en número se veía efectivamente anulada por el hecho de que el engendro no parecía tener ganas de morirse; no importaba cuantos golpes o cortes le hicieramos, parecía que sólo servían para enfurecerla. Y si no matábamos a esa cosa con rapidez íbamos a tener que echarnos hacia atrás cuando nuestro pequeño truco de refuerzo nos empezará a pasar factura, cosa que ocurriría en unos minutos como mucho para los dos hombres y que me dejaría prácticamente sola contra el engendro, lo cual era una sentencia de muerte casi automática para los tres.
Fue más o menos en ese momento cuando me dispararon. Había esquivado un manotazo del engendro y me había deslizado fuera de sus alcance, dejándolo a espaldas de los otros dos, cuando de repente sentí como algo me golpeaba en la sien derecha con fuerza, moviendome la cabeza hacia un lado y dejándome aturdida por un momento. La bala había sido de gran calibre, tal vez de un revolver, y me había golpeado con la suficiente fuerza como para causarle una contusión. Sin el escudo a mi alrededor, pensado para ralentizar las balas a una velocidad medianamente inofensiva, me habría volado los sesos. Si hubiera sido una bala más potente, o un disparo de escopeta, tal vez lo hubiera hecho de todas formas. Los Exterminadores éramos buenos, pero no invencibles, y podíamos morir igual de bien que cualquier humano.
El momento en el que me dispararon fue también el momento en el que las cosas empezaron a ir mal. El engendro noto mi debilidad de inmediato, ignorando a los otros dos Exterminadores y lanzandose directo a por mi. Intenté retroceder para quedar fuera de su alcance pero el golpe de la bala me había quitado unos instantes que le bastaron al monstruo para alcanzarme. Me intento empalar usando sus patas, pero logre agarrarlas antes de que me pudieran golpear el abrigo. Pero eso me obligó a quedarme quieta y el engendro aprovechó eso para golpearme en las costillas. Me di cuenta, mientras mis costillas se rompían, que el gesto tenía algo de vengativo: Era el mismo lugar en que le había dado mi primer golpe.
Su golpe me sacó todo el aire de los pulmones y me dejo incapaz de respirar, probablemente por un pulmón perforado, y sólo permanecía allí parada en lugar de haber volado como Sergio porque estaba agarrada al engendro. Escupí sangre sobre el cuerpo del demonio y fui consciente, con un acceso de terror, que aquella cosa me tenía a su merced. Con mi visión mágica supe que los otros dos habían intentado alejar al demonio de mi, pero apenas les había prestado atención el suficente tiempo para alejarlos de un par de manotazos antes de volver a centrarse en mi. Con un gruñido que casi sonaba feliz me agarró la cabeza con sus manos de dedos largos y huesudos. Luego empezo a apretar.
Por un instante pense que me iba a morir solamente por el dolor. Era como tener la cabeza metida en una prensa hidráulica, siendo aplastada con meticulosa lentitud. Lo peor es que sabía que qué el engendro podría haberme exprimido la cabeza como una uva, pero quería que ese momento durase, quería disfrutarlo. Así que disfruto de un segundo de apretarme la cabeza, lo bastante como para ser agónico y terrible, pero no lo suficiente para matarme. Y funciono: Grité de dolor y el engendro chilló con su horrible garganta humana. Fui consciente de la sonrisa que puso esa cosa antes de empezar a apretar de nuevo, está vez para terminar conmigo definitivamente.
Intenté pensar en una forma de escapar, de sobrevivir, pero el dolor me dejo ciega. No podía ver, oír o sentir más a que no fuera sus horribles manos aplastandome el cráneo. No sabía que pasaba con Robert, Sergio o con la batalla del almacén, sólo sabía que estaba a punto de morir. No vi mi vida pasar frente a mis ojos, lo cual era un alivio dado lo deprimente que había sido, sino que pensé en Amber; eso también resultaba deprimente, pero si iba a morir al menos quería morir pensando en ella, en todo lo que le debía y en todo lo que no había dicho.
Y así, acepte morir.
Excepto que no fue así.
De repente deje de sentir el dolor, de una forma tan definitiva y brusca que pensé que de verdad había muerto. Pero luego me di cuenta que el dolor de las costillas seguía ahí, y de que en general estaba demasiado viva para estar muerta. Así que abrí los ojos y me encontré con que, en efecto, seguía viva. Fue un momento de maravillosa confusión, en especial por lo que veía frente a mi: El engendro gritando de dolor, furia y desesperación. Le faltaban la mitad de una de sus patas y un brazo a la altura del codo, que soltaban sangre perfectamente humana. Junto a él estaba Sergio, hachas en mano, y los miembros que le faltaban al engendro cortados en el suelo. Detras de el estaba Robert, tirado en el suelo, pero sólo inconsciente por lo que podía sentir.
Incluso a mi cerebro aturdido por el dolor y la conmoción supo lo que había pasado. El engendro apenas me había tenido agarrada un segundo o dos, lo bastante para casi matarme, pero también el tiempo suficiente como para que Robert y Sergio lo atacarán. Me habían salvado la vida, aunque al parecer el engendro se la habia cobrado a Robert. Pero ahora que el engendro tenía dos extremidades menos sería pan comido derrotarlo entre los tres.
Excepto que no éramos tres. Robert estaba fuera de combate y yo no mucho mejor, así que Sergio estaba solo contra el demonio. Entre dos había sido todo un reto enfrentarse a esa cosa, e incluso siendo tres habíamos tenido problemas. Sergio sabía eso, como yo, pero también sabía que era lo único que se interponía entre el engendro y sus dos compañeros indefensos. No podía retirarse ni retroceder o moriríamos en un instante, así que debía enfrentarse al engendro cara a cara y en solitario.
Lo cual resultaba más fácil de lo esperable, ya que el engendro lo quería asesinar. El demonio avanzó hacia Sergio con un grito de furia, y el le respondió del mismo modo. Apenas podía ver con mis propios ojos lo que pasaba, pero la visión extendida ayudaba con eso; también podía sentir como la ira del monstruo se habia incrementado a niveles increíbles, cubriéndolo de aquel fuego negro completamente, mientras que la propia luz de Sergio era cada vez más débil. Estaba gastando su Poder hasta un punto que podría ser mortal, pero sin el refuerzo no podria contra el engendro.
Empecé a sanarme con desesperación mientras veía como ambos luchaban. Sergio se mantenía en el lado izquierdo del engendro, al que había amputado sus extremidades, girando para que no pudiera alcanzarlo y obligando al demonio a girar sobre mi mismo en una dirección y en otra para intentar tomarlo por sorpresa. El resultado hubiera resultado cómico de no ser porque el engendro seguía soltando sus horribles chillidos de rabia y de que ambos estaban intentado matarse mutuamente. Sergio no sé atrevía a atacar por miedo a que el engendro lo alcanzará, pero mientras más tiempo se mantuvieran dando vueltas más posibilidades había de que lo alcanzará. Así que todo dependía de lo rapido que me pudiera curar.
Intenté levantarme del suelo pasado un momento, pero colapsé por un dolor punzante en las costillas. Aún me costaba respirar y quizás tuviera una hemorragia interna, pero esos eran problemas menores. Sergio seguía moviéndose alrededor del engendro, pero había ideado una pequeña estrategia muy astuta. Había empezado a usar el mínimo necesario de Poder para moverse ligeramente mas rápido que el engendro, usando pequeños empujones para adelantarse cuando intentaba sorprenderlo. Eso tenía el añadido de enfurecer al engendro, haciéndolo más torpe por su deseo de sangre. Era algo bastante impresionante el que pudiera recurrir así al refuerzo corporal de los Exterminadores, digna de un veterano, pero también demostraba lo mucho que estaba apurando sus reservas. Aún así debía tener para un minuto más, el tiempo suficiente para que me uniera a él y...
Sergio se cayó. Había estado usando tan poco de su refuerzo que la pierna que le cojeaba le falló justo en el momento en que intento hacer un giro brusco para evitar un ataque sorpresa del engendro. Y el engendro lo aprovechó, agarrándolo del cuello con la mano que le quedaba sin dejar de chillar un solo instante.
— ¡No! —Grite. Me levanté, sin importarme el dolor, pero fue demasiado tarde.
El engendro sería el ser más repugnante que había visto jamás, y estaría movido sólo por una furiosa sed de sangre, pero al parecer aprendía de sus errores. Esta vez no se entretuvo en jugar con su víctima. Alzó su pata y empezó a clavar la púa en el rostro de Sergio una y otra vez. La primera vez hubiera bastado, pero seguía siendo su naturaleza el gozar de la muerte, así que lo hizo una y otra vez hasta que no quedó nada reconocible del rostro del antiguo Exterminador. Sergio no grito ni una vez.
Yo si grite, de rabia e impotencia, y saque la pistola que tenia en la cintura para dispararla contra el engendro. Era un arma potente, diseñada para que la usara sólo con el refuerzo, pero al engendro las balas no le hicieron nada más que hacerle unos cuantos agujeros más. El engendro volteó su cabeza sin rostro hacia mi, chillandome horriblemente, y le tire la pistola a la cara. Eso pareció aturdirlo durante un segundo, que era todo lo que yo necesitaba.
El engendro me había dado la espalda mientras se enfrentaba a Sergio, así que pude saltar sobre su espalda sin que el me lo pudiera impedir. El salto hizo que mis costillas heridas se quejarán en agonía, pero no tuve más remedio que apretar los dientes e ignorarlas. Clave las garras de una mano en su hombro para mantener un agarre firme, y con la otra agarre la pata que le quedaba y empecé a tirar de ella usando todas mi fuerza. Durante un instante no ocurrió nada, pero luego la pata se desprendió de su espalda con un sonido de carne desgarrada y huesos rotos. El engendro chilló de dolor e intento darme manotazos para hacerme caer de su espalda pero yo agarre su pata amputada y se la clave en el pecho, donde deberia haber estado el corazón de un humano.
No lo mato, por desgracia, pero lo hizo retorcerse y caer al suelo. Al parecer el dolor y el peso extra que suponía yo lo habían desequilibrado más de lo que podía soportar. Yo no espere a que se recuperase, sino que saque el cuchillo de combate y se lo clave en la cabeza. Tampoco lo mato, pero si lo hizo gritar de dolor y agonía. Ahí fue cuando me logró dar un buen manotazo, que me golpeó en el costado y le lanzó volando cuatro metros hasta golpear contra el duro suelo de concreto.
Me puse de pie lo más rápido que pude, tambaleándome por el golpe y sintiendo como el calor de la sanación curaba parte de los daños que me había hecho. El engendro se levantó del suelo, arrancándose el cuchillo y su pata del pecho, para luego moverse hasta que quedamos cara a cara. Y entonces hizo algo que no me esperaba en absoluto: Hablo.
— ¡Te voy a DESTRUIR! —El sonido era como media docena de gargantas distintas diciendo lo mismo al mismo tiempo, como alguna especie de coro macabro.
Aquellas palabras me conmocionaron más de lo que esperaba. El engendro era... ira, simple y llanamente. Se supone que en medio de un ataque de ira las personas no piensan de forma lógica, así que un ser formado en su totalidad por ella no debería ser capaz de pronunciar ni dos palabras, muchos menos una frase coherente. Pero no cambiaba lo que iba a pasar. El engendro había matado a Sergio, a los policías de aquel pasillo y a quien sabía cuantos más. Y yo lo iba a matar por ello.
— ¡Pues ven a intentarlo, diablillo! —Un insulto mediocre, pero cumplió su propósito. El engendro empezó a chillar, abriendo su enorme boca de dientes humanos, y avanzó hacia mi.
Yo metí la mano en un bolsillo de la chaqueta, sin moverme de donde estaba. El engendro de estaba lanzando hacia mi con su habitual furia asesina descontrolada; peligrosa, pero también fácil de predecir. As que cuando me lanzo un golpe con la mano que le quedaba logre esquivarla aprovechándome de mi agilidad y de la visión extendida. Eso me hizo acercarme tanto a él que podía tocar su pecho, con el poder demoníaco que emanaba del engendro chocando con mi Poder humano. De hecho me había acercado tanto que prescindió de cualquier intento de parecer humano y se lanzó hacia abajo para intentar morderme.
En ese momento le quite la anilla a la granada, la saque del bolsillo y aproveché su boca perfectamente abierta para empujarla hasta su garganta. Fue una experiencia asquerosa, el meter el brazo dentro de su boca, porque su saliva y carne estaban demasiado frías para pertenecer a algo supuestamente vivo. El engendro no se dio cuenta de lo que había hecho o no le importaba, porque empezó a cerrar las mandíbulas para arrancarme el brazo. Pero antes de que pudiera hacerlo agarre su mandíbula con mi otra mano y apreté de ella con tal fuerza que la escuché romperse. El engendro soltó una especie de chillido balbuceante, para luego agarrarme de la parte trasera de la chaqueta y lanzarme lejos de él. Salí volando bastante más que la última vez, golpeando una de las pasarelas metálicas y cayendo al suelo, varios metros más abajo, con la suficiente fuerza para sentirme como si me hubieran roto todos los huesos. Seguramente sólo me hubiera roto un par, a juzgar por el calor de mi cuerpo, pero era peligroso acumular tantas heridas en tan poco tiempo. Yo podría ser poderosa, pero también tenía un límite de cuánto podía hacer antes de entrar en terreno peligroso.
Logré ponerme de rodillas mientras veía al engendro intentar meter su propia mano en su boca. Era un espectáculo horrible el como empujaba sus dedos para alcanzar su garganta, ignorando la sangre y la saliva que caían de el como un perro rabioso. Lo intentaba con tal desesperación que parecía dispuesto a destrozarse su propia garganta con tal de alcanzar la granada. Pero no le sirvió de nada.
La explosión fue más fuerte que las descargas cinéticas de Robert, y mucho más de lo que en realidad me esperaba, lo que demuestra que los militares son bastante buenos explotando cosas. Las ventanas reventaron, el hormigón se quebró y la onda expansiva me hizo caer al suelo una vez más. Me quedé ahí tirada un momento, aturdida por la explosión y el golpe, para finalmente sentarme el suelo lentamente. Lo único que quedaba del engendro era partes de sus piernas, tiradas en el epicentro de la explosión, pero el resto se había convertido en carne molida casi al instante.
La explosión fue más fuerte que las descargas cinéticas de Robert, y mucho más de lo que en realidad me esperaba, lo que demuestra que los militares son bastante buenos explotando cosas. Las ventanas reventaron, el hormigón se quebró y la onda expansiva me hizo caer al suelo una vez más. Me quedé ahí tirada un momento, aturdida por la explosión y el golpe, para finalmente sentarme el suelo lentamente. Lo único que quedaba del engendro era partes de sus piernas, tiradas en el epicentro de la explosión, pero el resto se había convertido en carne molida casi al instante.
Todo había terminado. La única manera de matar mejor al engendro hubiera sido quemando su cuerpo hasta los huesos, pero de esta forma también servía. A pesar de todo no me sentía como si hubiéramos ganado. Me sentia cansada, golpeada y como si hubiera pasado horas luchando contra esa cosa. Con un leve esfuerzo de voluntad deje caer todos mis trucos de magia, el refuerzo incluido, dejando solo el calor de la sanación. El resultando fue que me sentí incluso más miserable que antes, pero eso ayudo a enfocar mi mente, y empecé a mirar a mi alrededor.
No sabía cuándo o cómo, pero los policías habían sometido a los cultistas. Apenas quedaban una docena de los casi treinta que había antes y todos parecían destrozados por la muerte del engendro; un par incluso lloraban sin contenerse y los policías que los vigilaban parecían tener que aguantar las ganas de pegarles un tiro. Y no era para menos, ya que pude ver que muchísimos de ellos habían resultando muertos o heridos. Las ambulancias habían empezado a llegar, acompañadas de un par de grupos del SWAT e incluso un pelotón del ejercito, y todos se afanaban en instaurar un poco de orden en medio del caos residual de la batalla.
Yo simplemente me quedé ahí sentada, viendo a todos ir y venir sin que nadie me molestara. Estaba acostumbrada a que la gente me rehuyera en la mayoría de circunstancias. El único que me prestó atención fue una paramedica que me revisó una herida que tenía en la mejilla, al parecer resultado de un pedazo de metralla, pero sólo me dio una palmada en la espalda antes de irse a atender a alguien que no pudiera sanarse por si mismo; no se me había ocurrido que la granada pudiera herir a alguien que no fuera el engendro, pero tampoco había tenido muchas opciones. Y además me pareció bien que me dejaran en paz, ya que sólo quería quedarme ahí sentada sin necesidad de pensar en nada durante unos minutos. Sentía que era algo que no podría tener en los próximos días.
Logre disfrutar de unos cinco minutos de tranquilidad antes de que Robert viniera a por mi. Se había despertado con el sonido de la explosión, que por suerte no lo había herido, sólo para encontrarse con que todo había acabado, que el engendro estaba mejor que muerto y que había perdido a uno de sus compañeros. Había pasado unos minutos discutiendo con los policías de mayor rango, más bien gritándoles hasta someterlos, y ahora querría tratar con la única otra Exterminadora que quedaba en la ciudad. Podía sentir su rabia en la postura que tomaba y la forma en que caminaba, aunque no sabía si estaba dirigida hacia mi o hacia alguien más.
Se detuvo enfrente de mi, apoyando la cabeza de su martillo delante de mis pies. Robert era tan pequeño que incluso yo le sacaba un centímetro o dos, pero lo compensaba con un cuerpo construido a base de puro musculo. Tenía ojos color verde esmeralda, un color tan antinatural como el de los míos, y el cabello negro cortado al estilo militar. Su chaqueta de combate era del color verde oliva que usaban los militares y estaba tan desgastada como la mía. La chaqueta no era realmente un uniforme sino una especie de armadura, y los colores distintos solían ayudar a identificar a los diferentes Exterminadores. El logo de los Exterminadores, una espada dentro del pentagrama del Sindicato, estaba colocada en una insignia sobre el corazón.
— Monika —Dijo. Su voz era grave y severa, como si intentará compensar su estatura. Seguramente era así.
— Señor —Respondí. Técnicamente no era mi superior o mi jefe, porque los Exterminadores no tenían rango o cadena de mando interna, pero el era un brujo con varias décadas de experiencia y yo una maga novata; el sistema jerárquico del Sindicato era problemático para cualquiera que intentará verlo desde fuera, pero en realidad funcionaba bastante bien teniendo en cuenta que era anacrónico y obsoleto.
— Señor —Respondí. Técnicamente no era mi superior o mi jefe, porque los Exterminadores no tenían rango o cadena de mando interna, pero el era un brujo con varias décadas de experiencia y yo una maga novata; el sistema jerárquico del Sindicato era problemático para cualquiera que intentará verlo desde fuera, pero en realidad funcionaba bastante bien teniendo en cuenta que era anacrónico y obsoleto.
Robert me miró durante un segundo y luego movió la cabeza para ver algo detrás de mí. No tuve que voltear para saber qué era el cuerpo de Sergio. Apretó la mandíbula y retorció los dedos contra el mango de su martillo.
— Tuvimos mucha suerte esta vez. Sin un Santo es casi imposible hacerles daño a esas cosas. Fue buena idea lo de la granada, por cierto.
Acepte el cumplido sin hacer comentarios. Luego fruncí el ceño al darme cuenta de algo.
— ¿Porque no invitaron a Ronald a esta redada? Hubiera sido lógico.
— Por supuesto, pero la policía pensó que no era necesario —Titubeo un segundo y luego añadió:— Yo tampoco lo creía necesario. Al fin y al cabo no había sucedido nada que nos dijera que había un demonio suelto por Nueva York. Sergio intento discutirme, pero no lo deje, y ahora...
— Por supuesto, pero la policía pensó que no era necesario —Titubeo un segundo y luego añadió:— Yo tampoco lo creía necesario. Al fin y al cabo no había sucedido nada que nos dijera que había un demonio suelto por Nueva York. Sergio intento discutirme, pero no lo deje, y ahora...
Asentí, mirando detrás de mí hombro al cadáver del antiguo Exterminador. Estaba junto los otros policías y cultistas muertos, aunque el destacaba por su tamaño. Era uno de los que habían tapado con una manta blanca para ocultar los destrozos que les había causado el engendro, aunque eso solo serviría para que alguien se llevará un susto al verlos... pero era lo máximo que nadie podía hacer por ellos.
— Esto tendrá consecuencias ¿no? —Pregunte sin mirar a Robert— Un desastre de este calibre hace que rueden cabezas.
— Te olvidas de cómo funciona el Sindicato, chica —Solté un pequeño gruñido por el apodo y el río con amargura— Es seguro que de aquí a un mes el Departamento de Asuntos Mitomagicos de la policía parecerá haber viajado en el tiempo a la revolución francesa. Pero no hay muchas cabezas que se puedan cortar en el Sindicato, menos aún si son de Exterminadores.
— ¿Dices que vamos a salir de esta impunes? No me lo creo, Robert.
— No salimos impunes —Señalo hacia Sergio y casi pude sentir su rabia saliendo de el como si fuera el engendro— Hacia años que no morían Exterminadores veteranos en combate. Y en poco más de un año han muerto cinco. Eso al Sindicato le va a preocupar mucho más que este pequeño incidente.
— Te olvidas de cómo funciona el Sindicato, chica —Solté un pequeño gruñido por el apodo y el río con amargura— Es seguro que de aquí a un mes el Departamento de Asuntos Mitomagicos de la policía parecerá haber viajado en el tiempo a la revolución francesa. Pero no hay muchas cabezas que se puedan cortar en el Sindicato, menos aún si son de Exterminadores.
— ¿Dices que vamos a salir de esta impunes? No me lo creo, Robert.
— No salimos impunes —Señalo hacia Sergio y casi pude sentir su rabia saliendo de el como si fuera el engendro— Hacia años que no morían Exterminadores veteranos en combate. Y en poco más de un año han muerto cinco. Eso al Sindicato le va a preocupar mucho más que este pequeño incidente.
Sin poder evitarlo recordé a August, mi tutor, el primero de esos Exterminadores en caer. Más que un veterano había sido una leyenda, el único de los fundadores que había llegado a la vejez y más allá. Lo habían apodado el Viejo y seguramente hubiera vivido más allá de los cien años que tenía cuando murió. Era por su memoria que había aceptado ser Exterminadora, más o menos, aunque no podía evitar pensar constantemente que había muerto la persona que no debía. Y mirando a Sergio volví a tener esa misma sensación.
— Y hablando de consecuencias, habrá que matar a todos esos —Volteé para mirarlo y vi que su mirada había se había quedado en los cultistas, que seguían pegados a una pared del almacén. Asentí y no pude evitar sonreír con ironía.
— Me compadezco del abogado al que le toque representarlos. Ningún jurado del mundo les dará otra cosa que la pena de muerte.
— Creo que no me entiendes, Monika.
— Me compadezco del abogado al que le toque representarlos. Ningún jurado del mundo les dará otra cosa que la pena de muerte.
— Creo que no me entiendes, Monika.
Me quedé mirándolo por un momento y luego se me seco la garganta al darme cuenta de lo que pretendía.
— No hablaras en serio.
— Conocen la forma de invocar a un engendro. Les podría bastar con un tenedor metálico y un poco de sangre para hacerlo de nuevo en lo que dura el juicio o mientras pasan por el corredor de la muerte. No podemos arriesgarnos a eso.
— Maldita sea, Robert —Me levante de un salto y lo mire desde arriba, aunque sabía que eso no significaba nada para el— ¿Es que no has tenido bastante muerte por un día?
— Mataron a Sergio, Monika —Su rabia ahora se filtraba por su voz, con los dientes apretados— Tienen que pagar.
— Así que es venganza ¿es eso? —El no respondió, aunque tampoco apartó la mirada de los cultistas— No puedes hacerlo, hay reglas para nuestro trabajo.
— Una de esas reglas es eliminar las amenazas de forma total e inmediata —Volteo su mirada y me miró con rabia— ¿Porque debería dejarlos vivir? Dame una razón para hacerlo, aunque sea sólo una.
— Conocen la forma de invocar a un engendro. Les podría bastar con un tenedor metálico y un poco de sangre para hacerlo de nuevo en lo que dura el juicio o mientras pasan por el corredor de la muerte. No podemos arriesgarnos a eso.
— Maldita sea, Robert —Me levante de un salto y lo mire desde arriba, aunque sabía que eso no significaba nada para el— ¿Es que no has tenido bastante muerte por un día?
— Mataron a Sergio, Monika —Su rabia ahora se filtraba por su voz, con los dientes apretados— Tienen que pagar.
— Así que es venganza ¿es eso? —El no respondió, aunque tampoco apartó la mirada de los cultistas— No puedes hacerlo, hay reglas para nuestro trabajo.
— Una de esas reglas es eliminar las amenazas de forma total e inmediata —Volteo su mirada y me miró con rabia— ¿Porque debería dejarlos vivir? Dame una razón para hacerlo, aunque sea sólo una.
Dudé durante un segundo. No había ninguna razón para que los cultistas vivieran; si no los mataba Robert lo iba a hacer el estado de Nueva York o el gobierno federal. Yo misma había justificado la muerte de los tres cultistas de la misma forma que Robert. Pero aún así esto se sentía... diferente, más frío y calculado, que una decisión tomada en el calor del momento. Era ingenuo e inocente, pero era como me sentía.
— Esta mal, Robert —Dije, manteniendo la mirada.
— En nuestro trabajo hacemos muchas cosas que están mal — Frunció el ceño y apartó la mirada— No siempre lo que queremos hacer termina siendo lo que hacemos. Tu lo sabes muy bien, Monika.
— En nuestro trabajo hacemos muchas cosas que están mal — Frunció el ceño y apartó la mirada— No siempre lo que queremos hacer termina siendo lo que hacemos. Tu lo sabes muy bien, Monika.
Enderece la espalda y lo mire con rabia, aunque el había vuelto a mirar a los cultistas. Me di cuenta de que ya había tomado la decisión sobre lo que iba a hacer; el me informaba de esa decisión no para que yo opinará a favor o en contra de ella sino para que no me metiera en medio. Yo sabía que los cultistas estaban condenados de todas formas, porque uno no invoca a un demonio sin ser consciente de las consecuencias, pero no me cabía en la cabeza que Robert fuera a ponerse a ejecutarlos sin más. Era estúpido e iba en contra de lo que me había enseñado August sobre su oficio y el mío. Así que media vuelta y fui hacia la salida, porque no podía detenerlo pero tampoco iba a formar parte de ello. Robert no intento detenerme a mi tampoco, quizás porque no quería tentar a su suerte, pero lo más probable es que le diera igual.
Mientras caminaba mire hacia el lugar en el que los soldados reunían los pedazos que habían quedado del engendro, seguramente para intentar identificar los cuerpos con los que había sido hecho. El SWAT ya había ido al sótano en el que estaba el engendro en busca de algún sobreviviente de los ritos del culto. Me sorprendía la cantidad de muerte que se había acumulado en este almacén a lo largo de las semanas o meses que se hubieran estado reuniendo, culminada en la masacre que había causado el engendro. Aún no procesaba de todo el hecho de haber estado a punto de morir dos veces ese día a manos del demonio, y esperaba que no hacerlo hasta estar a salvo en casa, pero sabía que había tenido mucha suerte. Sin mi sanación potenciada no hubiera podido sobrevivir a la herida del pecho, y sin Sergio el engendro me hubiera aplastado la cabeza sin más.
Me estremecí en cuanto escuche disparos detrás de mi, uno detrás de otro, ahogando los gritos que causaban. Yo había sobrevivido, pero otros no tenían tanta suerte.